Con el Zar Nicolás II en el trono, triunfa la revolución de octubre de 1917. Esta revolución no fue concebida por Lenin como un Proyecto Nacional, sino, como un proyecto socialista, ya que él entiende que las nacionalidades van en contra del socialismo, que es internacionalista. Lenin se encuentra en Zúrich, Suiza, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Llegó auto-exiliado en 1905, después que Rusia fuera derrotada por los japoneses y, luego de un primer intento por derrocar al gobierno zarista. Durante su exilio de doce años se dedicó principalmente al estudio de las obras de Marx, Engels, Hegel, entre otros autores. Son muy conocidas las visitas diarias que Lenin hacía a la biblioteca pública de Zúrich. Para poder regresar a Rusia tiene que cruzar toda la frontera alemana, lo cual, le lleva hacer un pacto con el enemigo, Alemania, que está en guerra contra Rusia conjuntamente con los imperios Austrohúngaro y Otomano. Con el aval de Hindenburg, el pacto se lleva a cabo, el cual se divide en dos etapas, la primera: sacar a Rusia de la guerra para debilitar la alianza que ésta tiene con Inglaterra y Francia (La Entente Cordiale) y, la segunda: consiste en una serie de concesiones que, no se concretiza, porque Alemania salió derrotada de la contienda. El vagón del tren era “sellado”, para que nadie lo requisara. En el mismo, además de Lenin, viaja un grupo de alrededor cuarenta revolucionarios rusos exiliados. Todos están conscientes que al llegar a la Estación Finlandia de Petrogrado (hoy, de nuevo, San Petersburgo), pueden ser apresados y fusilados, por pactar en plena guerra con el enemigo. Desde la llegada de Lenin en abril, su consigna fue: “paz y pan”. Necesitaba la “paz” porque no podía al mismo tiempo estar inmerso en hacer la revolución y participar en una guerra mundial que, según su concepción, “era una guerra de rapiña entre países capitalistas”, a la vez que daba cumplimiento al pacto llevado a cabo con el Alto Mando alemán. Y, el “pan”, porque esa es, precisamente, la primordial necesidad del pueblo, debido a la escasez y a la debacle de la economía, que se agudizó a partir de la guerra. A partir de 1922, este nuevo Estado, fruto de la revolución, además de Rusia, queda integrado por Bielorrusia, Transcaucasia y Ucrania, esta última, aprovechando la revolución de 1917, proclamó su independencia del Imperio Zarista; pero, luego es invadida por el Ejército Rojo y anexada. Pasando a ser, a punta de pistola, miembro fundador junto con las otras tres repúblicas, de la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Tras la muerte de Lenin en 1924, asciende al poder Stalin, una figura que no cree en el “socialismo internacionalista”, sino en la hegemonía rusa. A Ucrania, desde la época de los Zares, se le prohíbe usar su propio idioma. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la URSS pasa de cuatro a quince repúblicas y se convierte en la segunda potencia mundial, solo por detrás de los Estados Unidos de América (EE.UU.). Antes de iniciarse las hostilidades de la Segunda Gran Guerra, Stalin llega a un acuerdo o pacto expansionista, llamado “Ribbentrop-Mólotov”, con el dictador y genocida alemán, Adolf Hitler, mediante el cual éste invade Polonia y Stalin se anexa los países Bálticos. Lo paradójico de todo es, que luego de la derrota de los nazis, nadie cuestionó esta anexión, legitimando un pacto que se hizo con Hitler. Así fue como países y reinos independientes quedaron subyugados por más de cuarenta y ocho años, hasta la implosión de la URSS. Hoy se puede comprender porqué los países Bálticos están tan radicalizados en contra de la Rusia de Stalin, perdón, de Putin.

Todo lo anterior da lugar a que a partir de la segunda mitad de los años cuarenta, Stalin comience de manera constante y sucesiva, a invadir países y a deponer gobiernos, sustituyéndolos por dictadores, títeres de Moscú. En la década del cincuenta tuvo lugar la sangrienta invasión de Budapest, Hungría y el derrocamiento de su gobernante para colocar a un traidor. Es así como podemos ver que esta costumbre de entrar, meter los tanques, sacrificar a la población, cambiar el gobierno y poner un dictador pro ruso, no se la inventó Putin. Esta ha sido la centenaria conducta de los gobernantes rusos. Lo mismo sucedió en Praga, Checoslovaquia, en tiempo de Nikita Kruschev.

Putin con su invasión a Ucrania, consiguió todo lo que no quería y tampoco le convenía: revivió y fortaleció a la OTAN, que “estaba en muerte cerebral”; unificó la Unión Europea; acercó y devolvió la confianza perdida por parte de la Unión Europea hacia los Estados Unidos; consiguió lo que Biden no pudo, impedir que el Nord Stream 2 entrara en funcionamiento; Suecia y Finlandia que habían permanecido neutrales, entrarán a formar parte de la OTAN; provocó el rearme de Alemania, cuyo ejército pasará de séptimo a tercer lugar en el mundo, solo por detrás de EE.UU. y China; su bien trabajada imagen y prestigio, están por el suelo; por la falta de coordinación operativa y pérdidas, ya su ejército no se percibe como el segundo más potente del mundo y, como si todo lo anterior no fuera suficiente, la clase media rusa ahora habituada al consumo de determinados bienes y servicios, dentro de mas o menos un año, al ver su descenso y limitaciones, producto de las sanciones impuestas y el drenaje económico de una prolongada guerra, pedirá su cabeza o creará las condiciones para que los “Siloviki”, lo saquen del poder.