La perspectiva que sólo da el andar del tiempo permite valorar mejor las enseñanzas destiladas de las dos iniciativas que tuvieron como denominador común la lucha contra la corrupción, la participación ciudadana, la demanda de justicia y propugnar por mejora de la calidad de gobierno. Ambas coaliciones de movimientos ciudadanos basaron sus protestas en métodos pacíficos, pero lograron reflejar con contundencia no menor el repudio de la sociedad a lo mal hecho, impulsar la decencia administrativa y combatir la impunidad.
Ambiente fecundo
Es correcto reconocer a la Iniciativa Participativa contra la Corrupción (IPAC) el mérito de haber creado un ambiente adecuado para la realización de un diálogo social fecundo, que dio a luz el primer plan integral de acción contra la corrupción en República Dominicana. Su promoción fue liderada por el gobierno de entonces en coordinación con la sociedad civil, el sector privado y organismos internacionales (PNUD, Banco Mundial, y más). Fue articulador de un esfuerzo multisectorial anticorrupción.
El largo alcance de la corrupción administrativa, la reconocida baja calidad de la institucionalidad, la desconfianza ciudadana y la impunidad predominante en el escenario nacional fueron temas relevantes que oficiaron de caldo de cultivo para el desarrollo del movimiento anticorrupción.
Puede sostenerse que, en gran medida, el proceso de movilización y diálogo se desarrolló sin embelecos, sin agitación de espíritu ni reflejos de mente ansiosa, perturbada o intranquila. Así nunca se puede dialogar, así no es. En la IPAC hubo de todo, pero predominó un clima caracterizado por la inclusividad, el respeto a las posiciones de la otredad, el diálogo templado, el poco ruido. Fue un ambiente adecuado para hablar con la verdad. Así se dio.
La implementación de la mayoría de las 30 recomendaciones de la IPAC dejó huellas duraderas en la medida en que se tradujeron en normativas y se institucionalizaron buenas prácticas a servicio de una cultura de transparencia y rendición de cuentas.
Puede suponerse que, la creación de mejores capacidades (normativas, institucionales) para inducir el bien hacer las cosas repercutió en alguna medida en mejora de la calidad de la gestión pública en el país. Muchos de los resultados pueden verse, están ahí, en versiones mejoradas con el tiempo. Gracias a la IPAC.
El valor del ser ciudadanía
De otra parte, vale sostenerse que la característica distintiva y más hermosa de la Marcha Verde fue ser un movimiento genuinamente popular que tuvo la capacidad de interpretar fielmente el ánimo ciudadano y traducirlo eficazmente en sus demandas. Sus consignas: oportunas, incontestables, puras, cuadraban `de pe a pa´ con el hartazgo colectivo de una sociedad supremamente sensibilizada y alzada contra la corrupción, que exigía justicia, transparencia y el fin de la impunidad.
Era el contexto en que, el escándalo Odebrecht había desatado en República Dominicana una profunda indignación social tras revelarse el supuesto pago de sobornos millonarios a funcionarios y legisladores para obtener contratos públicos. Fue el caldo en que se cultivó la Marcha Verde.
A cuentas de ser reiterativo, los líderes sociales del movimiento Marcha Verde se mostraron asertivos, duchos, artillados de la sapiencia adecuada para interpretar sin equivocidad los signos de los tiempos, traducirlos en consignas y convocar a la marcha de protesta ciudadana. Tuvieron sentido del momentum, de la oportunidad servida por tanta comisión de lo mal hecho de parte de un grupo de supuestos servidores públicos dados a las malas artes de la corrupción administrativa. La sociedad civil brilló entonces. Lo hizo bien, ¡qué bueno!
Con poco lugar a dudas puede sostenerse que el movimiento Marcha Verde y su posterior instrumentalización política significó el principio del fin del entonces partido en el poder.
Tentación, pesca y resultados
Ocurrió… como se dan las cosas cuando son del alma (Indio Duarte). Como quien dice, casi sin saber cómo ni cuándo, ni sin importar el a través de qué, ni vía quiénes. La cosa es que sucedió. La oposición política, que había echado el ojo al filón que significaba el movimiento ciudadano, se echó rauda a pescar en ese mar. Y ya en pesca, hizo suyas las causas ciudadanas de la marca Marcha Verde.
Es que, generalmente, los movimientos ciudadanos provocan tentación; son carne atractiva para los partidos políticos en tanto que fuentes de legitimidad, de apoyo popular y de capital electoral. La medida en que, por naturaleza, son expresión de demandas sociales genuinas y, por consiguiente, son capaces de movilizar grandes sectores de la población les convierte fácilmente en prenda primorosa a conquistar. Son vistos como una oportunidad “pueblear”, para los partidos alinearse con las causas de sociedad, mejorar su imagen pública y fortalecer su base de apoyo.
Parece que, con vista a esto, pasó lo que pasó. Desde esta perspectiva, lo hicieron bien, lograron el resultado. Sacaron al partido en el poder del sitial que había ostentado de manera casi continua por cuatro períodos consecutivos. Fue histórico.
(En la coyuntura, no faltaron quienes evocaban la consigna levantada en tiempos idos por la derecha política de México encarnada en el PAN (¡qué coincidencia!). Era en el entorno de la parada del metro Miguel Hidalgo. A metros vista, se imponía soberbio el Monumento a la Revolución, la imponente Casa Nacional del PRI y, frente a frente, la emblemática y entonces todopoderosa Central General de los Trabajadores (CGT). Y destacaba enorme una pancarta que sentenciaba: “No hay PRI que dure cien años ni pueblo que lo resista”; junto a otra que consignaba: “México: Creeré en ti cuando desaparezca el PRI”. Probablemente había alta coincidencia de sentir entre el ánimo de buena parte de la derecha política en el México de aquellos años (los ochentas y noventas del siglo pasado) y el de una parte de la sociedad dominicana, con derechas incluidas, en las postrimerías del largo período de gobiernos sucesivos del partido en el poder a finales de la década pasada).
Hay quienes piensan que, más allá de haber oficiado como especie de suplemento vitamínico al ser captada por la oposición política, las huellas duraderas de la Marcha Verde se concretaron más que nada en su contribución a sacar al entonces partido en el poder; y que, más allá de esto, los resultados de ese movimiento tan hermoso que germinó en la cantera de la sociedad civil son discutibles o están por verse. Puede ser.
Hay méritos imputables al menos parcialmente a la Marcha Verde, inscritos en esfuerzos de reforma de la calidad normativa, al desarrollo institucional y a la suma de capacidades para las buenas prácticas de gestión pública. Esos esfuerzos son impulsados por la actual Administración de gobierno desde el 2021. El Programa de Reforma y Modernización de la Administración Pública, nueva vez auspiciado por el BID, es prometedor en términos de escalar la calidad de la gestión, mejorar los resultados de gobernanza y reforzar la transparencia y la rendición de cuentas. En buena medida, dicho programa es como especie de una oración contestada a parte de las demandas del movimiento ciudadano.
Es Saramago que, en una de sus magníficas e incisivas creaciones, apunta que: “Mañana, si dios quiere, el rey manda y el buey jala, va a llover”. Hemos de consentir que Dios lo quiere, ¡él siempre quiere! Además, que “el rey manda”, ha mandado; pues hay leyes, reglamentos, reconfiguraciones del arreglo administrativo y otros medios normativos que impactan o prometen impactar positivamente la calidad de la gestión, la transparencia y evitar la corrupción y la impunidad. Supongamos que, en estos términos, el rey aún sigue mandando.
Ahora, en la cadena de valor público, río abajo, sólo falta que el buey jale, y lo haga bien. Que los funcionarios públicos y los órganos que operan la gestión en función de los objetivos buscados le hagan como el “Pepe” de las Chicas del Can: no es que no aprieten, es que sepan apretar. Sólo si hacen bien las cosas se verán los resultados.
Si los bueyes jalan bien, buenas prácticas de gobierno se agregarán y sumarán a lo logrado por obra y gracia de aplicar las herramientas emanadas de la IPAC y de hacer valer una superior voluntad política que estaría casada con las demandas de la marca Marcha Verde.
Entonces, se verán más y mejores resultados de transparencia, de calidad de del gasto y avances en la neutralización de la corrupción administrativa. Y baja de la impunidad.
Conclusión. Sean esas, las marcas imborrables atribuibles como heredad común a IPAC y Marcha Verde, y su contribución a disponer de mejores calidades de gobierno y a la construcción de una mejor sociedad.
¡Así sea!