En el debate político actual, algunos analistas emplean el término inglés “woke” para referirse a lo que tradicionalmente conocimos como la izquierda política. El término woke debe su origen a una canción de blues llamada “Scottsboro Boys”, del cantante Lead Belly (1938). El móvil de la canción fue la indignación provocada por la condena de 9 adolescentes negros acusados injustamente de unas violaciones y que generaron un movimiento internacional de protesta. De ahí, el término vino a ser sinónimo de despertar o de tomar conciencia sobre las injusticias sociales.

Sin embargo, paulatinamente, el concepto ha terminado describiendo una tendencia política dentro de la izquierda que define a un movimiento con rasgos fundamentalistas y que, en ciertos supuestos, se da la mano con la extrema derecha.

La filósofa Susan Neiman aborda el problema en su libro: La izquierda no es woke, traducida al castellano por la editorial Debate (2024). Según la autora, lo woke, “arranca con la preocupación por las personas marginadas y termina reduciendo a cada una de ellas al prisma de su marginalización” (p. 8). En otras palabras, la izquierda woke limita la la identidad de las personas a situaciones contingentes como la pertenencia a una determinada etnia, género o clase social y reduce los graves problemas sociales abordados por la izquierda tradicional en problemas identitarios.

Según Neiman, un compromiso teórico básico que distingue a la izquierda clásica de la izquierda woke es la defensa del universalismo, la convicción de que existen ciertos principios que trascienden las diferencias históricas y culturales. Podemos pertenecer a distintas etnias y culturas, pero nos encontramos entrelazados por ser parte de la especie humana. La izquierda woke promueve el localismo, pues piensa el universalismo como una máscara que oculta cosmovisiones excluyentes como el etnocentrismo.

Sin la idea universalista de “humanidad”, heredada de la Ilustración, jamás habríamos asumido el principio de la dignidad personal, ni tampoco, los derechos humanos, ideas que hoy constituyen referentes éticos y conceptos guía en el desarrollo de las sensibilidades sociales.

El reconocimiento de las especificidades propias de los distintos grupos sociales no debe perder de vista la expresión de Frantz Fanon recordada por Neiman: “Todas las formas de explotación son idénticas porque todas se aplican contra el mismo objeto: el ser humano”. (p.64).