Reviendo The Servant es posible reflexionar sobre lo irónico que resulta gobernar un país con lo más atrasado de la sociedad, por mejores intenciones y talentos que tenga un gobernante.
El Sirviente es un filme basado en una novela de un tal Robin Maugham (que no he leído) pero con una formidable adaptación a un guión cinematográfico firmado por Harold Pinter. Un manjar, pues la dirección es del formidable Joseph Losey, y Dirk Bogarde en una actuación solo superada por la que realizó (junto a la diva Silvana Mangano) en Muerte en Venecia de Luchino Visconti.
El filme narra la historia de cómo un mayordomo consigue, gradualmente, dominar la vida del señor al que sirve. Ambos pertenecen a distintas clases sociales, pero aprovechándose de sus debilidades sexuales, el sirviente será capaz de manejar a su amo a voluntad.
La clase gobernante dominicana continúa transgrediendo los derechos del pueblo. ¿Entre gobierno y esa clase quién sería el Servant?
Poco importa quién es. De lo que sí estamos seguros es que ambos alimentan al demonio con tal de imponer sus criterios y mantener sus intereses.
De chiquito oíamos que “el diablo anda suelto” cuando todo a nuestro alrededor era un infierno.
Pues bien, el diablo anda suelto, y no precisamente por el status de sociedad aterrorizada por violencia, narcotráfico y corrupción.
Lo peor de todo esto es que no tenemos instrumentos de respuestas. No tenemos procesos de información y de formación de conciencia política colectiva.
Fíjese que los espacios de autonomía individual están permanentemente subyugados a la lógica económica y política de un orden político partidario que disloca la hegemonía del inmediato postelectoral para adoptar el ejercicio puro de su poder dentro de una convicción moral narcisista.
El narcisismo moral (del que hablaba Hegel) no necesita de adjetivos en su espeluznante integridad. Está siempre preparado para descalificar a quienes no le apoyan y a los que los consientan convertirlos en títeres, lo que significa –como están las cosas– deformar en provecho propio el papel de las instituciones del Estado Dominicano.
El avance del narcisismo político está constituido de su naturaleza y demuestra el por qué convierten sus ganancias electorales en “utopía realizada”.
Si hay alguien en este país que aún se crea que tenemos una economía regulada que no necesita de fiscalización jurídica, por ejemplo, es porque no quiere saber nada o se hace el loco o es parte de los beneficiarios del poder.
Basta una pizca de sentido común para entender que el país se ha convertido para la clase trabajadora y para la pequeña burguesía en una prueba diaria de degeneración de la razón. Una sociedad transformada y objetivamente sujeta a la ejecución desabrida de los métodos del dominio, donde cada quien se suma a la carrera por alcanzar el trofeo al lacayismo.
Desde la desaparición de Juan Bosch y el doctor José Francisco Peña Gómez del escenario político, se puede constatar una estrecha restricción y control de instancias del debate político.
Esto ocurre porque no es buena cosa debatir razonablemente cuando comienzan a naufragar las políticas neoliberales junto a los programas económicos y sociales recomendados por asesores nacionales y extranjeros que hacen creer que sus guiones son infalibles y tendrán buen éxito de público.
Tratar así una situación tan delicada como la que vive este país es un grave signo para quienes anhelan una vida decente.
La hegemonía del oscurantismo en todas sus expresiones impide respuestas racionales a los conflictos contemporáneos.