Los principios ideológicos correspondientes a las metáforas del crecimiento y desarrollo económicos, constituyen una variedad de axiomas universales que sirven como puntos de partida de todo un modelo formal de cálculo, hipotéticamente aplicable, extrapolándolo, a la totalidad del conglomerado humano.
En ese sentido, el sempiterno milagro dominicano del crecimiento y desarrollo ampliamente difundido por el Banco Central, el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, y por otras entidades nacionales e internacionales, aparenta erigirse sobre la base de un sistema interpretativo de múltiples postulados manejados de acuerdo a un sistema cerrado de reglas fijas, el cual arrojaría como resultado el ordenamiento lógico de un sistema abierto como el contexto social.
Así, en la trama de los flujos porcentuales de la conciencia: que el producto interno bruto creció un tanto que la tasa inflacionaria acumulada es de tanto que el crecimiento de los precios es de tanto que la tasa de interés activa es de tanto que los préstamos comerciales se dispararon un tanto que la emisión monetaria un tanto que el medio circulante un tanto que la oferta monetaria ampliada un tanto que la oferta y la demanda otro tanto…
Acudimos, de esta manera, a un sistema formal de cálculo, toda una parafernalia retórica, donde la medida del “progreso” descansa sobre la base exclusiva de símbolos macroeconómicos manipulados independientemente del mundo de la marginalidad y la miseria integral en la que permanecen atados miles y miles de conciudadanos. De hecho, los datos revelan que, a pesar del avance en materia de la doctrina macroeconómica, el país no ha podido superar los aterradores contrastes sociales debido a la ominosa e injusta distribución de las riquezas.
De hecho, una gran mayoría del pueblo dominicano vive en la pobreza y la pobreza extrema, pagando las consecuencias del modelo neoliberal que han impuesto los poderes fácticos. Ello así en virtud de que las leyes del mercado no tienen conciencia social en cuanto a lograr un mejor reparto de los ingresos y, en general, de los bienes sociales. De ahí que el Estado deba intervenir con la finalidad de implementar una serie de políticas públicas tendientes no sólo a la “reducción de la pobreza”, sino más bien a extirparla, definitivamente, de la nación quisqueyana.
Bien visto el punto, es harto manifiesto que los datos a que recurren los apologistas del crecimiento y desarrollo económicos se deducen de un sistema formal de cálculo incapaz de explicar la incongruencia de la llamada estabilidad macroeconómica con el entorno y solución de las necesidades de los sectores empobrecidos. En otras palabras: para generar el crecimiento económico basta que se cumplan determinadas premisas del sistema formal pre-establecido, aunque de éste queden excluidos, contradictoriamente, los axiomas propuestos que permitirían una repartición más o menos equilibrada de la opulencia pregonada por las élites evangelizadoras del sistema social vigente, cuya inventiva terminológica también les sirve como instrumento de control o entumecimiento del cuerpo social de la masa de indigentes.