Conozco a un puñado de personas felices… o me parecen razonablemente felices, hasta donde se pueden comprender los sentimientos, la vida y el mundo interior de otro ser humano que, vamos a admitirlo, es poco.
Digamos que la gente de la que hablo no destila amargura todo el día, tiene una visión realista de la vida y aun así está ilusionada con el futuro. Parece amar, ser amada y compartir vínculos significativos con otras personas; y, de momento, no atraviesa por grandes desgracias. Así que intuyo que, en general, disfrutan de la felicidad, o de algo parecido, que ya es bastante, con las dificultades que trae la vida, incluso cuando no sufrimos por la enfermedad, la violencia o la pobreza extrema.
En esta lista de gente que me parece razonablemente feliz hay mujeres y hombres. Pero la duda siempre rodea la felicidad y el bienestar de las mujeres, como si el gozo no estuviera destinado también a nosotras, como si nuestro bienestar o placer fuera siempre fingido.
Conozco a una mujer casada, con un hogar estable, una vida profesional interesante y amigos que la quieren. Al compartir una foto de su hermosa familia en redes sociales, varios insinuaron que todo es fingido y que posiblemente su compañero tiene una amante más joven y ella una vida miserable. ¿La felicidad conyugal no está destinada a las mayores de 50 años? ¿Cuál es la edad límite para una vida matrimonial feliz? ¡Vaya visión del mundo!
… sí, a pesar de los retos, existen las mujeres libres y, también las mujeres felices.
Hace unos meses fui testigo de una conversación en la que se criticaba a una mujer soltera, con una vida social envidiable porque, a juicio de quienes hablaban, usaba los viajes y las fiestas para encubrir el vacío emocional de no tener hijos ni marido. ¿En serio? No salía de mi asombro al ver cómo la sociabilidad, un rasgo muy valorado en la cultura dominicana, se convertía, de repente, en un modo de encubrir infelicidad en una mujer, que iba “de fiesta en fiesta y de novio en novio”.
Y el tercer ejemplo: una mujer culta, inteligente, con una vida profesional muy interesante, y activista de diversas casusas, fue criticada por dedicarse a los estudios y a la producción intelectual en vez de “divertirse”, salir más de su casa y dejar la soltería. Conste que esta mujer no anda triste ni reparte amarguras por la vida; es introvertida, amable y cariñosa. Tampoco está aislada en una torre: hace vida social con su familia, sus amigos y sus compañeros de trabajo y luchas sociales.
Las críticas que ellas reciben me han hecho pensar que quizás nos cuesta imaginar a mujeres libres, felices y autónomas, que se espera de nosotras algún nivel de sufrimiento, sea cual sea nuestro estilo de vida. La felicidad de una mujer siempre es sospechosa.
Un hombre casado y con una vida profesional y personal estable, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre, es considerado exitoso. Un soltero que viaja y disfruta de las fiestas, ¿no es un aventurero, alguien que sabe divertirse, hacer amigos? Y un académico dedicado a la producción intelectual, artística o un activista que quiere transformar la sociedad, ¿no es admirable por su pasión por el trabajo, las ciencias, la política o el arte?
¿Por qué es tan difícil imaginar que aquello que hace felices, apasionados e interesantes a los hombres; nos hace también apasionadas, interesantes o felices a las mujeres?
Quizás porque se espera de nosotras más abnegación, resignación o sufrimiento. Quizás porque intuimos que ser una mujer feliz en una sociedad en la que además de sufrir desventajas estructurales, se enfrenta una gran presión social por “conservar la familia”, aunque de puertas hacia adentro ya esté hecha añicos, ser eternamente joven (aunque igual discriminan a las muy jóvenes), flaca (pero no demasiado), bella, algo coqueta (pero no muy atrevida)… es un gran reto.
En estos casos, los comentarios fueron dirigidos a mujeres maduras, fuertes y estables, que a estas alturas no les importa demasiado la opinión ajena. Pero, ¿cómo influyen las presiones, críticas y burlas en adolescentes y mujeres muy jóvenes? He conocido a chicas brillantes acomplejadas de que les digan “cerebritos” o “aburridas”, muchachas divertidas y aventureras con miedo a que las tilden de bandidas, y chicas reservadas y reflexivas presionadas para que no sean “pariguayas”.
Nunca estamos en el punto justo para vivir felices ante los ojos de los demás. Así que seamos libres. La libertad, como la felicidad, no significa lo mismo para todas: unas serán libres al resolver complejas ecuaciones matemáticas, otras al bailar hasta el amanecer, ayudar a sus vecinos o vivir su maternidad; o al hacer todas estas cosas o ninguna de ellas. Mi punto es que sí, a pesar de los retos, existen las mujeres libres y, también las mujeres felices. No dejen que les digan lo contrario, poque la felicidad, especialmente la felicidad de las mujeres, es revolucionaria.