“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo
para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo
doy a los cirujanos.”
Miguel Hernández [Para la libertad]
Entre todos los valores posibles es incontrovertible que el más fundamental lo es el valor de la vida. El ser humano debe estar vivo para perfeccionarse como tal y disfrutar de todos los demás valores; sin embargo, la vida misma carece de sentido sin que se acompañe del valor de la libertad, mismo que se encuentra íntimamente vinculado a la actividad creadora del pensamiento y de la ciencia como instrumento básico para desarrollar las potencialidades humanas y la construcción de nuestros destinos. La libertad es consustancial a la existencia humana.
La libertad como tal es un valor que entraña derechos y deberes; sin embargo, las sociedades e instituciones democráticas descansan en el respeto absoluto de estas premisas y se esfuerzan por proveer condiciones para que los hombres y mujeres sean gobernados y dirigidos como personas y no como cosas, con las necesarias limitaciones éticas. Así la libertad consistiría en el autoconocimiento, para ponerlo a disposición de la defensa de los valores que colaboran al desarrollo de la sociedad en su conjunto. Todos nacemos libres aunque no tengamos conciencia de ello y por eso a menudo no sabemos practicar esa libertad; sin embargo, tal como nos muestran la filosofía aristotélica, tenemos la capacidad de educarnos en esa dirección, a través del autoconocimiento y la participación social y política.
Walter Lippmann, periodista y filósofo norteamericano, nos indicó que “donde todos piensan igual nadie piensa mucho”, significando el peligro que representa la dictadura de las ideas para el perfeccionamiento del ser humano (en general de la sociedad). Tener un punto de vista distinto no hace a la persona más o menos capacitada; pero suprimir la posibilidad de expresar la diversidad de puntos de vistas, en el entendido de que el razonamiento propio es el único correcto si representa un peligroso para la familia, la sociedad y el Estado, no solo por constituir una conducta autoritaria, sino además porque ese tipo de comportamiento va condicionando el ejercicio de libertad que constituye el germen del desarrollo de los pueblos.
La polarización del pensamiento, donde cualquiera que expresa una idea innovadora, contraria a los lineamientos generales del grupo, es descalificado; considerado un ser despreciable y atacado sin piedad pública y privadamente es una tendencia cada vez más arraigada en la conducta moderna. Muchas personas brillantes prefieren opinar públicamente en la dirección del grupo, para “evitar conflictos”. Es como si fuera necesario suprimir el pensamiento y estancarse como ser humano integral, para evitar ser etiquetado.
Qué sentido puede tener la vida si un ser humano brillante, creativo y en capacidad de aportar con ideas innovadoras se ve obligado a renunciar a ser libre para asegurar un estatus social o profesional. En estas circunstancias tenemos la obligación de defender la libertad frente a cualquier intento absolutista y totalitario, como el valor inestimable que representa. Que la libertad sea siempre el más importante atributo de la vida, para que la familia, la sociedad y el Estado se encuentren conformados por seres humanos pensantes y capaces de aportar lo mejor de sí en beneficio de todos.