Al señalar, con buenas intenciones, los errores de la izquierda, se hace con el objetivo de permitir levantar cabeza; sobre la base de ir corrigiendo los malos pasos que han servido de retranca a la única opción política saludable que le queda al pueblo dominicano. Pueden estar convencidos de que no desmayaremos. Es el único procedimiento adecuado que, en la marcha, deshacer un entuerto, arreglamos la carga. Confundir el
Ayer le decía, entre otras cosas, que la izquierda siempre ha llegado tardes al llamado de la historia. Imposible olvidar que también he criticado la dispersión y la falta de unidad. Ahora, presento un aspecto muy sensible que produce intenso dolor imperceptible y afecta el trato institucional y personal de los grupos revolucionarios: la competencia innecesaria.
La competencia, disputa por superar uno al otro, posee un sello de clase que forma parte de la concepción que se tenga del mundo. Al ser humano se le educa de acuerdo con la ideología dominante. La nuestra es capitalista, con sus deformaciones, y burguesa, con presencia muy acentuada de la pequeña burguesía.
Una característica de la pequeña burguesía, hija de padre y madre de la burguesía, es la competencia entre sus integrantes. Así nace, crece y se reproduce en una sociedad que la instruye e inclina enfrentarse para triunfar en sus aspiraciones. El individualismo, la esencia conductual del capitalismo, es el motor de un ser humano que lo impulsa a alcanzar el progreso, en la medida que cada uno logre vencer, por las ansias de ganar.
Estas manifestaciones conductuales se expresan en las actividades políticas y por consiguiente en el litoral de izquierda. El individualismo y la competencia causan irreparables daños, cuando se producen entre organizaciones hermanas que compartes iguales objetivos tácticos y estratégicos.
¿Cuándo es una competencia innecesaria? En la medida que la pugna ocurre por alteraciones emocionales, vanguardismo infantil, falta de argumentos, inventos conceptuales, etc. Por otro lado, puede ocurrir que en un momento determinado califique y enfrente a un amigo como el enemigo, confundir el aliado, por un enfoque equivocado de una coyuntura. En ambos casos, se produce una rivalidad momentánea que afecta el objetivo por alcanzar.
En la década del 1960, el trabajo político de la izquierda, se realizaba en la sociedad de manera compartida en diversos frentes de masas: estudiantil, sindical, campesino, profesional, cultural, etc. Incluso, al concluir la Revolución de Abril, tenían planes de insurgencia militar en conjunto; en ningún momento perdieron su independencia partidaria.
Al finalizar la revuelta de abril, prácticamente con los norteamericanos en el suelo patrio, comienza el derrumbe del movimiento revolucionario con lamentables divisiones en todos los niveles que debilitaron la fuerza de la izquierda; produciendo, en consecuencia, competencias innecesarias.
El texto viene a colación, por los ingentes y delicados esfuerzos por articular un instrumento unitario electoral para participar en las próximas elecciones del 2024. El momento es de mucha fragilidad; manejarlo con el cuidado debido, entregando alma, cuerpo y corazón, para no caer en indelicadeza, torpe, como el de una competencia innecesaria.
El enemigo promovía y promueva, ahora, la rivalidad entre los revolucionarios. Sabe muy bien que debilita a la izquierda y estimula la maldita división. Para entender esto, no hay que ser “egresado de la NASA”. Por consiguiente, no es correcto incentivar la competencia innecesaria; desgarrándonos pendejamente.
En esta coyuntura de lucha y electoral, hay que impedir la competencia innecesaria por el uso de actitudes negativas, institucionales y personales: las descalificaciones emocionales, el individualismo, revanchismo, espíritu grupal, violaciones a los acuerdos, etc. Hay que evitar todo lo que obstaculiza un proceso unitario, transparente, confiable y duradero. Si nos enfrentamos en luchas intestinas, soterradas, no llegaremos victoriosos a ningún lado. Y el enemigo “muerto de risa”, como siempre.