Escribo estas líneas luego de concluir una salida de supervisión de campo sobre los avances del estudio de valoración económica de los servicios de los ecosistemas de la Bahía de Samaná, relacionados con la migración anual de ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae). En las conversaciones con mis estudiantes de doctorado surgió la cuestión de la compleja situación que vive la hermana República de Haití y sus implicaciones en materia de desarrollo y manejo de los recursos naturales a lo largo de la frontera.
Para ofrecer un poco de contexto recordemos que La Española es una Isla de poco más de 76 mil km2 con una población conjunta que supera los 22 millones de habitantes, es decir con una densidad de alrededor de 289 habitantes por kilómetro cuadrado. Mientras que Colombia es un país en el que La Española cabe cerca de 15 veces (1.14 millones de km2) con una densidad demográfica de alrededor de 45 Hab/km2. Es decir, la presión demográfica sobre el territorio en La Española es más de seis veces la presión que en un país continental como Colombia. Al margen de cualquier influjo malthusiano, sabemos que a partir determinado nivel de desarrollo o de ingresos, la curva de población tiende a estabilizarse y en el caso de economías de muy altos ingresos el fenómeno es inverso, es decir, se ven afectadas negativamente por las restricciones que supone el declive demográfico como ocurre en estados avanzados como Japón (por cierto, un estado insular) o en las economías de Europa Occidental[1].
La cuestión demográfica se torna en un problema en escenarios complejos de muy baja capacidades de desarrollo y agotamiento de los recursos naturales, como ocurre en Haití, una situación particular en la que queda menos de un 1% de bosques primarios y en donde la degradación y agotamiento de los recursos naturales se convierte en un desafío en materia de sustentabilidad. Esta situación se ve agravada por los efectos del cambio climático y la variabilidad climática que parcialmente pueden explicar las tendencias migratorias de Haití de las últimas décadas. De modo que el migrante haitiano es un migrante climático y ambiental además de un migrante por razones de seguridad y economía empujado a salir de su territorio por las restricciones económicas y sociales, así como por las bajas capacidades de sus ecosistemas de proveer bienes y servicios. Esa migración no sólo va a la República Dominicana, su destino inmediato, sino a todo el continente y se ha convertido en un desafío regional que pone a prueba la solidaridad de todos nuestros países.
La conversación con mis alumnos giró en torno a las raíces económicas del drama secular de la estabilización de Haití desde su independencia en 1804 y de cómo las potencias coloniales no perdonaron que un país de negros y esclavos proclamará su independencia. Especialmente La Francia, la cuna de la Revolución que acabo con el absolutismo e inspiró la independencia de las colonias españolas del Nuevo Mundo y que nos legó la concepción moderna de los derechos humanos (libertad, igualdad y fraternidad).
Les contaba a mis alumnos, que hasta 1825 Francia se negó a reconocer la independencia de Haití y que para hacerlo pidió una reparación económica equivalente a 150 millones de francos oro. Se estima que a lo largo de siete décadas Haití pago a Francia alrededor de 560 millones de dólares a precios actuales que, de haber permanecido en Haití, hubiesen impulsado el crecimiento económico de ese país por un valor de entre los US$ 21 mil millones y los US$115 mil millones, dependiendo del escenario de ritmo de crecimiento económico que se considere. Pero el drama no queda ahí. Como la República de Haití literalmente estaba quebrada y era tierra arrasada, tuvo que endeudarse con la banca francesa para pagar la reparación de su independencia. Es decir, Haití no sólo accedió a pagar la reparación, sino que se vio obligado a pedir prestado dinero a la banca francesa para pagarla bajo un régimen de intereses draconianos que comprometió por décadas las capacidades financieras del estado haitiano generando lo que se conoce como la doble deuda de la independencia haitiana.
La banca francesa generó un entramado financiero del que se beneficiaron sus principales entidades bancarias que actuaron como acreedores de un país de negros y esclavos que solamente quería ser reconocido en el concierto de las naciones. Entidades financieras el como el actual Crédit Industriel et Comercial (que financió la torre Eiffel de París), entre otras entidades, fueron parte de ese fatídico entramando que continúo enriqueciendo las arcas francesas durante 122 años, hasta una fecha relativamente reciente como1947, cuando fue cancelada la deuda contraída en calidad de reparación a los intereses de La Francia colonial[2].
La expoliación de las finanzas haitianas durante 122 años alimentó además otro relato que fomentó el neocolonialismo, un relato en el que los pueblos negros del sur no se pueden gobernar, que están condenados a las penurias y violencia y a convertirse en estados fallidos. En esta narrativa todavía resuenan los ecos del determinismo geográfico que tuvo un gran influjo en el mundo neocolonial de finales del siglo XIX incluyendo las contribuciones de pensadores como Frederick Ratzel (1844-1904) y que precisamente indican que la geografía, el clima o la raza pueden explicar las diferencias de desarrollo entre los pueblos. De modo que no sólo hubo una doble deuda, sino un doble relato y este último aún pesa cuando se piensa en el Haití contemporáneo como un estado fallido.
El pecado de nacimiento de Haití, su anatema fue nacer como un país de negros y esclavos libres que procuraron su emancipación al amparo de los principios de la propia revolución francesa. Los bosques arrasados, la tierra quemada, el lecho expuesto de los cauces y ríos, el hambre, la pobreza sistémica tienen sin dudas sus raíces en las oportunidades perdidas de desarrollo económico que le fueron esquilmadas a los negros que se atrevieron a desafiar al mundo con su canto de liberación. ¿Se puede eximir de responsabilidad a los haitianos de lo que ocurre en la actualidad? Por supuesto que no, pero lo que son hoy es el resultado de su pasado colonial extendido por 122 años. Las elites coloniales fueron sustituidas por élites mulatas y negras extractivas e hiper-corruptas que le dieron forma a un estado cleptocrático que, en ausencia de instituciones fuertes, continuaron esquilmando a una nación imposibilitada de construir su futuro prácticamente desde su mismo nacimiento.
La situación actual expresa la necesidad de un nuevo pacto social, político, económico y ambiental a favor de la reconstrucción de Haití y que compromete como nunca a la comunidad internacional y especialmente a las potencias coloniales y neocoloniales co-responsables del derrotero haitiano. Ese nuevo pacto debe basarse en dos directivas principales. La primera directiva es el reconocimiento de la autonomía haitiana para abordar sus propios desafíos y para ello la comunidad internacional está en el deber de apoyar técnica y financieramente los esfuerzos de reconstrucción del Estado haitiano. La segunda directiva es que el conflicto de gobernanza de Haití no se puede extender de ningún modo al lado dominicano.
La primera directiva implica que con urgencia se convoquen elecciones políticas que en el muy corto plazo conduzcan a refundar el Estado haitiano superando la retórica del estado fallido. La evidencia preliminar sugiere que es posible gestionar de otra manera el deterioro ambiental en Haití y fomentar un escenario de sustentabilidad para el futuro. La segunda directiva implica reconocer que en buena medida la sustentabilidad ambiental del futuro de Haití depende de los servicios que proveen los ecosistemas protegidos del lado dominicano y que por tanto no tiene sentido empobrecer o debilitar a un segundo país inclusive por razones de seguridad regional.
Por consiguiente, la misión de pacificación en Haití debe sustentarse en un plan de largo plazo con hitos claramente definidos y acompañada de una misión de asistencia técnica paralela tanto en el lado haitiano como en el lado dominicano de la Frontera. Del lado oriental se debe apoyar al Estado dominicano con recursos no sólo para reforzar la vigilancia y control fronterizo sino como salvaguarda del cumplimiento de los deberes del estado dominicano en lo que respecta al cuidado de su soberanía nacional dentro del derecho internacional que le asiste. El Estado dominicano puede verse desbordado en la frontera y esto no supone en modo alguno una debilidad sino el reconocimiento de que la gestión de la crisis haitiana debe hacerse con un sentido de largo plazo y en el marco de la cooperación técnica que apoye a los dos estados que comparten la Isla.
De este lado de La Española la clave ha estado en que, con sus diferencias, la clase política dominicana, los grupos empresariales y la sociedad civil han sabido ponerse de acuerdo en los temas y en los momentos críticos de nuestro pasado reciente. La sustentabilidad es sin duda uno de ellos en especial para un estado insular en desarrollo. Esa capacidad de dialogar y ponerse de acuerdo nunca puede ser puesta a prueba, en ello nos jugamos el futuro. El consenso básico es que el desarrollo para que sea tal debe ser inclusivo y sustentable basado en instituciones fuertes y creíbles. Debe tener, por ejemplo, la capacidad de derribar la pared que impide que Juan pueda ver desde su lado de la calle el paisaje de la Bahía de Samaná que ha disfrutado desde niño, pero también la persuasión para disuadir intenciones similares.
Más de 200 años después Haití sigue luchando por su emancipación, el lamento de un pueblo negro que tuvo la osadía de alzar su voz en el concierto de las naciones blancas colonialistas y al que no se le podía tolerar que se saliera con la suya. La comunidad internacional y en particular las potencias coloniales que la oprimieron financieramente hasta mediados del siglo XX le deben una doble reparación a Haití: una económica, pero también moral.
Escribo estas líneas atento al vaivén de las olas que besan las calas de la Bahía de Samaná y se fusionan con el canto de las aves en una mañana nublada y preñada del rocío del atlántico. El murmuro atemporal de las olas rompiendo en la orilla suena como el canto hipnótico de nuestra insularidad.
[1] A los lectores interesados en las cuestiones demográficas recomiendo un artículo científico que publicamos recientemente titulado: Growth and decline in rural Spain que puede ser consultado aquí.
[2] A los lectores interesados en las finanzas de la independencia haitiana y su impacto en el desarrollo del vecino país les recomiendo el extenso trabajo periodístico bajo las firmas de Catherine Porter, Constant Méheut, Matt Apuzzo y Selam Gebrekidan, publicado por el New York Times y que puede ser consultado en el siguiente enlace; https://www.nytimes.com/2022/05/20/world/americas/haiti-history-colonized-france.html.