“Actualmente, la gente en Estados Unidos le tiene más miedo al nihilismo republicano que al supuesto ‘socialismo’ demócrata”. Sean Diament, Profesor Visitante de Ciencia Política, Pomona College.

El pasado martes 8 de noviembre asistí a un evento del Departamento de Ciencia Política de la universidad donde trabajo en California sobre las elecciones estadounidenses de medio término de ese día. La actividad, dirigida al estudiantado de Pomona College, iba a empezar con las palabras de David Menefee-Libey (@DMenefeeLibey), profesor de dicho departamento y consumado politólogo experto en el sistema electoral del país. Por eso, como hago siempre que puedo, me aparecí rauda y veloz para aprender en vivo y directo de la sabiduría y experiencia de mis colegas.

El profesor Menefee-Libey empezó explicando las características de las elecciones de medio término en EEUU. Igual que en República Dominicana y en la mayoría de los países en que existen, este tipo de elecciones generan menos interés que las elecciones presidenciales. Como destacó Menefee-Libey, en el contexto estadounidense también se caracterizan por ser un “referéndum” sobre el presidente de turno y porque típicamente pierde el partido en el poder. Y desde 1922 solo había habido tres excepciones a esta regla: en 1934 (cuando Roosevelt convenció a la gente a que eligiera demócratas para ayudarle a sacar el país de la Gran Depresión), en 1998 (por la simpatía que generó el proceso de destitución iniciado contra Clinton) y en el 2002 (por el apoyo a Bush hijo después del ataque del 11 de septiembre).

Estas razones, combinadas con la propaganda republicana y los bajos niveles de popularidad del presidente Biden, dieron lugar a la narrativa de la llamada “marea roja” que por semanas dominó los debates en los medios de comunicación y las redes sociales a pesar de que no era necesariamente lo que indicaban las encuestas más tradicionales. Según esta narrativa dramática cual telenovela mexicana (como le gusta a CNN), el rojo, color sagrado para el Partido Republicano como lo es en nuestro país para el equipo del Escogido, cubriría indetenible el mapa electoral de los EEUU llevando a dicho partido a retomar fácilmente el control tanto del Senado como de la Cámara de Representantes. Pero, como ya sabemos, la marea roja no pasó de ser una jarinita rosada en la que el Partido Demócrata ha mantenido su control del Senado y la Cámara de Representantes está todavía en veremos.

La narrativa de la marea roja fue tan apabullante que el hecho de que no ocurriera era algo que no esperábamos ni siquiera las y los profesores y estudiantes que mirábamos la pantalla esa noche al borde de un ataque de nervios al más puro estilo Almodóvar. Tomen en cuenta que Pomona College, como muchas universidades en EEUU, es una burbuja progresista donde la gran mayoría de la gente vota por el Partido Demócrata, el Partido Verde o por candidaturas independientes. Por eso, mientras veía la presentación en el cómodo salón de conferencias de uno de los edificios históricos de Pomona, me preguntaba si nuestra conversación era también relevante para la mayoría de la población del país.

Imaginaba que sí porque en el sistema estadounidense de solo dos partidos mayoritarios, el impacto del ex-presidente Trump en el Partido Republicano ha profundizado la tendencia ya marcada que tenía ese partido de alejarse de las necesidades de las comunidades pobres, las minorías raciales, las mujeres, la comunidad LGTBQ y otros grupos que desde hace décadas son el sostén del Partido Demócrata; casi exactamente lo contrario de lo que ocurría durante las primeras décadas de vida de ambos partidos en el siglo XIX.

Esta profunda transformación fue iniciada por los líderes del Partido Republicano en la famosa “Estrategia Sureña” (“Southern Strategy”) de los años ‘60 en que apelaron al racismo de la mayoría blanca del sur del país para aumentar su influencia en esa zona. Desde entonces, la derecha estadounidense evita hablar de la extrema desigualdad y concentración de la riqueza en EEUU desviando la atención del público hacia las llamadas “guerras culturales” (sobre la inmigración, el aborto, la diversidad sexual, etc.) que han convertido en prioridad para las comunidades blancas de clase media y alta en los suburbios y las zonas rurales, especialmente, ya se imaginan dónde… en el sur y el centro del país.

El partido de Lincoln y de la eliminación de la esclavitud hace mucho tiempo que se convirtió en el partido de la gente rica y sus causas. Reagan y sus políticas a favor del libre mercado, la reducción de los impuestos y la consolidación de los EEUU como el supuesto “líder del mundo libre” movieron el Partido Republicano aún más hacia la derecha; una tendencia que Trump llevó hasta el paroxismo. Sin embargo, hasta Reagan y Busch hijo, quienes nunca tuvieron problemas para interferir con la política en otros países, intentaban guardar un poco las formas cuando de la estadounidense se trataba. Trump, por el contrario, es el único presidente de EEUU al que se le han iniciado dos procesos de destitución, el único que se ha negado a felicitar a su sucesor, alegado que las elecciones fueron un fraude en su contra y liderado una insurrección en el Capitolio como han confirmado las investigaciones del comité del Congreso a cargo del tema.

Y ahora verán porque acabo dar este rodeo histórico (gracias por la paciencia) porque aquí es que nos ayuda nuevamente la experiencia del profesor Menefee-Libey. En su presentación enfatizó que, a pesar de las tendencias históricas que definen las elecciones de medio término en EEUU, también teníamos que tomar en cuenta que el país está en un momento inédito por la extrema polarización política que vive. Por ejemplo, nos contó que cuando él empezó a estudiar las elecciones estadounidenses en los años ’90, cerca de la cuarta parte de los puestos del Congreso podían caer tanto en manos republicanas como demócratas mientras que ahora eso únicamente ocurre con el 10% de los puestos.

Con esta historia y este nivel de polarización en EEUU, mucha gente había llegado a creer que el avance de la extrema derecha representada por Trump y sus “election deniers” (la gente que niega que Biden fuera elegido en el 2020) era indetenible. Pero ha sido todo lo contrario. Aunque el Partido Republicano ha ganado terreno, casi todas las candidaturas apoyadas por Trump fracasaron y el electorado demostró que entiende el peligro que la extrema derecha significa para las reglas del juego democrático; una lección importante a la que también debemos prestar atención en la política dominicana y latinoamericana. Es cierto que todavía pueden causar mucho daño si ganan control de la Cámara de Representantes, como advierten ya varios análisis, pero eso no debe hacernos perder de vista que los reveses sufridos por la extrema derecha de EEUU son históricos en el contexto actual.

Más aún, porque los resultados de estas elecciones históricas, como coinciden la mayoría de los análisis hasta el momento, fueron empujados por la gente joven (la famosa “Generación Z”) motivada por temas como la desigualdad y el cambio climático y las mujeres motivadas además por la forma en que la extrema derecha logró eliminar el derecho a decidir sobre sus cuerpos. De hecho, como dijo el profesor Menefee-Libey, otra de las particularidades de estas elecciones es que la Suprema Corte de Justicia estadounidense estaba también siendo evaluada por su decisión de revertir la sentencia Roe vs. Wade que permitía la posibilidad de interrumpir el embarazo.

Una decisión que ha llevado, por primera vez en la historia del país a que el nivel de rechazo a la Suprema (58%) sea mayor que el del presidente de turno (52%) y del presidente anterior (54%) tal y como destacó la profesora Amanda Hollis-Brusky (@HollisBrusky), una destacada experta en el tema. Al parecer, se está cumpliendo la profecía de la jueza Sonia Sotomayor, sobre el riesgo de que esa decisión creara un “hedor en la percepción de la gente si llegara a creer que la Constitución y su interpretación son meros actos políticos”. Prestemos atención, mi gente, prestemos atención.