Mucha gente que no participa en la política tiende a explicarlo con expresiones que denotan una pretendida superioridad moral, y, de paso, perfila a los políticos en ejercicio como un montón de gente que disfruta chapoteando en un pantano de corrupción e inmoralidad.

 

En los partidos políticos y entre los funcionarios públicos de cualquier gobierno debe haber una mezcla de gente honesta y corrupta, como en cualquier otro segmento de la sociedad dominicana, pero parecería, según aquellos juicios puritanos, que a la vida pública se fueron todos los corruptos y en la vida privada se quedaron los dominicanos íntegros.

 

Pienso que la diferencia fundamental entre los políticos a tiempo completo y los demás ciudadanos es que la conducta de los primeros, por naturaleza, está expuesta al escrutinio público, mientras que el ciudadano anónimo disfruta de una privacidad que le permite ir por la vida sin que la gente se entere de sus fiascos ni de sus fracasos, además de que los mayores controles que se ejercen en las actividades económicas privadas son claramente disuasivos de las prácticas dolosas.

 

Cuando la gente renuncia a participar en política, en realidad está renunciando a impulsar los cambios en los que cree y, de pasada, está dejando libre el terreno a los perversos que van a la política a delinquir.  Y en eso no hay mérito ninguno, sino todo lo contrario. Cuando se renuncia al ejercicio de la política, siendo duros en el juicio, hay una complicidad por omisión. Y siendo benévolos, hay una complicidad por ignorancia.

 

Lejos de criticar o querer desincentivar a la gente seria que incursiona en la política o en la vida pública, me resulta loable que ciudadanos de reputación y prestigio bien ganados en su ejercicio profesional o de negocios pongan en riesgo esa buena fama con tal de cambiar la realidad de su entorno.

 

Cuando se da ese valiente paso, es muy probable que apenas se pueda cambiar una décima parte de lo que que se pretende, porque las fuerzas políticas y económicas o las circunstancias impiden lograr el ciento por ciento del propósito deseado, pero, aún así, es un avance, y, a la vez, es un freno y un contrapeso a quienes ejercen la política con una agenda deleznable. 

Participación ciudadana y calidad de la democracia

La participación política no se reduce a la militancia partidaria.  Si el ciudadano no congenia con las opciones partidarias disponibles en el mercado político electoral, siempre tiene la opción de participar desde la sociedad civil, un grupo de presión o un movimiento social.

 

La participación política es mucho más que votar en unas elecciones. Es, también, asistir a un acto de campaña, involucrarse en una protesta organizada, ser miembro de una organización política, contactar a un funcionario gubernamental, llamar a un programa de radio o televisión, participar en huelgas laborales, firmar una proclama, publicar artículos y comentarios políticos en Internet y hasta difundir enlaces de artículos políticos.

 

Esas son, como mínimo, las acciones tomadas en consideración para evaluar la participación política en los países en desarrollo y naciones emergentes a través de  la encuesta Spring 2014 Global Attitudes, del Pew Research Center, aplicada a 37 mil personas en 33 países,  entre marzo y junio de 2014.

 

Esta investigación, desarrollada en Medio Oriente, África, América Latina y Asia, registra que donde la gente participa más, vota menos; y donde la gente vota más, participa menos, casos que se dan más elocuentemente en Medio Oriente  y América Latina.

 

Latinoamérica es es la región donde más gente vota (85%), pero participa menos de forma organizada, pues apenas el 10% ha sido miembro de una organización política (solo en Europa del Este el indicador es menor, 8%); nada más el 9% publica comentarios políticos en Internet y un ínfimo 7% postea enlaces de artículos políticos, por solo citar algunos de los resultados significativos de la investigación.

 

Una posible causa de esta paradoja es que América Latina es la región donde más gente cree que a los políticos no les importa lo que el pueblo opine (77%), dato que podría explicar que  en la región haya más baja participación pero más alta votación. Este resultado va atado al dato de que las mayorías latinoamericanas consideran que el voto es su única oportunidad de influir en la política.

 

Los más ricos y más educados, en cambio, es el segmento que más alta participación política tiene, porque no se limita a votar, sino que también se organiza en gremios profesionales y empresariales, cabildea ante las autoridades públicas y ante los hacedores de leyes, contrata a firmas de relaciones públicas y centros de pensamiento para impulsar su agenda, ordena investigaciones cuyas conclusiones les favorecen, hace donaciones a los partidos y a los gobiernos, publica espacios pagados en los medios, etc., por sólo citar algunas de las formas de participación social y política de quienes ya están en una situación privilegiada en las naciones eternamente en vías de desarrollo.

 

De manera que, a la luz de estas informaciones y otras consideraciones, no involucrarse en la política, más que una manera de preservar la santidad, es una forma de reproducir la desigualdad y una democracia de baja calidad.