En los últimos meses, hemos sido testigos de varios acontecimientos que nos dejan ver claramente que hemos entrado en una coyuntura histórica caracterizada por el aumento significativo del nacionalismo, el populismo y una espiral de conflictos.
La guerra de Rusia y Ucrania, el conflicto bélico entre Israel y Hamas y, localmente, la intensificación de los problemas entre Haití y Rep. Dominicana, ponen de manifiesto, entre otras cosas, el deterioro del orden global y el incremento de la retórica nacionalista como ideología de salvación e integración nacional.
En principio, hay que reconocer que esto no es nada nuevo. Siempre, en todas las épocas y cultura, las élites de poder y sus intelectuales, han organizados discursos y utopías que buscan legitimar de diversas formas de poder político como ideología que promete la salvación secular y de integración social.
En la tradición religiosa, la integración moral y la promesa de salvación se han presentados como forma de religión. Por ejemplo, en el cristianismo la salvación se logra a través de la fe en Jesucristo. La integración moral se hace posible a partir del dogma sagrado que todos somos hijos de Dios, por tanto, debemos amarnos y cuidarnos los unos a los otros. Pero, también, en nombre de una fe o dogma religioso, siempre se corre el riesgo de cometer injusticia y avasallamiento sobre los otros, que no comparten las mismas creencias y religión.
La era moderna se fundó sobre la ideología del progreso y la razón, prometiendo una época de crecimiento económico, de desarrollo tecnológico, de aumento de los derechos civiles e individuales, de universalización de la razón técnica-científica, pero, paradójicamente, también dio lugar a dos guerras mundiales, el holocausto, las bombas atómicas, un creciente proceso de deshumanización y predominio de la racionalidad técnica-instrumental.
A lo largo de la historia moderna, nos han presentado utopías y visiones idealizadas de sociedades perfectas, donde la integración social son posibles a través de las ideologías del desarrollo económico y, la promesa de construcción de un Estado fuerte donde se eliminan los conflictos de clases y desaparezcan las desigualdades sociales.
En las primeras décadas del siglo XX, las ideologías políticas fundamentalistas como el fascismo, el nazismo, el comunismo, prometieron una forma de integración social y nacional, pero en ese mismo proceso dieron pasos a los grandes regímenes autoritarios que predominaron durante la primera mitad del siglo XX.
Desde la década del ochenta, la ideología neoliberal se ha legitimado sobre el derecho como garante de la libertad individual. Nos dice: sea usted el autor de su propio desarrollo. Si resulta ser una persona exitosa o fracasada va a depender nada más que de usted, por tanto, debe aprender a competir con los otros, a priorizar su interés individual por encima del interés social, aumentando el individualismo. A cuatro décadas de fundamentalismo neoliberal, las consecuencias están ahí: una feroz competencia de todos contra todos, el deterioro de la solidaridad social del Estado y una profunda crisis de la cohesión social a nivel global y nacional.
En la actualidad, la ideología de la globalización económica ha promovido el discurso de la unificación e integración de los mercados y las sociedades en todo el mundo, bajo la promesa de conducirnos a una mayor prosperidad económica y mejor calidad de vida a nivel global. Sin embargo, estamos experimentando todo lo contrario. La globalización ha dado lugar a un aumento de la concentración de las riquezas, de las desigualdades sociales y el incremento de las migraciones a nivel mundial.
En el marco de esta crisis, la ideología neopopulista, trata de legitimarse, prometiendo la salvación y la recuperación nacional, construyendo un enemigo (externo e interno) que aparece como responsable de nuestra desgracia y, en nombre de ese enemigo, se legitima un discurso y una práctica política autoritaria y centralista. Bajo la autoridad de un líder fuerte, un demagogo, o un solo partido que procura controlar el Mercado, el Estado, la opinión pública, el sistema político y militar, estructurando un régimen autoritario que niega los derechos políticos, civiles e individuales de los ciudadanos que nos comparten sus ideales y valores políticos.
De manera que, en el contexto de esta crisis de la globalización y el auge del neopopulismo, se han creado las condiciones sociales y políticas para el impulso de la ideología nacionalista como la nueva estrategia de salvación e integración nacional de las sociedades.
Hay que recordar que, las ideologías fundamentalistas promueven una visión absoluta, exclusiva y universal que nos lleva a la intolerancia y el resentimiento frente al otro, por no compartir las mismas creencias religiosas, mi “verdad científica”, mis opiniones políticas, morales o mis características culturales, provocando una deshumanización y cosificación del extraño y, la negación del otro como sujeto de derecho.
Sin embargo, hay que entender que el nacionalismo, como toda ideología es complejo y contradictorio, tiene efectos positivos como negativos. Puede promover la integración y la cohesión social en un momento de crisis y fatalidad de la patria o la nación, pero también, puede conducirnos a un extremismo, al rechazo, la exclusión, la discriminación y la deshumanización del otro, del extranjero, que se ha construido como el enemigo.
El nacionalismo moderno se originó en una combinación de factores históricos, en la Revolución Francesa en contra de la monarquía, en los movimientos de independencia del siglo XIX, en oposición de los imperios coloniales y recientemente resurgió en contra del control de la URSS en los países de Europa del este y, en la actualidad, el nacionalismo ha adquirido un carácter hegemónico como respuesta a la crisis de la globalización económica, el auge de las migraciones y el multiculturalismo.
La ideología nacionalista, se apoya en un discurso que resalta los logros históricos, los héroes, las fechas patrias y las luchas de la nación, como construcción de la memoria que busca (re)construir una identidad nacional, el orgullo patrio y producir la integración nacional del nosotros frente al otro.
El nacionalismo es culturalmente muy significativo, pues fortalece el sentido de identidad, de pertenencia étnica de la nación y, opera como una ideología política de integración nacional, haciendo abstracción de las otras diferencias sociales: de clases, de género, edad.
Sin embargo, las dificultades inician cuando caemos en el fundamentalismo y en nombre de un tipo ideal puro de nación, de un imaginario cultural y un relato identitario, promovemos el odio, la exclusión étnica, la descalificación, el desprecio y la violencia frente al otro.
De esa manera, para la clase política, que siempre operan en un contexto nacional, la ideología nacionalista se ha convertido en una retórica que promete bienestar económico a los nacionales, mostrando a los inmigrantes como la causa del deterioro económico. Prometen la preservación y pureza de la identidad nacional, pues el pluralismo cultural se nos muestra como factor de deterioro de la moral social y la identidad nacional.
En algunos países, la retórica nacionalista se ha convertido en una ideología política fundamentalista que, los partidos y líderes políticos, utilizan como estrategia de integración nacional, para ganar apoyo electoral, provocando fenómenos en la política moderna como las figuras de Trump, Bolsonaro y el auge de la extrema derecha en Europa, los Estados Unidos y Latinoamérica.
De manera que, no es de extrañar que, en nuestro país, en el marco de esta coyuntura electoral, se haya producido un incremento de la retórica nacionalista donde los políticos y sus ideólogos, en plena campaña electoral, compiten por cual se presenta, frente a la opinión pública y el electorado, como más nacionalista.
Sin embargo, siempre debemos tener presente que, con el incremento de la retórica nacionalista de ambos lados, se corre el riesgo de profundizar los conflictos, fortaleciendo una alocada espiral de violencia e intolerancia de consecuencias imprevisibles para ambos países.