Pedro Santana (hatero) y Buenaventura Báez (empresario), nacidos desde el mismo vientre del poder de entonces, aliados en principio desde la misma elite del poder, con intereses comunes, con semejantes visiones de Estado, ambos acuñaron la idea de la necesidad de un protectorado extranjero, conservadores y apegados al poder, protagonistas del escenario político y militar en permanentes rivalidades por más de 30 años, sin lograr una reconciliación hasta la muerte.

La historia se repite con los aliados Gregorio Luperón y Ulises Heureaux (Lilís). El primero, mentor y padrino político del segundo, en unas relaciones que se inician en 1861, cuando se convirtió en el principal lugarteniente del general Gregorio Luperón. En 1882 Ulises Heureaux asume las riendas del poder y desplaza a su líder y mentor político Luperón, para asumir el control absoluto, en una declaratoria de guerra en contra Luperón, que se prolonga hasta su muerte. Lilís logró debilitar la fuerza política de Luperón, a través de un ardid electoral, bajo los subterfugios de la manifestación de poder económico en base a su modo de gobernar, bajo el cobijo de empréstitos internacionales, logra debilitar a Luperón hasta obligarlo al destierro.

A finales de la segunda década del siglo XX, posterior a la invasión norteamericana, el hombre fuerte de palacio fue Horacio Vásquez, quien mantuvo como jefe del ejército a Rafael Leónidas Trujillo, a pesar del cuestionamiento sobre el enriquecimiento a costa de las finanzas del ejército. Trujillo sacó sus garras Aprovechando un viaje que Horacio hizo a los Estados Unidos por problemas de salud, en medio de su campaña por la reelección.  Trujillo manipuló los estamentos de poder, asumiendo acciones de fuerza en contra del equipo del presidente Vásquez y cuando se difundió el rumor de que sería destituido por conspiración, produjo un golpe de estado. Horacio Vásquez ante la inminente traición del hombre a quien le había puesto el poder militar en sus manos, decidió asilarse en la legación norteamericana, cerrando con esto, otro capítulo de los ya ocurridos anteriormente.

Con lo anteriormente relatado, podemos comprobar que las grietas y desavenencias entre los acólitos, confraternos e íntimamente cercanos, por lo menos en el escenario político, son recurrentes y las heridas nunca cicatrizan.

Contrario a esta realidad, encontramos aquellos que han sido enemigos o rivales históricos en partidos diferentes, pero las heridas no han sido tan graves que han cicatrizado. Ejemplo reciente: el profesor Juan Bosh fue el archi enemigo del Dr. Joaquín Balaguer desde el 1960 hasta el 1995, sus imágenes están impregnadas de las confrontaciones más severas que registró la segunda mitad del siglo XX. Los que vivimos esa época, después de tanta ira, agresiones, encarcelamientos y sangre, no podíamos imaginar que, en el 1996, seriamos testigos de una alianza histórica bajo el protagonismo de ambos.

Juan Bosch tuvo diferencias irreconciliables con su discípulo más aventajado, José Francisco Peña Gómez, jamás pudieron cicatrizar las heridas inferidas entre ambos, murieron siendo enemigos.  Posteriormente ocurrió lo mismo entre el ex presidente Hipólito Mejía y Miguel Vargas, quienes prefirieron dividir el Partido Revolucionario Dominicano, antes de ceder uno frente a otro, situación aún no reconciliada.

Veamos lo que ha ocurrido en las elecciones de los años 2012, 2016, 2020 y las municipales de 2024. En el 2012, gana el candidato del PLD Danilo Medina en una virtual división, estratégicamente simulada y por otro lado, una división pública y clara del partido contendor PRD, generada por los resultados de la convención del 2011.

Los forzados resultados electorales dejaron heridas que jamás cicatrizaron, en medio de un apoyo obligado de parte de un sector de su partido, que lógicamente, le favorecía la derrota, como modo de perpetuar su poder político y liderazgo nacional. Situación que fue abortada por la negativa de un acercamiento al candidato opositor, quien al final, le representó más peligro que su enemigo interno, lo que no dejó otra salida, que el apoyo a costo de un alto riesgo.

Los seguidores del presidente Medina en el manejo de equipo, tenían previsto continuar cerrando el paso a su enemigo interno y, es por ello que se producen una serie de situaciones en contra del ex presidente Fernández, ante el proyecto de reelección del presidente Medina. Lo propio ocurre en 2020, jamás podrían permitirle a Leonel Fernández la posibilidad de una victoria interna, en razón de que estaba en juego el liderazgo y futuro del presidente Medina y su partido.

En medio de las escaramuzas y producto de los resultados de su convención interna, el equipo del presidente Fernández decidió renunciar y apoyar a su enemigo circunstancial Luis Abinader, lo que internamente se le dio una lectura de alta traición en respuesta a la alegada traición de un algoritmo en la convención.

Con la fortaleza del partido de gobierno, el panorama electoral se proyecta definido, frente a una oposición obligada a pactar en medio de una imposibilidad material por lo antes expuesto. La única alternativa que tenía el sector opositor, era el avenimiento a un gran pacto opositor que polarizara las fuerzas electorales. Pero aquí se presenta la constante histórica, los enemigos más irreconciliables son los hermanos más íntimos, en esos casos no existe la mínima posibilidad de un reencuentro. Situación que fue confirmada en el deslucido intento de presentarse como formula aliada el pasado 25 de marzo.

Ahora nos encontramos en un proceso electoral sui generis, cuya particularidad fundamental radica en una competencia por un segundo lugar, en razón de que la lucha es sobre la base de la conquista por el liderazgo de la oposición.

El ojo del huracán no está en la figura presidencial, sino en capitalizar la mayor cantidad de representación en el primer poder del Estado dominicano. Quien más capital le saque a las congresuales, posiblemente sea el líder de la oposición, con la esperanza de posicionarse para el 2028.