Según reseñan Juan Daniel Balcácer y otros investigadores, los organizadores de la trama para matar a Trujillo, establecieron un grupo que se comprometería en la eliminación física del dictador (quienes ejecutarían “El Plan de la Avenida”) y otro que se encargaría de la parte política del plan. Estos últimos no estuvieron en las acciones en la autopista 30 de mayo y algunos de ellos permanecieron en la casa de una hija de Juan Tomás Diaz, hasta confirmar la muerte de Trujillo, luego darían los pasos concretos para asumir el gobierno. Lo constituían Juan Tomás Díaz (quien coordinaba las dos fases), Modesto Díaz, Miguel Ángel Báez Díaz, Luis Amiama Tió, el General René Román Fernández (secretario de las Fuerzas Armadas) y otros comprometidos en la trama. Existió también el grupo de “Mr X” [1], el cual tuvo un importante papel en el vínculo que tuvieron los norteamericanos en la trama.
El sumo interés por salir de Trujillo que sentían los conjurados los llevó a descuidar y no coordinar bien el plan político que se llevaría a cabo cuando se le diera muerte. Cegados por el deseo de eliminarlo, centraron sus esfuerzos en lo concerniente a la primera fase del plan, pero no hubo buena coordinación entre los ejecutores y los encargados de asumir la segunda parte, especialmente porque no hubo forma de localizar al general Román Fernández en el momento oportuno. Finalmente, nada se hiso en cuanto a la complementación política y casi todos resultaran apresados y víctimas de la implacable represión del régimen descabezado.
La mayor parte de los políticos disidentes del régimen estaba exiliada y no participó en los planes que se ejecutaron el 31 de mayo de 1961. Juan Bosch y Juan Isidro Jiménez Grullón, entre otros, eran de los principales opositores en el exilio, estuvieron al margen y no regresaron al país hasta después del ajusticiamiento. Juancito Rodríguez, organizador de Cayo Confites y de otras expediciones contra el régimen, tampoco estuvo involucrado. Este último era un enemigo acérrimo de Trujillo, pero su actividad era desde el exterior invirtiendo recursos en cualquier expedición para derrocarlo.
Es indudable que en muchos de los complotados primó el patriotismo y su rechazo al estado de negación a derechos ciudadanos y de un régimen democrático, pero otros tantos tuvieron motivos personales para integrarse a la acción. El dictador tenía una aguerrida disidencia en el exilio y otra interna que temerariamente realizaba algunas acciones en contra del régimen, era la oposición política que tenía, sin embargo, quienes mataron al dictador eran principalmente amigos que por causas personales se convirtieron en enemigos y unieron esfuerzos para eliminarlo. Aunque organizaron un plan político para una Segunda Fase, este no pudo ejecutarse. La mayoría de los implicados habían sido o eran militares, funcionarios del régimen y hasta vinculados familiarmente con Trujillo, pero muy pocos eran políticos de ejercicio y quienes lo eran, no tuvieron un papel determinante en la trama. Fue precisamente la parte política lo único que falló en la conspiración para eliminar a Trujillo.
Ángel Severo Cabral, era un consumado político opositor al régimen quien dirigía el movimiento Acción Democrática Dominicana. Desde la clandestinidad, dirigía actividades contra el gobierno y públicamente se dedicaba a la peligrosa defensa de disidentes apresados por sus actividades políticas, tenía conocimiento de la conjura a través de sus contactos con Juan Tomás Díaz y formaba parte de un grupo de personas prominentes entre las que se hallaba Juan Bautista Vicini Cabral y otros. Este grupo realizó funciones muy importantes en la conspiración, entre ellas, hizo contactos con el Departamento de Estado y consiguió el apoyo y suministro de las armas utilizadas en las acciones finales. Sin embargo, en la Segunda Fase, tenían a su cargo la difusión por una emisora radial de una Proclama, informando al pueblo los hechos contra el régimen después que se ejecutara la Primera Fase y esto no se realizó. Se trataba de un fuerte grupo político comprometido en la conspiración, pero por la razón que fuera, no desempeñaron el papel esencial que le correspondía en la última fase del plan.
En el marco de la amplia investigación que hizo Ramfis para dar con los responsables de la muerte de su padre, interrogó a Johnny Abbes García, quien era jefe del SIM y encargado de la seguridad de Trujillo. Al ser cuestionado por el hijo del dictador sobre una posible negligencia en su trabajo, fue contundente para despejarle dudas y convencer al hijo del dictador sobre su lealtad cuando, le expresó; “General, yo protegía la seguridad de su padre contra sus enemigos. Tenga muy en cuenta que quienes le han quitado la vida fueron sus amigos”. El grupo de los principales ajusticiados estuvo constituido por amigos convertidos en enemigos, que generaron un odio tan profundo contra el dictador que se obsesionaron con matarlo, sin preocuparse tanto por lo que sucedería con sus propias vidas después que lo hicieran. Muy poco de ellos tenía tanta formación política como para orquestar un plan viable que siguiera al ajusticiamiento.
En principio se ignoró la importancia de haber previsto un plan político viable que siguiera a la muerte física del dictador y la euforia causada en unos y otros por el ajusticiamiento, opacó la preocupación por el conocimiento de otros aspectos envueltos en el hecho porque los jóvenes y la mayoría de la gente prestaron más atención al resultado positivo de librarnos de la cabeza de la dictadura. La incuestionable necesidad patriótica que tuvo esta acción opacó el interés de la gente sobre otras causas que también estimularon a los actores materiales del hecho.
El descuido en elaborar bien un plan político para llevar a cabo después de la muerte del dictador también permitió que por un buen tiempo continuara con poder la estructura político-militar trujillista y que, salvo Imbert Barreras y Luis Amiama Tió, los demás ejecutores del tirano fueran víctimas del mismo régimen cuya cabeza cercenaron.
Los abusos, humillaciones, torturas, asesinatos y todos los vejámenes que Trujillo cometió contra los familiares de cada uno de los hombres que formaron el grupo que lo ajustició, resumían los mismos oprobios que cometió contra todo el pueblo dominicano. Hubo pocos lugares en el país donde no se produjo una víctima de la dictadura, manifestada en cualquiera de sus formas, muchas veces sin que el resto de la gente se percatara. Trujillo provocó muchas razones para que lo mataran y los hombres del 30 de mayo, fueron una expresión del odio generalizado que su proceder provocó en el sentir dominicano.
La falta de coordinación de un plan político firme para ejecutar después de la eliminación física de Trujillo costó mucha sangre y otras graves consecuencias para el desarrollo político de la nación. Sin embargo, peor habría sido no ejecutarlo y el mérito histórico de la hazaña es incuestionable. Aunque ha sido lento, al hecho debemos el estado de derechos y el avance que ha tenido el establecimiento democrático que hoy existe en la República Dominicana.
En aras de la objetividad de este trabajo y manteniendo el criterio del autor sobre la inexistencia de héroes inmaculados, también hay que destacar que existen pormenores no muy conocidos sobre los perfiles de quienes ajusticiaron al dictador Rafael L. Trujillo. Sobre algunos de estos hombres se cuentan horrores. Aunque algunas informaciones se originan en calumnias de resentidos trujillistas o de sus propios familiares (de Trujillo) para restar méritos a quienes tuvieron el valor de ejecutar al tirano, otras versiones se basarían en hechos que indudablemente sucedieron. En algún momento, algunos de estos hombres pudieron ser parte de la maquinaria criminal del dictador, pero su participación en el ajusticiamiento, además de razones personales, sería un acto reivindicador de una conducta reprochable mientras fueron favorecidos por el régimen.
En todos formas, los dominicanos deben estar eternamente agradecidos a la hazaña del grupo de hombres que, el 30 de mayo de 1961, se atrevieron a empuñar las armas, sin importar las consecuencias, para librarnos de la más sanguinaria dictadura que ha tenido la República Dominicana, la de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
[1] “Mr. X”, así llamaban los norteamericanos a Juan Bautista Vicini (Gianni), quien, junto a Ángel Severo Cabral, Donald Reid Cabral, Andrés Freites Barreras y otros, formaban un importante grupo político que coordinaba algunas facilidades que dieron los norteamericanos a los conjurados.