La enseñanza de la historia dominicana a nuestros niños y jóvenes ha modelado en gran medida su mente para que perciban su sociedad en función de los intereses colonialistas e imperialistas que nos han sojuzgado desde el segundo viaje de los castellanos al Caribe (1493) al mando de Cristóbal Colón. La hispanofilia de varios historiadores y muchos contadores de historias aliena a nuestros alumnos de su identidad como parte de un pueblo mulato y caribeño, estimulan una perspectiva racista hacia nuestros vecinos insulares mediante una ideología haitianofóbica e inculcan una perspectiva autoritaria en política que socaba la posibilidad de construir una democracia con justicia social.
Cuando un alumno de secundaria o universitario descubre que la miseria de nuestro pueblo por cerca de tres siglos es hechura de dos reyes españoles, Felipe II y Felipe III, hijo y nieto de Carlos I (V de Alemania), pone en cuestión las categorías empleadas por la historiografía criolla de sesgo trujillista. Si el primero es responsable de la disolución de la industria azucarera e nuestra isla en el siglo XVI, el segundo es quien autorizó las devastaciones de inicios del siglo XVII, devastaciones de Felipe III, no de Osorio como aparece en los manuales.
La condena casi unánime de los manuales de historia dominicana por el contrabando de los criollos debido al monopolio criminal de la corona española conduciría a la deducción de que debíamos como pueblo morirnos de hambre para cumplir con la voluntad de los reyes españoles. Viéndolo desde la perspectiva nuestra debe ser motivo de orgullo que los que vivían en esta isla al final del siglo XVI y XVII tuvieron la inteligencia y el arrojo de hacer comercio con las otras potencias europeas en contra del modelo económico atrasado de España.
Juan Bosch, que no era historiador, pero si tenía un hondo sentido de análisis de los hechos sociales, afirmó con claridad que “Santo Domingo estuvo a punto de formar una oligarquía esclavista azucarera en la primera mitad del siglo XVI” (Bosch, v. X, p. 7), y si lo hubiese logrado seríamos una de las sociedades más desarrolladas del mundo, sin dejar de reconocer lo aborrecible de la esclavitud. El modelo monopolista español nos hundió en la miseria más espantosa, primero destruyendo la industria azucarera y luego devastando toda la partes occidental de la isla. ¡Brutalidad mayor es difícil encontrarse en la historia de la humanidad!
De semejante estupidez, la de las devastaciones, Francia supo aprovecharse y articuló una colonia en la parte oeste de la isla centrada en la producción azucarera, precisamente lo que España había impedido a sus súbditos en el siglo XVI. La incapacidad de la monarquía española para defender sus territorios y promover la producción de riqueza en sus colonias le llevó en pocas décadas a reconocer la soberanía de Francia en la parte que había ocupado de nuestra isla y siglo y medio después le entregaba España a Francia toda la isla en 1795. El hispanismo cerril de muchos intelectuales dominicanos solo se explica por una ideología que les provoca vergüenza su vinculación con este pueblo y su destino, no por méritos del régimen colonial español.
Mientras España arreaba a toda la población de la isla a su extremo sureste, hundiéndonos en la pobreza y el salvajismo, los holandeses, que llevaban cerca de un siglo peleando contra España para romper con sus políticas económicas monopolistas y su intolerancia religiosa, logró independizarse en 1648 (no todas las provincias) y siendo un territorio relativamente pequeño y en un escenario geográfico difícil, desarrolló una riqueza asombrosa y su flota navegaba por todo el mundo haciendo negocios, incluso con nuestros criollos.
Una comparación entre el Santo Domingo español y las provincias holandesas independientes a partir del siglo XVII hasta el presente demuestra fácilmente cuán nefasto fue para nosotros seguir siendo colonia española. No dejo de reconocer que la población holandesa en el siglo XVII tenía una historia detrás y conciencia de pueblo de la que carecíamos nosotros.
Otro aspecto conceptual es el desprecio por la población africana que fue transportada como animales desde sus pueblos natales hasta el Caribe y sometidos a un régimen laboral basado en la violencia y la negación de su dignidad como seres humanos. A ninguno de los personajes europeos se les ocurre llamarlos “blancos libres”, pero a los africanos los reducen a ser “esclavos negros”, sin patria, sin nombre, sin humanidad. Y es desde esa óptica obscena que reducen toda la lucha heroica del pueblo haitiano por su libertad y la soberanía de su patria.
Es mucho el esfuerzo que deben realizar las nuevas generaciones de historiadores y escritores sobre temas históricos para superar el hispanismo colonialista y el racismo. La negación de nuestra identidad mulata y caribeña, propio de sectores medios y altos de nuestra sociedad, debe ser enfrentada por quienes realmente asumen la naturaleza científica de la historia y aman la naturaleza y destino de nuestro pueblo, de la mayoría que ha vivido explotada y marginada.