Desde que el Senado de la República aprobó el anteproyecto de ley referido a la protección del honor y la intimidad de los ciudadanos, introducido por la senadora Melania Salvador, y que ha sido enfrentado con un aspaventoso frenesí por varios de los personajes hacedores de opinión pública y algunos medios de comunicación social en nuestro país, estuve a la espera de que tanto la Sociedad Dominicana de Psiquiatría como el Colegio Dominicano de Psicología, ofrecieran a la población las aclaraciones de rigor sobre las disgregadas opiniones y confusas visiones que gente de todos los niveles sociales han publicado sobre los términos “honor” e “intimidad” humanos, términos que al ser colocados, descuidadamente, en el mismo arco de significación, ahora la gente, al fragmentar su dimensión, tiene la errónea creencia de que entre el “honor” y la “intimidad” no hay diferencia. Y la diferencia entre uno y otra no es breve y silenciosa, sino apabullante y lúcida.
Como las dos instituciones mencionadas, las cuales tienen la autoridad académica para hacerlo no han mantenido al margen del berenjenal y Torre de Babel en que los medios de comunicación han metido al honor, siempre interesado en la promoción pública, y a la tímida intimidad, siempre huidiza de la luz y del bullicio, pues me tomo la libertad de hacer un par de precisiones o aclaraciones sobre los términos, pero sobre todo, acerca de la intimidad por ser una flor con solo tres pétalos: 1) vastedad limitada, 2) ausencia de rasgos y 3) es sustantiva.
La intimidad se refiere estricta y específicamente a lo intocable, a lo irrevelable, a lo inirrumpible, a lo invisible y a lo impublicable sobre la relación y estrechísima conexión de una persona consigo misma y su reducido espacio exclusivo al cual solo tienen acceso aquellos a los que ella da su espontáneo consentimiento.
En uno de los muchos ensayos y novelas escritos por José Saramago, Premio Nobel de literatura (1998), y que ahora mismo no recuerdo en cuál de todos, leí una de las metáforas más bellas que yo haya leído jamás construida por el escritor para describir la intimidad de uno de los personajes. Me la “embotellé” desde el 2009 palabra a palabra dada la perfección verbal de su descripción: La calle donde vive la chica de las gafas oscuras es estrecha y corta, por eso no hay aquí espacio para estacionar automóviles, es de dirección única y si quedara espacio para estacionar, está prohibido.
Cuando se habla de gente, de instituciones, del Congreso de una nación, de gobiernos, empleamos adjetivos para referirnos a sus cualidades y calidades. Podemos decir, por ejemplo, La sociedad dominicana es paranoide y con el advenimiento de las redes sociales hasta los analfabetos se han vuelto suspicaces o Los congresistas dominicanos pierden agilidad cognitiva cada vez que uno de ellos introduce un anteproyecto para la creación de una nueva provincia.
Sin embargo, es imposible que digamos, por ejemplo, La intimidad de Juan está maltrecha y desteñida o La intimidad del Congreso dominicano anda manga por hombro. ¿Por qué no puedo decir ese disparate? El Congreso tiene vastedad y puede ser afectado por adjetivos, la intimidad no; el Congreso puede perder o adquirir agilidad, la intimidad no; la sociedad dominicana puede ser paranoide, la intimidad no puede ser paranoide porque es algo sustantivo y no tiene rasgos. Es decir, no es posible decir que la intimidad del dominicano es amarilla o seráfica.
Un tercero no puede vulnerar su intimidad a menos que el individuo le autorice a que penetre libremente a su espacio intocable, irrevelable e inirrumpible. La práctica del sexo, la evacuación, el acto de bañarse o desnudarse en pelota , de bailar desnudo en su dormitorio, las personas adultas y sanas mentalmente no ejecutan esos actos en compañía ni bajo la mirada, de terceros, excepto de su pareja marital. A menos que se pierda el juicio o que por enfermedad una enfermera o su pareja le acompañe durante el acto de evacuar.
El voyerismo, el exhibicionismo genital, el sexo en la carretera y el cine pornográfico constituyen anomalías y aberraciones precisamente porque esas personas entregan su espacio intocable e inirrumpible, aquello único que lo diferencia en biología relacional de los otros mamíferos, que es su intimidad, a la visibilidad, juicio y opinión ajena. Esa es la razón y no otra, por la que la intimidad de un ser humano bajo ningún predicamento puede ser publicitada y vulnerada alegremente por personas o los medios de información. El honor es imagen pública y todos deseamos que el resto lo vea; la intimidad no porque si trasciende fuera del individuo deja de ser una cosa intocable. Ciertamente, hay personas que vulgarizan su intimidad, desliz que aprovechan las redes sociales para terminar de socavarla, pero un medio de comunicación social como tal no debería darle espacio a la vulgaridad abierta ni solapada porque daña a todos.
Al nacer, nuestras mamás cuidan la intimidad de la hembrita desde los dos años más que la del varoncito y nos va enseñando a cuidarla hasta la adultez. Nadie cuida el honor de un niño de cinco años pero sí a partir de la adolescencia les enseñamos al varón y a la hembra a forjarlo y desarrollarlo para que lo exhiba con orgullo merecido.
Ahora bien, que una presentadora de televisión, un congresista, un artista, un dirigente político, un obispo, un general, el director de un diario o un médico, porque bajo el efecto de un jumo o porque quiere ver qué dirán sus vecinos cuando lo vean bailando desnudo en el techo de su casa a media noche o simplemente, decide tener sexo con su mujer con todas las persianas de su habitación abiertas con la deseada pero no dicha intención de que los vecinos los vean, bueno, pues eso es harina de otro saco, puesto que usted mismo amplió su intocable espacio relacional consigo mismo para que los demás entraran en él. Aquí nadie puede alegar que un paparazzi violó su intimidad. Usted le dijo: “¡entren, que caben to!”
Por eso, a mi juicio, todo el ruido creado por los medios de comunicación social alrededor del anteproyecto se debe a que su autora hizo una mezcolanza, “entremilió” cosas que no debió mezclar, pero la intención de la senadora en lo relativo a proteger de la maledicencia e indiscreciones de una sociedad tan chismosa como la nuestra, la intimidad de los ciudadanos, es válida.
Acerca del honor apenas diré que lo que lo distancia de la intimidad es que esta última no tiene altas y bajas y es lo único que usted puede someter a estricto control suyo por ser totalmente individual y constante. El honor es el rostro familiar y social de un individuo cualesquiera que sean las actividades profesionales, religiosas y posiciones que logre alcanzar o desempeñar en la sociedad de la cual forma parte. El honor de una persona es estruendoso, admite todos los adjetivos que la sociedad, la familia, amigos, adláteres o sus seguidores quieran añadirle. La intimidad, en cambio, no admite adjetivos.
Los individuos, una vez saben qué es la Honorabilidad, comienzan a construir el honor personal que no es otra cosa que la valoración, la puntuación de valía que hace la comunidad, relacionados, instituciones y la sociedad sobre usted como individuo, por las acciones plausibles que haya hecho a favor de la colectividad o de un grupo y lo ha hecho bajo la sombrilla del decoro, la honradez y la decencia. Todos aspiramos alcanzar la cima del honor y hacer lo posible para que el chorro de ese honor salpique a nuestros hijos, esposas, padres, nietos y hermanos. No es posible regalarlo o dejarlo en herencia pero sí enseñar la metodología para ganarlo.
Lamentablemente, construir un poco de honor requiere mucho esfuerzo, trabajo, dedicación, sufrir limitaciones, constancia, sacrificios de toda índole, y lo más difícil para el dominicano de hoy, ser honrado, pertinaz y solidario, sin embargo, se pierde en un santiamén. La intimidad no cuesta nada poseerla, pero su valor es inestimable, sobre todo, después del escándalo sexo-político del presidente Bill Clinton en 1998.
Hay ricos que son honorables y hay pobres que son honorables. También hay ricos sin una pizca de honor y pobres sin una gotita de honor. Sin embargo, uno y otro necesitan mantener su intimidad fuera del alcance de la vulgarización que un medio o las redes sociales hagan de ella.