La multipolaridad es una fase superior de la lucha hegemónica por el control político a nivel planetario. Las potencias que encabezan esa lucha, la cual recoge todos los aspectos de la vida de la humanidad, arrastran no sólo a los países poderosos en sus alianzas y conflictos, sino que la dinámica de esa guerra política impacta directamente sobre todas las naciones. Esto se produce independientemente de la posición geográfica donde éstas se encuentren situadas en el mapa político, económico y social.
En esta nueva realidad, las tradicionales potencias políticas y económicas ya no pueden imponer su designio como en los tiempos pasados, pues la complejidad del tablero o el teatro de guerra ha cambiado y las condiciones para operar en el campo de la economía y la política, tienen nuevas formas de relacionamiento, en las que intervienen nuevos actores, producto de los cambios de la nueva época de la geopolítica.
En el marco del nuevo modelo del sistema multipolar, las viejas potencias tienen serios problemas políticos internos que les impiden operar en el exterior como lo hacían en su vieja hegemonía de la unipolaridad o bipolaridad. El mundo es otro y las alianzas estratégicas han producido nuevos escenarios y, con éstos, nuevos mercados, en los que el propio dólar ha ido cediendo su viejo peso de don y señor del mercado. Muchas de las grandes potencias emergentes realizan sus transacciones sin utilizar el dólar como elemento clave de intercambio.
El mundo multipolar no sólo ha traído un nuevo orden económico, sino que, desde el punto de vista militar, las grandes potencias no están solas en la posesión de las armas más modernas e inteligentes para las guerras de exterminio. Siendo el gran poder económico, y todos lo sabemos, un elemento clave para la industria de las armas, las nuevas naciones que conforman ese nuevo orden, como era de esperarse, también pueden competir en la fabricación de las armas más modernas para cualquier tipo de guerra si le tocara enfrentarse a un conflicto armado a cualquier escala.
Muchas de las potencias no exhiben, por principio, cultura y sabiduría, su capacidad bélica; pero si les tocara hacerlo un día, por necesidad o autodefensiva, posiblemente ya sería demasiado tarde para nosotros poder ver e imaginarnos su verdadera capacidad de guerra. Quiera Dios que nunca ocurra. Lo que ya se empieza a ver, casi como una ficción, es sencillamente espantoso.