Pop era un pulpo que se llamaba Pop porque un día que estaba en una playa cerca de la superficie un turista catalán que iba a bordo de una lancha lo vio y dijo en su lengua ¨guaita, un pop¨ -atención, un pulpo- y al oírlo le gustó ese nombre de Pop, le pareció mejor que el de Pulpo en castellano que tantas veces había oído siempre con temor a los habitantes de esa parte de la isla, o la complicada y poco sonora de Pieubre de los visitantes franceses, o incluso la de Octopus, ocho patas en latín, más conocida de los gringos a quienes tanto les gusta remojarse como las habichuelas en las cálidas aguas caribeñas. Pop, era corto, sonoro, un tanto onomatopéyico, y además respondía a una tendencia, la Pop de los años sesenta que daba importancia a la imagen, el materialismo y la moda pues se sentía atraído por esta forma de ser y de pensar. Pop era algo presumido, sobre todo después de que pudo mirarse en un espejo arrastrado por una riada y llegó al fondo del mar en más o menos buenas condiciones. Se vio hermoso, joven, fuerte, piel lustrosa, con una buena cabeza, ojos seductores y sus hermosas y largas ocho patas móviles alrededor de su carnosa y picuda boca, todas bien desarrolladas. Si, se llamaría Pop. Pop a secas, sin apellidos como MartÍnez, Johnson, Duval o Muller que bien podían darle cierto aire cosmopolita entre sus amigos. No obstante considerarse un pulpo agraciado físicamente y con una inteligencia superior al promedio de su especie, Pop no estaba contento con su condición de animal cefalópodo que le había tocado en la lotería biológica de este planeta y su destino ambiental de vivir en agua salada. En el mar, decía a sus padres y amigos, todo es matar o ser matado, comer o ser comido, y nosotros los pulpos por nuestra condición de abundante y sabrosa carne sin huesos somos presas muy codiciadas, las agresivas y atemorizantes morenas, los terribles escualos y tantos otros peces como el mero Goliat, conocido también como Guasa, que puede llegar a los 400 kilos nos atacan en todas las fases de crecimiento y edades, somos perseguidos, arponeados, cazados, pescados y devorados. Sí, se podrá aducir en nuestro favor que la naturaleza nos ha dotado de curiosas defensas, el mimetismo que nos permite cambiar de uno o docenas de colores de inmediato ante cualquier peligro, la capacidad de ocultarnos en las rocas, o los chorros de tinta que arrojamos en rápidas huidas para despistar a nuestros depredadores y por otra parte las ventosas de las patas capaces de adherirse a cualquier roca o superficie sólida. Pero para Pop esas cualidades que podrían interesarles a los científicos y los lectores de National Geographic no eran suficientes, a los pulpos los seguían matando tanto sus depredadores naturales como el hombre, su peor enemigo, que ahora contaba no solo con sus redes de costa o fisgas de arpones tradicionales sino con una sofisticada tecnología de radar en sus embarcaciones. La pesca no es la misma, por su ambición siempre insatisfecha, por el vil oro ya no se pesca, se atrapa, se barre, se arrasa, se acaba con todo, fondos marinos, arrecifes, corales, con la vida marina, es una masacre de las flotas de barcos japoneses, españoles, chinos, peruanos y de tantas otras banderas piratas disfrazadas ondeando en sus popas. Pop, seguía diciendo, a un hermano y un amigo suyo de infancia, ambos de buen tamaño lo atacaron varias ballenas orcas asesinas, les despedazaron los tentáculos, le arrancaron la cabeza a dentelladas en apenas unos segundos, fue un desastre, una gran pérdida para su familia que temía acabar en cualquier momento de igual o similar manera. Millones de pulpos son sacados de las aguas en todo el mundo y masacrados cada año, y Pop no quería ser uno de ellos acabando su existencia en un refrigerado escaparate de pescadería a 250 pesos la libra o en la barra de restaurantes finos o populares a 600 pesos la ración de pulpo a la Gallega, platillo o aperitivo este de gran demanda entre los humanos. Ante este panorama tan sombrío de vivir en permanente zozobra, en dura competencia con los de sus misma especie robándose la comida duramente conseguida, agrediéndose por el dominio del territorio, disputándose ferozmente las hembras, o acabar en el estómago de algún siempre hambriento tiburón, o aún peor caer preso hasta morir en una ridícula pecera como aquel pulpo famoso en todo el mundo, Paul, que lo utilizaron para predecir los resultados ganadores de la selección alemana de fútbol, primero en la final mundial del 2008 y en la de Sudáfrica del 2010, acertándolas por pura suerte en ambas ocasiones. Pop decidió marcharse y buscar otros horizontes más prometedores, más sosegados, donde pudiera desarrollarse a un nivel púlpistico superior, era inteligente y lo sabía, los pulpos son entre los moluscos cefalópodos los más capaces de pensar y tener memoria suficiente para recordar situándose a un nivel de intelecto algo cercano a los delfines. Un día se despidió de lo que quedaba de su familia con lágrimas, muchos consejos y grandes abrazos enredados como no podía ser de otra forma entre ellos y partió hacia un litoral desolado en el noroeste de la isla del que había oído hablar de su existencia a los marinos de un yate privado y que no era visitado por los pescadores debido la poca cantidad y calidad de las capturas, además de los tristes recuerdos de matanzas de esclavos y fechorías de piratas que habían acontecido en tiempos de la colonia. Ni siquiera habían llegado los molestos turistas que todo lo invaden y contaminan con sus cremas anti solares, sus desperdicios y sus mal disimulados orines. Tal vez el alimento no fuera tan abundante y de calidad como en la alta mar profunda donde se crió, pero era preferible pasar algo de escasez a vivir en permanente zozobra y constante riesgo de muerte. El viaje era toda una odisea donde ponía su vida en juego, debía atravesar unos trescientos kilómetros de mar con los peligros que conllevaba ese largo periplo submarino. Y así fue, en las cuatro semanas que necesitó para cubrir esa distancia fueron numerosas las aventuras que le sucedieron, estuvo a punto de ser devorado al verse sorprendido por un enorme tiburón blanco al que pudo evitar cambiando al instante su color original por los de unos corales circundantes que por fortuna estaban muy cerca de Pop, el camuflaje funcionó a tiempo, el tiburón ansioso y hambriento pasó varias veces casi rozándolo hasta que frustrado y enfurecido desapareció en busca de otra víctima más propicia. Esta vez, como otras, Pop tuvo suerte gracias a sus habilidades innatas y aprendidas aunque sabía que en cualquier momento esa racha de favores podía acabarse. Debió de librarse de otras muchas escaramuzas al ser atacado también por morenas, anguilas, delfines e incluso en un bajío de poca profundidad de los cormoranes, también llamados cuervos marinos, aves que volando a una altura determinada se lanzan y zambullen en el mar con gran precisión para capturar peces. Pop tuvo pericia en librarse de todos ellos hasta que a unos cien kilómetros de la costa cayó en las traicioneras y largas redes de arrastre de un pesquero mediano tamaño, el Tita María, que lo subió a bordo junto a unas desesperadas sardinas de un cardumen del que nuestro fatigado amigo estaba saciando su hambre acumulada por varios días. Pop era el único pulpo de esa captura y produjo una gran alborozo al ser visto por los pescadores, en especial por uno alto, barbudo, de aspecto repulsivo y brutal que dijo ¨este patudo tiene buena pinta y buen tamaño, pero no lo vamos a vender en la subasta de la lonja del puerto, nos lo comeremos enterito para la cena en una sabrosa vinagreta adobado con abundante pimentón como lo hacen en Galicia ¨ y soltó una bestial carcajada que espantó las gaviotas que circundaban el barco esperando los pescados arrojados al mar por no ser aptos para la venta. La suerte de tantas veces como vino, se fue, no por la carretera como diría Manu Chao en su famosa canción Wellcom To Tijuana, sino por la borda de un bote dedicado a matar y depredar la preciosa vida marina. Pop estaba destinado a morir a golpes contra el suelo o a crudos y repetidos palos como suele hacerse con los pulpos grandes para ablandar su dura y correosa carne y ser después troceado, guisado y deglutido con fruición en un bárbaro festín, un final horrible, peor que ser devorado por una raya gigante. Pop, cautivo en la cubierta dio un repaso rápido a su vida como hacen en los últimos minutos los condenados a la pena capital. Cruzaron veloces por su mente varias escenas, la familia, los hermanos, sus padres tan cariñosos, de firme moral y advertidores siempre, sus educadores en el arte de sobrevivir en su medio, en especial aquella maestra que le enseñaba a distinguir las especies comestibles de las más peligrosas, y más que nada pensaba en su antigua esposa, una pulpa preciosa de finos tentáculos, boca picuda bien delineada, con ventosas siempre cuidadas y ojos hipnotizadores, que no obstante jurarle amor y fidelidad eternos se fugó a las primeras de cambio con un ejemplar especulador de arrecifes de no muy buena reputación, pero con gran fama de pulpo pudiente seductor y que vivía en otra barrera de coral con cuevas de mayor amplitud y gran lujo. Fue un golpe muy duro que le costó tiempo asimilar pues Pop era un romántico de patas a cabeza y le rompió uno sino los tres corazones branquiales que solo los pulpos poseen como característica única y propia de la especie. Pop era un idealista perdido en las cosas del amor y por eso se sintió perdido en su vida y en lo adelante navegó sin rumbo fijo. Estando en estos y otros recuerdos afines advirtió que la tripulación se distraía viendo como unos delfines saltaban del agua y hacían graciosas piruetas en el aire, momento que aprovechó no sin un gran esfuerzo físico y mental para deslizarse por las mojadas y resbalosas tablas de la cubierta trepar por la amura de babor y lanzarse al agua por un rebaje de la misma, cuando los pescadores advirtieron que su cena ya estaba nadando al fondo marino, insultaron procazmente al osado escapista y maldijeron su mala suerte gastronómica. Esta vez la cena se fue y la suerte, tan veleidosa ella, volvió para beneficio de Pop. Una semana después y no sin otros sustos y situaciones peligrosas como el ataque casi certero de un pez espada que estuvo ¨por los pelos¨ de ensartarlo a manera de brocheta para barbacoa o el de un poderoso atún al que para escaparse de sus fauces tuvo que lanzarle un buen chorro de tinta y despistarlo escapando a velocidad de rayo. Así pues, Pop arribó por fin y a salvo a lo que supuso era su destino. Se trataba de una costa olvidada, abandonada a propósito por su sangrienta historia y escasez de fauna y flora marina y terrícola, ya anteriormente señaladas. Estuvo varios días explorándola alimentándose solo de algunos pececillos que pudo atrapar hasta que encontró para su sorpresa la desembocadura de un pequeño arroyo, casi una rigola, de agua dulce de apenas unos cinco o seis metros de ancha procedente de tierra firme y que al final de la misma se formaba un diminuto estuario de escaso o nulo valor como caladero de pesca o fondeadero comercial. A Pop le gustó a primera vista el recóndito y desolado lugar e intuyó con gran acierto que nunca sería explotado por hoteles, pescadores o turistas y decidió quedarse en sus inmediaciones hasta confirmar si sería el lugar indicado para iniciar una nueva vida de seguro más solitaria, con menos abundancia, tal vez destinada a perpetuar una soltería a la que ya se había hecho idea después de su fracaso matrimonial, pero así mismo más tranquila y segura donde pudiese observar la tierra llamada firme que tanto le atraía, tan diversa y diferente de los fondos y piélagos marinos y poder desarrollar así sus capacidades mentales. Percibiría, meditaría, analizaría, pensaría, como facultades superiores reservadas hasta ahora a la especie humana no sin haber pasado un larguísimo periodo de evolución. Pop estuvo unos meses disfrutando de unas playas paradisíacas, cálidas, sin peligro alguno y fue acostumbrándose también al agua salobre y dulce del final de la rigola cuyo sabor llegó a agradarle mucho e incluso fue asomando fuera del agua la cabeza y poco a poco casi todo el cuerpo y así aprendió a respirar por la boca a la vez que lo hacía por las branquias. Un soleado día se sorprendió al ver un ave en una orilla que no era un cormorán de los que conocía bien y la observó gratamente, era una garza calmando su sed donde ya reinaba solo el agua dulce, una escena nunca vista porque obviamente los pulpos no bebían o al menos de esa manera. Sus plumas blancas refulgían al sol y las grises y negras de su cola lograban un bello contraste, además lucía un estirado y delicado cuello y dos extremidades largas y muy delgadas para su tamaño. Pop quedó fascinado por su gracilidad de forma y movimientos mientras la garza que se llamaba Pía-Pía retrocedió unos pasos al quedar impactada por aquella figura tan extraña nunca vista para ella, una cabeza grande, enorme, monstruosa comparada con la suya, una boca en forma de pico, pero no de pájaro, unos ojos sin párpados de fija y penetrante mirada y ocho largas patas capaces de ser utilizadas todas a la vez. Pía-Pía no obstante quedar chocada por esa primera aparición permaneció un buen rato mirando a Pop ya con más curiosidad que temor y con cierta atracción hacia tan exótica estampa. Ambos sin saludarse ni decirse una sola palabra acabaron retirándose confundidos a sus respectivos lugares, Pop a su tranquila y transparente playa y Pía-Pía, a su nido situado en uno de los árboles que unos cientos de metros más adentro crecían al pie del arroyo. Esa noche ninguno de los dos pudo conciliar el sueño trayendo una y otra vez a sus diferentes mentes las extrañas y turbadoras imágenes recibidas. En las siguientes semanas continuaron viéndose cada vez con mayor frecuencia, cercanía y sobre todo confianza, no había peligro o amenaza para la integridad de uno u otro. Ambos aprendieron no sin mucho esfuerzo y equivocaciones a comunicarse por señas a través de sus ocho tentáculos Pop, y por piidos y batidos de alas de Pía-Pía-Pía, en varios meses más ya se entendían casi a la perfección. Su amistad iba creciendo y su fascinación del uno hacia el otro se multiplicaba exponencialmente. Pop se extasiaba al saber la variedad de animales y plantas terrestres, trataba de imaginarse los bosques de coníferas, es cierto que en el mar los había de algas que daban nombre a una zona del Atlántico conocida por los navegantes como Mar de los Sargazos, tan enormes que antaño llegaban a dificultar el paso de carabelas y galeones al enredarse en sus quillas y timones, pero no eran ni remotamente como los que describía Pía-Pía. De igual manera Pop se esforzaba por imaginarse los leones, osos, los caballos, las cascadas, los desiertos, las auroras boreales y tantos otros milagros de la naturaleza terrestre que de manera excelente le describía su amiga, que o bien los conocía por experiencia voladora propia o relatada por otras aves migratorias en sus recorridos intercontinentales de miles de kilómetros. Pero lo que más le atraía y al vez perturbaba eran los relatos sobre los hombres, entes inexplicables dotados de una inteligencia excepcional que se congregaban en enormes ciudades con construcciones de nidos techados verticales, eran capaces de volar en ruidosas máquinas con cientos de ellos montados a la vez e infinitamente más veloces que las aves más rápidas del reino animal, creían en seres y espíritus invisibles que les prometían otras vidas más allá de las suyas, a veces buenos entre ellos mismos y otras malos hasta matarse por millones en guerras y holocaustos absurdos, de la necesidad de criar animales para su supervivencia y también la insania de cazarlos, cautivarlos o sacrificarlos por pura diversión. Pop estimulaba y ampliaba su capacidad de imaginar, deducir y razonar por lo que se sentía más realizado y sobre todo optimista porque intuía que había un cercano sentimiento de futuro existencial nunca antes experimentado mejor y más pleno que el vivido hasta el momento. Por su parte, Pía-Pía quedaba maravillada y a su vez horrorizada al conocer los secretos tan hasta ahora tan bien guardados de los mares, sus profundidades abisales, sus montañas, barreras de coral, sus innumerables habitantes y otras clases de vidas, los mamíferos que prefirieron vivir en el agua salada en lugar de la tierra seca, sus cadenas alimenticias con su cruel destino de comer o ser comidos y comprendió las razones básicas de por qué Pop en una sabia decisión se había expatriado de su hábitat para buscar un mejor y más reposado porvenir. Un día, Pía-Pía invitó a Pop a conocer el lugar de su residencia, un nido modesto pero limpio y ordenado en lo alto de un frondoso mango tropical que estaba repleto de frutos en plena sazón. Pop nadó rápidamente la relativa poca distancia que le separaba de su ensenada y trepó hasta la rama donde Pía-Pía tenía su hogar sin mucha dificultad ayudado de su patas y ventosas que se adherían con firmeza al tronco, pero debió permanecer en la entrada por su tamaño y peso, allí Pía-Pía le dio a degustar un mango silvestre de buen tamaño que Pop engulló con avidez y pidió varios más fascinado por su sabor, olor y textura. Nunca antes había experimentado delicia semejante. Pía-Pía le prometió agenciarle otros frutos llamados guayabas, caimitos, nísperos, y zapotes según maduraran a lo largo del año en unos frutales no lejos de allí. Ya la amistad entre Pop y Pía-Pía se iba estrechando de tal forma que acabó haciéndose un nudo amoroso que ni el más afilado cuchillo podría cortar. Un amor, extraño, insólito, increíble, que solo ellos dos por su intensidad y naturaleza diversa podían creer. Pop se declaró tal como le relató en una ocasión Pía-Pía lo hacían los humanos y que a ella le parecía muy romántico, arrodillando sus ocho tentáculos y entregándole un pedazo de madera pulida y hueca en forma de un diminuto anillo que había elaborado con mucho arte y paciencia, lo colocó en un delgado dedo de Pía-Pía, bajó en humildad su gran cabeza diciéndole con voz un tanto melindrosa y entrecortada por la emoción que si le hiciera el honor de vivir con él sería el pulpo más feliz del universo, Pía-Pía aceptó al instante y sin más protocolos se instalaron en el consabido nido no sin antes agrandarlo y reforzarlo para poder albergar a Pop con toda comodidad. Juntos pasaban la mayor parte del tiempo arrullándose en torrentes de miel nupcial, pero cada uno salía por su cuenta a proveerse el sustento diario. Pía-Pía cazaba ranas, saltamontes, caracoles que daba a probar a Pop y este los comía con gran placer. Por su parte Pop pasaba varias horas en el mar pues nunca podría llegar a ser un animal completamente terrestre y en correspondencia amorosa y gastronómica aportaba peces y moluscos que tanto le agradaban a Pía-Pía. Como tenía que pasar entre dos que por amor son solo uno, pasó que se multiplicaron a cinco, Pía-Pía puso con bastante esfuerzo pero sin peligro tres huevos más grandes que otras veces y a las pocas semanas de incubarlos con esmero eclosionaron tres polluelos que conjuntaban las características genéticas de ambos padres, pico largo, enteramente plumados, cabeza y cuerpo más grande de lo normal en las garzas y cuatro alas llenas de ventosas a cada costado que correspondían a las ocho patas de los cefalópodos, y por añadidura podían nadar y respirar bajo el agua como los peces, eran anfibios y tenían cuatro corazones, tres del padre y uno de la madre que les auguraba una gran capacidad de amar y mucha longevidad, había nacido una nueva especie hibrida, los Pul-gar o Gar-pul dotados con todas las ventajas para sobrevivir y prosperar. Pía-Pía y Pop estaban orgullosos de ellos y en extremo contentos de ver su rápido desarrollo y su vivaz inteligencia. Pop estaba en un plano que felicidad cardinal que jamás pudo soñar, sin duda era el pulpo más afortunado del mundo pulpero, había hecho realidad uno de sus principales deseos. Pero como alimentar durante las primeras etapas de la vida a los tres Pulgares o Garpules conllevaba un esfuerzo extra, Pop tuvo la excelente idea y de la que se sentía muy orgulloso de fabricar unos bolígrafos naturales con el cuerpo y la punta de madera resistente de las ramas finas de los samanes y la tinta provenía de su propio organismo, toda natural y de mucha calidad para la escritura. Pop supo que eran comerciables por medio de un amigo, un cuervo judío llamado Cuervisaac proveniente del sur de Israel, un gran comerciante que se los compraba al por mayor pagándole generosamente con gusanos y otros insectos y los vendía después a los humanos a buen precio en dólares por ser muy larga duración y totalmente biodegradables, los preferían a otros fabricados de un peligroso material contaminante llamado plástico. Pop estaba contento con este tipo de negocio que le proporcionaba la abundante comida que su familia requería y además le permitía no estar en contacto directo con los aterradores y aborrecidos humanos. La historia de Pop finaliza aquí rodeado de la felicidad de la esposa, hijos y en especial la de él que tanto luchó por conseguirla. El relato merece finalizar con la tan sabida frase de los cuentos, esa dicen fueron felices y comieron perdices, que en este caso tan particular serían lombrices que tantas y tan ricas había en esos parajes ¡Suerte Pop!