En la ideología racista a la dictadura a Trujillo se le presentaba como el constructor del ideal nacional y se realizaba un contrapunteo entre una memoria trágica y un presente pletórico de realizaciones extraordinarias. La esencia de lo nacional se compendiaba en la hispanidad y la nación dominicana se presentaba como una extensión de las raíces hispánicas que databan desde el Nuevo Mundo. De modo que las formas de pensamiento, costumbres y organización del pueblo dominicano eran una continuidad del seno hispánico.

En el decurso histórico la esencia nacional se presentaba como el enfrentamiento entre dos grupos nacionales contrapuestos, uno de los cuales debía aniquilar al otro en el espacio insular, que era uno de los problemas centrales del nacionalismo trujillista, concretizado en el discurso antihaitianista.

La oposición entre civilización y barbarie se construyó sobre la base de la ideología del hispanismo. La barbarie es negra y la nación debe unificarse frente a Haití y dado que la población dominicana asumía los rasgos esenciales de lo hispánico se rechazaba el componente africano que entraba en su composición para lo cual se inventó la fórmula de ”raza blanca mestiza”. (1)

En esta ideología racista la nación dominicana se presentaba como superior a la haitiana y de ahí una condición de enfrentamiento entre ambos pueblos que debía conducir a una solución donde el grupo superior destierra al inferior. De esta manera, a los haitianos, de supuesto origen netamente africano, se les presentaba como una amenaza a la pretendida pureza étnica de los dominicanos. Su penetración o infiltración pacífica contribuía “desnacionalizar” grandes porciones del territorio dominicano.

Los intelectuales que justificaron la matanza manejaron contenidos comunes tales como la de percibir al haitiano como un invasor, la desproporción entre el excesivo crecimiento demográfico y el reducido espacio físico, la sub humanidad y el salvajismo de los haitianos, la procedencia africana de los mismos, contrapuesta al carácter hispánico de los dominicanos que era blanco, mestizo, católico, la inferioridad racial de los haitianos, la desnacionalización progresiva de la frontera, el predominio de lo mágico supersticioso en los haitianos como el vudú, la presencia en la frontera de una banda de merodeadores haitianos que se dedicaban a robar a la población civil, etc.

El discurso hispanista distingue dos tipos de negros, debido a que hubo dos esclavos diferentes, dos amos y dos historias. El negro dominicano fue “espiritualmente español”, “un africano que termina siendo absorbido por el modo español”. Su hispanismo es tan antiguo como la propia esclavitud y ese “residuo espiritual es un legado que luego tendrá vastas, vastísimas proyecciones históricas, con lo español como denominador común. El del Este ha sido un negro español”.

En contraste, no se podía decir que el negro del oeste, el haitiano, sea o haya sido un negro francés, pues el trato de bestia no permitió al esclavo asimilar los modos del amo. El negro haitiano estuvo emplazado en el barracón, en la sementera en la caballeriza. “Lo que caracteriza al negro haitiano es la supervivencia en el de costumbres y ritos ancestrales, su permanencia psíquica en el misterio de su lejana noche africana”. (2)

Freddy Prestol Castillo (1914-1981)

Joaquín Balaguer apela a los intelectuales

Prácticamente la totalidad de los intelectuales dominicanos residentes en el país apoyaron activamente la matanza de haitianos y muy pocos evadir la deleznable encomienda. A finales de noviembre de 1937, el secretario de Estado de la Presidencia, Joaquín Balaguer, remitió un memorando a todos los intelectuales con instrucciones específicas para que escribieran sobre el incidente domínico-haitiano. Uno de los contactados, el Lic. Cayetano Armando Rodríguez, respondió que estaba dispuesto a complacer su honorable amigo (Trujillo), sin embargo, alegó encontrarse en un estado de salud “malísimo” a consecuencia de un “ataque prostático” que no lo dejaba vivir. Pero otros acogieron de buen modo la solicitud.

El Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, por ejemplo, publicó de forma anónima dos artículos cuya autoría reconoció en 1955 en su libro Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822, texto donde afirma que la relación normal entre blancos y negros es la dominación de los primeros sobre los segundos y ese orden era precisamente el que trató de trastocar Boyer en 1822. La independencia nacional tuvo una expresión racial más que una contradicción nacional.

El primero de ellos apareció el uno de diciembre de 1937 en el periódico La Opinión con el título ”Invasiones e incursiones de Occidente”, y el segundo el 9 de diciembre del mismo año que tituló ”Aspectos de inmigración haitiana” donde afirma que las corrientes migratorias haitianas tienen distintos destinos: la élite se moviliza hacia los principales centros culturales como París, mientras el pueblo bajo se dirigía de manera preferente hacia Cuba y República Dominicana y era de la “peor especie” pues estaba compuesta por:

“[…] negros, en su totalidad desnudos, analfabetos, casi siempre famélicos y enfermos… que traen consigo la miseria, las supersticiones, la amoralidad, la africanización, a cambio del esfuerzo muscular del esclavo, rendido en la faena sin que en la hora del descanso encuentre holgura para ninguna actividad de la vida civilizada. Podría decirse que el sudor del inmigrante haitiano fecunda la tierra y ennegrece el fruto”. (3)

El 14 de diciembre, 1937, Rodríguez Demorizi le envió una carta a Trujillo donde le informaba la publicación de los dos artículos como parte de “sus modestas actividades en pro de su Gobierno” y le aclaraba que aparecían sin firma por su condición de empleado de la Cancillería y por juzgarlo así oportuno el secretario de Relaciones Exteriores, Lic. Ortega Frier. En su libro Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822, Rodríguez Demorizi reconoce, en forma honesta, la autoría de esos dos artículos, y expone la racista consideración de que la condición normal y natural de las relaciones entre blancos y negros es la condición dominante de los primeros sobre los segundos, que es el tema que subyace en el título de la obra de Balaguer titulada La isla al revés. Haití y el destino dominicano, Santo Domingo, texto en el cual reproduce las mismas tesis contenidas en su libro La realidad dominicana.

Para varios intelectuales los habitantes de la frontera se hallaban al margen del ordenamiento jurídico e ideológico de la República Dominicana. Freddy Prestol Castillo, por ejemplo, consideraba que hasta la llegada de Trujillo al poder “aquel ámbito geográfico no se había incorporado a la patria. Había sido un mercado de contrabandos, paralelo a un rusticano feudalismo de criollos gordos que huían al sol; mientras en la dehesa, el negro de Haití cumplía su fatalismo de buey”.

En dichas “latitudes”, donde se libraron las batallas que hicieron libre la República Dominicana, sencillamente no estaba la República. Allí “estaba emplazado y extendido, Haití”; “aunque la carta geográfica indicaba que el importante poblado fronterizo, antemural del sentimiento español, nos pertenecía”. Dicho espacio se hallaba “huérfano de un factor representativo y político, que inculcara en aquellas lejanías la noción de nacionalidad”. Solo Trujillo pudo lograr Trujillo afrontar esa “realidad dramática”. (4)

Ramón Marrero Aristy (1914-1959), quien en su juventud fue portador de ideales revolucionarios y dominaba aspectos de la teoría marxista, al inicio de la década de 1940 oficializó su ingreso al cuerpo de intelectuales orgánicos de la dictadura. En 1943 fue designado agente cultural fronterizo y realizó un amplio periplo por el sur del país. Planteó que solo faltaba una generación para que las tierras fronterizas fueran absorbidas como antes lo había sido miles de hectáreas del territorio nacional, a pesar de los tratados, sin que mediara ninguna guerra o negociación. Afirma que en la frontera se desarrolló una población híbrida que hablaba en créol y pensaba en haitiano. Resalta el estado de promiscuidad del hombre dominicano quien poseía varias mujeres y se entregaba a una vida sensual, pobre y desocupada. La convivencia entre haitianos y dominicanos borraba “una vez más la demarcación en perjuicio nuestro”.

La región fronteriza y la República “prácticamente se habían vuelto recíprocamente las espaldas, y en realidad, en el estado en que se encontraba la primera, para incorporarla a nuestra vida institucional y llevarle nuestra cultura, era preciso realizar una obra de conquista y colonización, lo cual es preciso reconocer que se ha iniciado con todo el sentido que la magnitud de la empresa requiere”. Se requería cambiar el talante físico y moral de la región y sus hombres para lo cual se requería una lucha como la que había emprendido Trujillo, quien logró que la República vuelva la cara a esa región que estaba a sus espaldas. (5)

Ramón Marrero Aristy (1914-1959). Fuente: Archivo General de la Nación.

El tándem Peña Batlle y Balaguer

La principal ofensiva antihaitiana la encabezó la pareja compuesta por Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954) y Joaquín Balaguer (1906-2002), dos intelectuales portadores de una ideología racista. A Peña Batlle le correspondió propinar el puntillazo final a la cuestión del exterminio de haitianos, en su discurso pronunciado en la inauguración de la provincia San Rafael (Elías Piña) el 16 de noviembre de 1942, para lo cual utilizó “consignas reaccionarias de nacionalismo derechista, racismo, catolicismo inquisitorial, hispanismo y otras motivaciones que pasaron a formar parte del corpus doctrinario del régimen”. (6)

Comienza su ponderado discurso antihaitiano estableciendo que del lado de la República de Haití no habrá nunca interés en contener “la corriente de expansión social y biológica” dirigida contra los dominicanos. Por consiguiente, cada vez que se trace una nueva frontera será en menoscabo del territorio español de la isla, así como de sus costumbres sentimientos y recuerdos. Y es deber de los dominicanos impedir que fracase la nueva demarcación hecha por Trujillo para lo cual están compelidos a emplear todas las fuerzas de su “vitalidad colectiva”, los “recursos más recónditos” y el último “aliento de nacionalidad”. La frontera tiene significados diferentes para ambos pueblos.

“[…] para los dominicanos la frontera es una valla social, étnica, económica y religiosa absolutamente infranqueable; en cambio, para los vecinos, la frontera es un espejismo tanto más seductor cuanto mayor sea el desarrollo del progreso y más levantado el nivel colectivo en la parte este”. (7)

Al igual que otros intelectuales racistas que le sucedieron, en lugar de utilizar el concepto de inmigración o de flujo migratorio unilineal, Peña Batlle usa el concepto ideológico de infiltración, que implica infundir ideas, nociones o doctrinas, para referirse a la desesperante realidad de un pueblo como el haitiano que “infiltra con persistente lentitud”, pero de forma segura, la influencia de sus fuerzas negativas en un medio social apropiado para ello. También a un elemento común de la ideología racista, relativa a la supuesta capacidad excepcional de reproducción de los haitianos que ha dado como resultado una densidad demográfica creciente en contraste con lo exiguo y montañoso de su territorio.

La nación dominicana, española, católica y cristiana hubiera conservado su pureza de no haber sido por el “injerto” que desde fines del siglo XVII se acopló al tronco originario para infectar su savia con la de agentes “profunda y fatalmente” diferentes de los que en principio se establecieron en La Española. Desde ese momento sus habitantes han tendido que resistir la penetración del tronco originario.

Por consiguiente, los haitianos no debían “alarmarse” si al fin los dominicanos, bajo el impulso de un hombre decidido como Trujillo, “sacudimos una actitud impropia” como fue la matanza. No existe ningún “sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial” que pudiera obligar con indiferencia el espectáculo de la penetración haitiana al territorio dominicano.

A juicio del autor de La isla de la Tortuga, el haitiano que emigra a República Dominicana no es el de “selección”, aquel que forma parte de los estratos superiores de la sociedad haitiana, el de mayor ilustración y poder económico, sino el haitiano “indeseable”, de raza netamente africana, que no puede representar ningún incentivo étnico.

Se trata de un haitiano mal alimentado y peor vestido, débil, carentes de medios permanentes de subsistencia, […] aunque muy prolíficos por su bajo nivel de vida”, inficionados de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarados por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas que medra en los bajos fondos de la sociedad haitiana. (8)

La práctica del vudú devenía en otra influencia nociva para la católica nación dominicana. La numerosa clase de esclavos, impermeable a toda influencia de la cultura, asentados en el oeste de la isla, nunca se mezcló con sus amos blancos. Por tanto, mantuvo intacta la estructura de sus sentimientos animistas, formados en África, en consonancia con los ritos de donde se originaban las víctimas de la trata negrera. El catolicismo no pudo impedir el ejercicio de los diversos que portaba esta nueva colectividad. Por el contacto entre todos los esclavos, con el discurrir del tiempo se produjo la unidad de los diversos ritos de donde se originó el vudú. (9)

Conforme al criterio de Peña Batlle, el culto popular haitiano llamado vudú, también representaba una amenaza para la Nación católica, cristiana y de acendradas raíces hispánicas que era el pueblo dominicano. El vudú no era más que una “psiconeurosis racial de orden religioso” y una “supervivencia del fetichismo y del animismo africano”. (10)

A partir de la matanza se construyó una imagen de Trujillo que lo presentaba como de indiscutible origen hispánico y el salvador de la nacionalidad dominicana de la influencia haitiana. En este nuevo nacionalismo mistificado se omitía el componente africano y popular en la Nación dominicana, y el dominicano católico e hispano aparecía como superior al enemigo: el haitiano.

La refutación del Dr. Jimenes Grullón

Desde el exilio antitrujillista el doctor Juan Isidro Jimenes Grullón refutó de forma contundente el discurso racista de Peña Batlle, a quien define como una mezcla oscilante entre Goebbels y Rosenberg dentro de la dictadura de Trujillo en tanto comparte con ellos la idea de que la nación es una “entidad inmutable” que desarrolla la sustancia específica de esa raza. Lo pondera como la culminación intelectual de una campaña racista de acentuada esencia reaccionaria y reconoce que Trujillo seleccionó el “mejor portavoz” pues este era portador de “ricas dotes de inteligencia” en particular de “organización mental”.

Pero al mismo tiempo lamenta que las ideas expuestas en el discurso, en lugar de reflejar verdades, “expongan criterios detestables e inciertos”. Entiende que Peña Batlle utilizó argumentaciones idénticas a las de Adolfo Hitler para exterminar a los judíos y proclamar la raza aria cuando percibe en los estratos inferiores del pueblo haitiano a un grupo étnico estático, incapaz de evolución y de progreso.

Referencias

(1) R. Cassá, Capitalismo y dictadura, Santo Domingo, 1982, pp. 761-762.

(2) Véase Paisajes y meditaciones de la frontera, Ciudad Trujillo, editorial Cosmopolita, 1942.

(3) Ambos artículos se encuentran localizados en el Archivo General de la Nación (AGN), Fondo Presidencia (FP), Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).

(4) F. Prestol Castillo, Paisajes y meditaciones de la frontera.

(5) R. Marrero Aristy, La ruta de los libertadores. Impresiones de un periodista, Ciudad Trujillo, editorial La Nación, 1943.

(6) R. Cassá, Capitalismo y dictadura, Santo Domingo, UASD, 1982, p. 599.

(7) Manuel Arturo Peña Batlle, “El sentido de una política”, discurso pronunciado en la inauguración de la provincial San Rafael (Elías Piña), La Nación, 16 de noviembre de 1942.

(8) Ibidem, p. 501.

(9)  M. A. Peña Batlle, Ensayos históricos, Santo Domingo, 1989, p.157.

(10) M. A. Peña Batlle, ”El sentido de una política“.