Preferible sin duda que el periódico El País de Madrid diga algo positivo sobre República Dominicana que no su escaso y frecuentemente demasiado superficial comentario sobre el país y sobre los dominicanos. Pero el reportaje, con lo que supone la visibilidad internacional de El País y su poderío de imagen e interacción digital, me ha parecido una oportunidad un poco perdida, a pesar de toda la buena intención con que el Sr. Pascual pueda haberlo pensado y escrito.

 

Por un lado, reproduce la mirada turística simplona de un espacio humano y social a una lista de lugares físicos, dejando casi totalmente fuera la humanidad dominicana con una simple mención de simpatía y una alusión a los “bailongos”.  Por otro proyecta y reproduce una mirada tremendamente hispanocéntrica, iberocéntrica, europeocéntrica, hacia lo que es el mundo dominicano, centrando prácticamente toda la atención en los restos exclusivamente hispánicos de un conglomerado humano eminentemente multiétnico y multiracial con un fuertísimo componente afro-indígena, y especialmente afro-antillano, y desaprovechando la oportunidad cultural-recreativa de decirles (o siquiera insinuarles) a l@s lector@s que toda esa “hispanidad” que aparentar representar los edificios fue realmente una afro-indígena-hispanidad, y sobre todo una afro-hispanidad históricamente primada en América, pero también mucho más acusada que en todas las demás sociedades hispanoamericanas (incluso posiblemente más que la misma Cuba, la última en romper el contacto imperial directo con España).

 

Esos edificios pudieron haber sido diseñados por maestros constructores españoles, pero su confección solo fue posible por el talento manual y el sudor esclavizado o forzado de indígenas y negros africanos y criollos.  Pero en vez de siquiera insertar un comentario sobre esos elementos fundamentales en un texto que es breve por definición, el autor prefirió gastar tiempo con Cristóbal Colón y con Gonzalo Fernández de Oviedo, con el arquitecto Moneo, con Joaquín Sabina, y con una familia de inmigrantes españoles empresarios.

 

En resumidas, que parecería que se redactó el artículo pensando y sitiendo que la única manera de atraer a los visitantes españoles a la ciudad de Santo Domingo es diciéndoles y recordándoles que en la ciudad van a reencontrar un legado, una herencia histórica de la misma sociedad española de la que salieron unos días antes, un re-encuentro con su “zona de confort” cultural, el “relato” de la España civilizadora que tranquiliza con una inyección de orgullo simple y culturalmente tuerto los días de asueto a pasar en la tierra dominicana, y renunciando a “lo cortés no quita lo valiente” y a ayudar al turista a entender la historia mucho más humanamente complicada y dolida que marca cada centrímetro de espacio y construcciones de la “Ciudad Primada”.

 

Se entiende la excusa previsible de que “en un reportaje de este tipo a penas tienes espacio para decir lo principal” o “lo que mueve a los o las turistas”, pero creo que está claro que incluso ante esa limitación, el autor se dejó llevar por tópicos y simplicidades que no tienen por qué ser el contenido dominante de la información turística.  Hay que hacer más esfuerzo, mucho más, por pensar estos reportajes siguiendo aquello de “educar deleitando”, especialmente cuando el objeto del relato sean pueblos sociedades a los que El País y sus reporteros por lo general les dedican poca –y hay que repetirlo, frecuentemente demasiado simplista, demasiado “al vuelo”, demasiado olvidadiza de aspectos importantes– atención-descripción.

 

Sería interesante, y muy educativo, aunque tal vez fuera mucho pedir ante la cruda realidad socio-cultural en que vivimos, un ejercicio que consistiera en proponer un proyecto de reportaje turístico sobre Santo Domingo con la misma cantidad de espacio para texto y la misma cantidad de espacio para imágenes, y pedirle a un grupo de colaboradoras y colaboradores que imaginen y redacten su propia versión, y ver cuántos reportajes podrían resultar que fueran igualmente breves y episódicos y visualmente atractivos, y que sin embargo combinaran mejor lo simpático con lo informativo.

 

Valdría la pena ensayar una manera de hacer reporterismo de promoción turística que fuera capaz de divertir y posibilitar el legítimo deseo de evasión de los turistas, en este caso españoles, y a la vez aprovechar un oportunidad de oro para “enseñarles” algo sobre ese mundo humano tan diferente al español peninsular que es el mundo dominicano en su ciudad de más solera, pero que a la vez tiene todavía muchísimo de conexión con lo hispánico, en una mezcla sincrética con lo negro-africano y lo indígena tan intensas, y que podría ayudar a estos españoles de hoy que hacen turismo en Dominicana a entender esto tan nuevo y peculiar que comenzó a formarse en el primer sitio del Caribe en que sus antepasados históricos (que no necesariamente biológicos) se juntaron con aborígenes y con negro-africanos, dando origen a una afro-indígeno-hispanidad de la que los medios como El País se han olvidado demasiado.