Me pregunto si a los menores de cincuenta años les importa conocer nuestra historia, si saben que sufrimos tres décadas de una tiranía despiadada. Desconozco si están al tanto de que apenas unos cuantos culpables de aquella barbaridad -entre ellos el tirano- pagaron culpas. También me pregunto si han pensado que esa costumbre centenaria de perdonar delitos de Estado es parte de nuestro atraso; si les preocupa o no que siga sucediendo.
A principios de los años setenta, junto a dos entrañables amigos, recorríamos las instalaciones de Casa de Campo. Al entrar al lujoso restaurante del complejo turístico nos percatamos de la presencia de Angelita Trujillo, la hija del tirano, la reina de la “Feria de la Paz” (supuestamente impedida de entrar al país) junto a familiares, amigos, generales de la tiranía y conocidos empresarios. En la puerta, guardaespaldas facilitados por el gobierno de turno. Sorprendidos e indignados, mis compañeros, que residían en el extranjero, juraron no volver a pisar el país. En su fantasía, esos personajes guardaban prisión o vivían exiladas a perpetuidad.
Residiendo aquí, conocía de las visitas de la familia Trujillo al país. Eran frecuentes y bajo el amparo de las autoridades. Además, torturadores y esbirros apenas eran perseguidos. Disfrutaban su vida y su dinero sin que nadie les molestara, incluyendo sus propias víctimas. Entre el pequeño grupo de los que guardaron prisión, se encontraban los asesinos de las hermanas Mirabal. Pero, en una de esas paradojas dominicanas, fueron liberados por militares constitucionalistas que luchaban por la democracia.
Esa lenidad degradante ha sido una constante. Así es nuestra particular democracia. Desde tiempo inmemoriales -sépalo la juventud para que conozca algo de política criolla- aquí ejerce una estructura mafiosa peor que la Cosa Nostra, diseñada para ofrecer protección y gestionar impunidad para todo tipo de delincuentes de cuello blanco. Basta tener poder político o económico y se tiene protección garantizada (incluidos narcotraficantes). Se dedican a inmovilizar cualquier intento de hacer justicia, a cabildear, sobornar y chantajear a quienes gobiernan.
El saqueo del PLD fue tal que logró sacudir la apatía que por demasiado tiempo sufrieron los ciudadanos. Entonces, exigieron un cambio y llevaron al poder a Luis Abinader. Este, consciente del por qué y quienes lo eligieron, nombró de inmediato un Ministerio Público independiente, estableciéndose -con el optimismo de todos- como “el hombre del cambio”.
Sin embargo, su partido, la clase gobernante y corruptos expresidentes, pusieron de inmediato a funcionar estratagemas mafiosas para sabotearlo. Pero pensamos que esos delincuentes no podrían neutralizar ni doblegar la intención del nuevo presidente, ni las demandas de los votantes.
Ahora crecen dudas y pesimismos: aparecen señales de que nuestro “Chapulín Colorado” cede ante “el gran consejo inter partidario de protección a la corrupción”, quien coloca estratégicamente sus maléficos cabilderos y perversos chantajistas tratando de convertir al “hombre del cambio” en un politicastro más. Quieren que negocie lo que sea y con quien sea. ¡Qué tragedia!
¿Por qué estas conclusiones decepcionantes con preludios de derrota? Pues debido a una “orden especial”. Una orden que muestra descaradamente lo que ocultaban las tinieblas del subterráneo apestoso del cabildeo político. El Comandante General del Ejército de la República emitió la orden. En ella se concede a uno de los personajes de mayor perfil delictivo de los gobiernos de Danilo Medina, Gonzalo Castillo, el villano del C30 (cuyas violaciones a la ley él mismo confesó durante una entrevista televisada), un general y un coronel para su seguridad personal. El general es su hermano, otrora agresivo militante peledeísta.
Si esto no es un “Déjà Vu” de las impunidades del pasado, ¿qué otra acción oficial podría serlo? Esa “Orden especial” número 078-2022 es un golpe bajo contra una ciudadanía que esperaba justicia.
Esa escolta es tan desvergonzada e insultante como la presencia de los Trujillo y sus secuaces en aquel restaurante de Casa de Campo. Percátese la juventud de ello y anímese a protestar a todas voces.