Son cada vez más presentes en las redes las condenas a una ideología de género con la que supuestamente se pretende corromper a niños y jóvenes, sexualizarlos, confundirlos en su identidad… Abundan también en estos medios las diatribas contra instituciones nacionales e internacionales que trabajan con niños y a adolescentes, Profamilia, CONANI, UNICEF, incluso, contra los ministerios de educación que aprueban textos escolares donde aparecen contenidos relacionados con la educación sexual.

Este concepto de ideología de género, con el que se pretende decir todo y no se dice nada, emerge con fuerza en la década de 2010, en el discurso reaccionario de la extrema derecha, con frecuencia ligado a movimientos cristianos más o menos fundamentalistas (algunas iglesias evangélicas y católicas).

Se denuncia la supuesta promoción de prácticas sexuales desviadas, y se condena sistemáticamente las políticas públicas (sobre todo educativas) que promueven la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y la lucha contra la discriminación, principalmente de carácter homofóbico.

Solo en la boca de estos detractores existe este concepto de ideología de género, ningún movimiento feminista o LGTIQ+ revindica esta ideología que nadie ha definido claramente y, que yo sepa, no representa programa político social alguno.

Contrario al discurso de estos señores, las ciencias sociales consideran ideología de género todo sistema ideológico que organiza las funciones, roles y comportamientos de hombres y mujeres en la sociedad. En ese sentido, todas las sociedades poseen ideologías de género, marcadas por estereotipos que varían de una cultura a otra.

Pero en boca de la ultraderecha (Vox, en España; Trump, en Estados Unidos; Bolsonaro y Bukele, en Améria Latina; los regímenes autoritarios en Europa del Este, Hungría, Polonia y Bulgaria, entre otros) la ideología de género reposa en un absoluto desconocimiento del “género”, como categoría de análisis, y de la distinción entre sexo biológico y género, como construcción social.

Los vocingleros de la oposición a ideología de género versus Margaret Mead

El invento de estos señores se desploma ante los hallazgos de la prestigiosa antropóloga norteamericana Margret Mead en sus estudios sobre las culturas tradicionales de Oceanía, relativos a la sexualidad y la cuestión del género.

Mead compara tres sociedades distintas de Nueva Guinia: los Arapesh, los Mundugumor y los Chambuli. Los resultados de este trabajo son publicados por primera vez bajo el título Tres sociedades primitivas de Nueva Guinea (1935) y más adelante en una nueva edición que recoge varios textos de este estudio, con el título Costumbres y sexualidad en Oceanía (1963). En esta obra, Mead muestra que la manera en que hombres y mujeres conciben su identidad depende de la manera en que la sociedad concibe sus roles. En otras palabras, lo que concebimos en nuestra sociedad como “naturalmente” femenino o “naturalmente” masculino, no tiene realmente relación con la naturaleza, sino con la educación y la distinción de género adoptada por la sociedad.

Esto significa que, si en una sociedad dada se considera que los hombres deben ser fuertes y brutales, estos serán educados en concordancia con este ideal.

Mead explica que entre los Arapesh tanto hombres como mujeres tienen un comportamiento dulce y amable, muy opuesto a los Mundugumor, donde ambos son agresivos. Estas diferencias vienen dadas por la manera en que los niños son educados. Entre los Arapesh, niños y niñas son cuidados por papá y mamá, quienes los mantienen todo el tiempo pegado a sus cuerpos y desde que pegan un grito los calman con sus ternuras. En cambio, entre los Mundugumor niños y niñas son guardados dentro groseros canastos lejos de los padres. Los cuidados son reducidos al mínimo y son educados en la competencia desde la muy temprana edad. Esto hace de ellos, tanto hombres como mujeres, personas agresivas. Cabe destacar que en esta cultura no hay diferencia significativa en la educación de hombres y mujeres.

En la tercera sociedad estudiada, los Chambuli, Mead observó un modelo más bien intermediario, los nombres son rudos y agresivos, mientras que las mujeres son calmadas y dulces.

Para aterrizar en el contexto dominicano, la manera diferenciada en que esta sociedad machista educa a niños y niñas, el varón dominante y la hembra sumisa, al primero con amplias libertades y la segunda con importantes restricciones, es probablemente la causa de sus alarmantes índices de violencia doméstica, feminicidios, abusos y embarazos de niñas y adolescentes, no la promoción de una supuesta ideología de género.

Aclaro que la teoría de género, basada en estudios científicos, que debería servir de base para la educación de niñas y niños, no niega la existencia del sexo biológico, sería una locura negar algo tan evidente.

Pero como bien lo establece Margaret Mead y lo repite la feminista francesa Simone Beauvoir, en su obra Le deuxième sexe (El segundo sexo), 1949, la identidad de un individuo no se resume a su sexo biológico.

Beauvoir es categórica: no se nace mujer, uno se hace mujer. Agrega que, a esta primera identidad biológica, ser un hombre o una mujer, la sociedad añade características culturales que harán una cosa o la otra. De manera, que en la identidad de una persona hay dos pilares: su sexo y esto que llamamos género. Es decir, lo socialmente construido.

Podemos concluir que con lo primero se nace y lo segundo se adquiere. Siendo así, hay entonces la posibilidad de elegir como sociedad lo que aspiramos tener: el macho abusador, violador, matón, o el hombre dulce, comprensivo, respetuoso de los derechos y libertades de las hembras, que se sienta cómodo viviendo en condiciones de igualdad con ellas.

Ideología versus ciencia

Las opiniones, que tanto pueden tener algo de justeza como ser completamente erráticas, cuando son colectivas y ampliamente compartidas, devienen ideologías, como la que sustentan los opositores a la supuesta ideología de género. En otras palabras, al mismo tiempo que denuncian una supuesta ideología develan la suya, por demás, abiertamente reaccionaria.

Por desgracia, la ciencia siempre ha tenido sus enconados detractores, y este siglo XXI no escapa de ellos. El acelerado progreso científico-técnico, utilización de organismos genéticamente modificados, las nanotecnologías, la utilización de energía atómica, la rapidez con que se desarrollan las vacunas, entre otros adelantos, son cada vez más percibidos como una amenaza para la salud. Incluso, no pocos desquiciados, consideran que estos adelantos son parte de un plan para extinguir la humanidad.

Y este estercolero en que han devenido las redes sociales está jugando un rol capital en la mediatización de esta desconfianza del público hacia la ciencia. En ellas, los vocingleros de la ultraderecha han logrado que sus opiniones, negadoras de la ciencia, se conviertan en opiniones de masa, en una ideología, una creencia que las personas toman como cierta, se adhieren a ella y la defienden contra las opiniones contrarias, independientemente de que tengan fundamentos científicos o no. ¡Qué horror!