Sin lugar a dudas, los revolucionarios latinoamericanos y caribeños vienen dando cátedras de cómo se debe ejercer la actividad política en una época nueva que ha impactado en forma positiva a la sociedad. Experiencia ignorada en materia práctica, por una parte, de la dirección del movimiento revolucionario dominicano. De no cambiar su manera de observar los fenómenos políticos, económicos y sociales, profundizarán el proceso de extinción, petrificando su pasado lleno de gloria y terminando confundidos, sin entender una realidad que se mueve constantemente.
El mundo ha cambiado, hasta ellos mismo lo admiten; sin embargo, no dan su brazo a torcer en el enfoque de un capitalismo muy característico en la región latinoamericana y caribeña. Destacándose una forma de gobernar y un modelo económico equivocado; como consecuencia, provocando una injusta distribución de las riquezas producidas. Pero hay más, las libertades públicas y derechos políticos, son cercenados con políticas neoliberales que desnaturalizan la esencia de la democracia representativa.
La política se juzga por sus resultados, así reza un dicho muy popular. Si se evalúa la trayectoria histórica de la izquierda de la región con la del patio, se podrá identificar una diferencia abismal, desde el cielo a la tierra. Hay coincidencias en la heroicidad y la determinación de vencer o morir. Pero la nuestra no ha utilizado, como lo hacen ellos, el espíritu crítico y autocrítico, para despejar los errores que no ha permitido avanzar.
Sin irnos muy lejos. Acaba de ser juramentado presidente de Colombia, Gustavo Petro. Exguerrillero del M-19. El mismo que fue criticado acerbamente por un sector considerable de la izquierda colombiana, por la sencilla razón de dejar las armas e integrarse al proceso democrático. Sin embargo, en esta vuelta, recibió el respaldo activo y militante de todas las izquierdas que se aglutinaron en el Pacto Histórico. Un hecho sin precedente en la historia.
¡Quién lo diría! La izquierda llega al poder en Colombia. Y no me vengan con el cuento, de que no es al poder, es el gobierno. Pura retórica que no comprende el alcance y limitaciones de un tránsito histórico muy difícil. Se puede, si señor, en esta etapa histórica, utilizar el proceso democrático para avanzar en el consistente batallar, para transformar una sociedad que ha vivido, toda la vida, para enriquecer a una clase social insaciable, empobreciendo a la mayoría de la población.
El gran problema de la izquierda nuestra es que no sabe para adónde va. Desconoce el proceso democrático en tránsito, resistiéndose a participar, con identidad propia, en el mismo. Y cuando lo intenta: unos se confunden con los conservadores, y otros participan, perdidos, con consignas, posiciones políticas y actitudes, contraria a la fase en curso. Una dualidad contradictoria que no le permite llegar a la población, diferenciándose de los corruptos e incapaces, e identificándose con nombre y apellidos propios.
La izquierda latinoamericana y caribeña tiene centenares de años en la brega, sin confundirse con la gente aquella. Apenas sobrepasamos las 6 décadas de resistir una embestida selectiva; ignorando las elecciones y votando por ellos. Nos hemos resistido a participar en democracia, pero no hay mal que dure cien años… Ya se escuchan y se observa un renacer que encause el camino de los revolucionarios dominicanos.
Otro gran problema, de no acabar, es el de la unidad. No crean, no es una falla única y exclusiva nuestra. En la región se ha transitado por lo mismo; pero ellos han sido capaces de remediar el asunto con voluntad política, transparencia y comprender, sobre todo, el proceso democrático en marcha. Si no se entienden las tareas comunes pendientes, es problemático materializar la unidad, de acción y electoral, de la izquierda y el progresismo.
La ultraderecha no tiene ninguna posibilidad, por ahora. El disyuntiva, hasta ahora, está entre los corruptos y conservadores, de derecha. La Izquierda y el progresismo, sin decidir el asunto de la unidad, dejándose acorralar. No sé que esperan para despegar con un proyecto unitario, sin excluir a nadie, que recorra unidos el camino, esperado por todos y todas, y avanzar hacia el poder. Y distanciarse de los que han saqueado las arcas públicas con toda la complicidad e impunidad del mundo.