Los pueblos ágrafos, sin el dominio de la escritura, sin escritores ni intelectuales, lograban narrar y trasmitir sus historias por los medios y con los mecanismos particulares que estaban a su alcance, en códigos socializados, con simbolizaciones y contenidos válidos para responder a las necesidades del momento y de la época.
Las narraciones eran coherentes con sus niveles de conocimientos y su visión del mundo, las cuales se transmitían verbalmente, orales, a través de ceremonias, rituales y actividades recreativas que pasaban de una generación a otra posibilitando la continuidad de la identidad y el sentido de pertenencia. Estos relatos, no correspondían a la lógica de hoy en día sobre las narraciones históricas que obedecen a la veracidad de los acontecimientos
Eran trasmisiones de su existencialidad, con sus acontecimientos y sus héroes, las cuales eran la búsqueda de respuestas existenciales sobre el origen, la vida, la muerte, lo sobrenatural y su relación e incidencia con sus divinidades. Cuando esto último ocurría se conocía como mito, porque era una narración entre la ficción y la realidad en la relación entre los dioses y los mortales. Su vigencia se actualizaba por su renovación periódica, respondiendo a interrogantes existenciales, espirituales y sobrenaturales.
Aunque se mezclen acontecimientos, héroes y dioses en dimensiones cotidianas con expresiones sobrenaturales, estos mito se convierten en leyendas, porque en estos pueblos no existe la división de lo “sagrado y de lo profano”. Eso vino después. Igual que los mitos, las leyendas son narraciones de lo imaginario popular, no racionables con la lógica de las narraciones científica de nuestra época, no son verdades históricas, aunque tengan parte de las mismas. En realidad son narraciones de lo imaginario popular, difundidas muchas veces por personalidades veraces, creadas ocasionalmente por ellas, apropiadas por el pueblo, en una mitificación de la historia.
A las leyendas hay que darle lectura como narraciones que mezclan la realidad con la ficción, aunque siempre tienen sentido y lógica, que deben ser referencias y nunca verlas como verdades absolutas, razón por lo cual no deben de profanarse ni despreciarse; hay que respetarlas porque son parte de la realidad y es una forma de narración coherente con las circunstancias, su fe y los niveles de conocimiento del pueblo en un momento dado, aunque muchas de ellas son responsabilidad de agentes del sistema social que se encargan de difundirlas en función de su autoridad para tergiversar a la propia historia. Siempre son una referencia que es necesario conocer. Una cosa es mostrarlas, incluso cuestionarlas, sin la definición de atrasos, verdades o ignorancias. Al final son una forma de expresión de la realidad que sustituyen a las “verdades científicas”, donde incluso algunas afirmaciones académicas luego resultan ser falsas y porque siempre las narraciones históricas oficiales responden a los intereses de minorías, de élites como expresiones del poder, donde siempre hay una historia mitificada, una historia al revés.
El pueblo dominicano es rico en leyendas, como ha demostrado el médico e investigador Guaroa Ubiñas, como expresiones del pasado-presente transmitidas de generación en generación, pero que no pueden tomarse como verdades absolutas, pero si como referencias, las cuales son renovables ocasionalmente con rituales, creencias y ceremonias que hay que respetar y admirar como una rica creatividad de lo imaginario popular y expresión de su filosofía y cosmovisión del mundo, de la vida, de lo sobrenatural que coexiste con una diversidad de respuestas, pero que nunca pierden a nivel popular su veracidad y credibilidad, sobre todo, cuando responden a existencialidades, respuestas espirituales y religiosas.
A nivel de la fe católica, la leyenda de la Virgen de las Mercedes y la batalla del Santos Cerro es una de las más fascinantes, a las que hay que analizarla como leyenda y no como historia, porque la misma tiene una lógica existencial de los intereses de los colonizadores y de la propia iglesia, la cual era parte del poder y del sistema social dominante, porque aun teológicamente la Virgen de las Mercedes debió de situarse del lado de los indígenas y no de los españoles.
Aun así, elaboraron el mito de que ellos “descubrieron” estas tierras y por lo tanto era los propietarios de todo lo existente, sin importarles que aquí encontraron poblaciones humanas con más de 3000 años a.c. De igual manera elaboraron el mito de que los indígenas no eran seres humanos, “no tenían almas”, eran seres de las tinieblas, no pertenecían al mundo divino y por lo tanto no existía castigo divino por su explotación, represión y asesinato. Durante años, el silencio de aceptación fue la complicad de la iglesia, hasta el grito de Montesinos que retumbó como un trueno en la tierra y en el cielo.
La “pacificación” colonialista se basaba “en la paz de los palos”, de una supuesta falsa sumisión indígena, que al emerger la rebeldía, el asesinato en masa, el genocidio fue la respuesta como lo mostró a infame matanza en el cacicazgo de Maguana y en el cacicazgo de Higüey. La historia que nos han contado registra estas realidades, pero no la matanza, el genocidio del Cibao, ignorado adrede. Para ocultarlo se inventaron la leyenda de la “Batalla de Santo Cerro” y la aparición de la Virgen de las Mercedes en la mima, presentándolas como verdades históricas, cuya difusión la realizaron incluso jerarquías de la propia iglesia católica, de la cual el pueblo las absorbió como “verdades”. Esto quiere decir, que este relato histórico, no fue obra de lo imaginario popular, sino de las fuerzas al servicio del Poder, que se encargaron de difundirla como leyenda, tomándola el pueblo y las escuelas como verdadera.
Todo comenzó con la referencia de Fray Bartolomé de las Casas, Cronista de Indias, de historiadores dominicanos como Bernardo Pichardo, Emiliano Tejera, y Antonio del Monte y Tejada, responsables de formación de estudiantes, con profunda credibilidad en el pueblo, con la contribución de historiadores haitianos como Pierre Francois de Charlevox y Emile Nau, aunque lo más grave es que dos jerarcas de la propia iglesia católica como Monseñor Carlos Nouel y el Obispo Rocco Cocchía, se hicieron eco de la misma. Otros historiadores como Edwin Espinal, César Arturo Abreu, Torres Petiton, sacerdotes como Robles Toledano y Mons. Antonio Flores, al igual que prestigiosos intelectuales como José Rafael Lantigua, han realizado propuestas para contribuir a la verdad histórica y diferenciar este relato de la leyenda.
La historia es lo que sucedió, la cual puede tergiversarse con su interpretación, ideologizarse, ser manipulada por el Poder para mitificarse y legitimarse como “verdad”, en una mezcla de la realidad con la ficción, la poesía con la narración, la magia con la fantasía, lo absurdo con la coherencia, la lógica con lo irracional, pero aun así, tiene un contenido, simbolizaciones y códigos de interpretación de lo imaginario popular que hay que darle lectura, donde nunca debe confundirse una cosa con la otra.