En las religiones monoteístas, sobre todo en las doctrinas cristianas e islámicas, se enuncian muy explícitamente las narraciones que glorifican la muerte y el martirio; pero, es en la religión islámica donde esta situación se manifiesta con más vehemencia. Es así como los versículos del Corán son interpretados dogmáticamente e instrumentalizados para la incitación y ejecución de actos de terrorismo. En este sentido, la inmolación como herramienta política se legitima en el islamismo radical extendiéndose en el medio oriente y ramificándose en cualquier parte del mundo occidental.
Los postulados del islamismo extremista contienen el germen de la obnubilación intelectual, el resentimiento y el odio, reforzados por un anhelo fantasioso sobre una transnacionalización imperialista islámica que atraviese oriente y occidente, para cuya causa han elegido a sus víctimas: judíos, cristianos e “infieles” de cualquier parte del planeta, lo cual no excluye a las víctimas de sus países de origen.
Para la analista estratégica Johana Pérez Calderón “representa una amenaza para la región de América Latina la existencia de movimientos islamistas radicales, células durmientes de grupos terroristas yihadistas y los nexos de grupos criminales sudamericanos con el yihadismo”.
Recordemos las características de los acontecimientos terroristas que impactaron a las Américas en el siglo XX y los ocurridos en el presente siglo XXI; realicemos, pues, un ejercicio intelectual de paralelismo político-ideológico a través de nuestra memoria histórica con los mecanismos de adoctrinamiento utilizados durante los 31 años de dictadura trujillista y para el adoctrinamiento de la juventud del Tercer Reich.
En este sentido, la re-interpretación de los versículos coránicos en el extremismo islámico no escapa de estos fines propagandísticos en la construcción de narrativas de reivindicación totalitaria, mediante mecanismos coercitivos que incluyen el uso de la violencia extrema y el terror; casi siempre amparados en el populismo y la demagogia; y por lo general anclados en referentes ideológicos-doctrinarios, como son “El Manifiesto Comunista de Karl Marx” o “Mi Lucha de Adolf Hitler”, ambos con características comunes; en lo relativo a los supremos dictados de la lucha armada, la exaltación-justificación de la violencia extrema para alcanzar el poder, el rencor-odio hacia el otro; la aniquilación de la disidencia, la paranoia política, y el sacrificio hasta la muerte en nombre del “líder”; sin dejar de lado la expansión territorial para la conquista y el dominio imperial.
Es el escritor Alí Shariatí, sociólogo iraní y “principal guía intelectual de la revolución islámica iraní”, quién en términos ideológicos del marxismo radical, construye una re- interpretación de la religión islámica, influyendo profundamente en la juventud urbana y en los movimientos de izquierda de los países islámicos. Sin embargo, es este mismo posicionamiento de su pensamiento político y los sesgos de su interpretación, los que han consolidado los mecanismos coercitivos y extremistas para el adoctrinamiento político-religioso de toda una generación de niños (as) y jóvenes; normalizando el martirio lúdico (simulacro de la autoinmolación antes de la muerte), como una actividad preparatoria para alcanzar la “victoria y el jardín eterno; una especie de guerra santa contra los Estados Unidos, el pueblo judío y el mundo occidental”:
“ impuso una religión militante basada en el individuo que debe ser auto-consciente y al que se le demanda que lidere la revolución entregando su vida a una causa superior, a saber: la reconstrucción total de la comunidad islámica. Así la juventud es llamada a morir por la causa de Dios y para asegurar la victoria de la guerra santa, y el tema del martirio es finalmente apropiado por los jóvenes que estaban dispuestos no solo a representar ritualmente –como es la tradición iraní- sino a actuar materialmente sus propias muertes”. Martina Salerne.
Veamos, esta narrativa del islamismo radical, desde donde se glorifica la muerte, como mecanismo político-religioso que traspasa fronteras:
“El shahîd (mártir) no es un mártir cristiano, es un guerrero, un muÿâhid, pertenece a Allah, a ese fondo de la existencia al que no tienen acceso los pusilánimes. El palestino que se envuelve en bombas para llevarse por delante a los agresores es alguien que ha renunciado de verdad a la mentira, al engaño, al crimen. El shadîd no tiene límites. Los miedos, los fantasmas, las quimeras, nos impiden la resolución que hay que tener para poder llegar a ser un shahîd. El shahîd, el que ha decidido luchar sin reparos, antes ha tenido un momento de lucidez radical en el que han caído los dioses que paralizan al Hombre. En el shahîd ha emergido el Califa, el ser soberano, para el que la vida y la muerte no son condiciones ni fronteras”.
Es en este entorno de monomanía y fanatismo religioso desde donde se secuestran emocionalmente a niños (as) y jóvenes que, convertidos en rehenes ideológicos, se inmolan en el nombre de Alá.