Los procesos electorales de carácter político, según los politólogos clásicos,  legalizan y legitiman el poder. Por ejemplo,  según los Durkhenianos este  encierra un carácter estructural y organizado que pertenece al marco social, y que en efecto, crea un orden de superioridad o dominación en el  sistema democrático, el cual tiene como ritual y colorario la  celebración periódica de elecciones, asumiendo entonces, los rituales que representan el medio legitimo para generar mando, poder y obediencia, pero que en el fondo es un contrato social de gobernar en nombre y,  para el bienestar de todos los representados que es el llamado cuerpo electoral o en otra palabra, el pueblo.

En esta realidad resulta que de un periodo político electoral a otro, se rompe ese contrato social, porque se estableció para un servicio o tiempo determinado,-por decirlo, como lo establece el código de trabajo en su capítulo de contratos-, en el caso de la Republica Dominicana, atinente al poder político, según la constitución su duración es de cuatro (4 años), trazando el artículo 124 de la referida carta magna que, es solo por un periodo, o a lo sumo dos de forma consecutiva, y no más.

Resulta que ese cuatrienio – y básicamente cuando el gobierno se hace largo, en los casos de las reelecciones, se generan los llamados Input y los Output, cuando lo primero son las entradas de las demandas que llegan a la bandeja del poder ejecutivo del conglomerado social que plantean soluciones y, que en la mayoría quedan insatisfechos, -acumulación de presión-, y lo segundo, implica la capacidad del gobierno de satisfacer dichas demandas que en el cuatrienio o periodo de gobernar, se acumulan por no existir, o la vocación, o las restricciones o imposibilidades de resolverlos todos. En este sentido se pronuncia Javier del Rey (2008), que las elecciones representan una catarsis social-o sea limpieza y descongestionamiento de las llamadas revoluciones de expectativas frustradas del pueblo, que al discurrir el tiempo se convierten en especie de bomba cuasi accionada en contra de la propia paz y, hasta la gobernabilidad. O decir, que solo esperan que cualquier aventurero político,  quiera casarse con la gloria…

En este sentido, taxativamente expone que las elecciones representan guerras semánticas-por las parafernalias de las campañas electorales, y que en efecto, juegan el papel de despejar presiones de carácter sociales y económicas que se acumulan en el seno de la sociedad, y que el pueblo exige y espera se satisfagan, incluso, producto de promesas de campaña insatisfechas o incumplidas. –de donde se genera la consigna, ¡¨se van¨, epa’fuera que van!, y cosas por el estilo, lo cual es una guerra de consignas de aguantar el periodo de elección, máxime que en nuestro país no existe el referendo revocatorio, hay que chuparse la cuaba hasta que lleguen las elecciones para darle pa´ bajo, o pa ´fuera al gobernante de turno.

Pues bien, en este sentido, según el  planteamiento de Javier del Rey se traduce entonces, de que el ritual electoral cumple entre otras; con la función creadora de agenda. ¿Qué significa esto?, bueno que, que precisamente a través de las consignas, los debates, las publicidades, etc, la población se convierte en receptora de sus mensajes en torno a los temas puestos-se dice distracción en otra palabra- Y a propósito, establece que las actitudes en una campaña electoral, se polarizan en torno a determinados elementos simbólicos, representativos de intereses, valores y expectativas.  Y se pone un ejemplo del uso de estas iconografías o repitiendo emblemas, por ejemplo, la Hoz y el martillo, el anagrama del gallito, el Jacho Prendí’o, la estrella amarilla, el pulgar en señal de aprobación, la campaña se convierte ella misma en un simbolismo, etc, capaz de reducir sus múltiples contradicciones al hecho del enfrentamiento entro unos y otros candidatos y temas electorales, proporcionando así orden y coherencia al sistema (Ob. Cit. pag. 182)

En este sentido, la fuente citada, entre otros rituales, refiere la llamada dramatización de los conflictos sociales. Lo cual quiere significar que la campaña electoral-y por efecto, las elecciones-, ¨sigue la ley de la descarga nerviosa¨, formulada por Herbert Spencer, que se aplica no solo a la expresión de emoción-dice-, con un efecto calmante, sino a todas las expresiones simbólicas. Asegura que es probable que, al no darse ese ¨escape ¨psicológico, durante varias semanas en la que los candidatos transfieren la agresión contenida en los símbolos, la vida parlamentaria y la política tuvieran niveles de conflictividad y de agresividad sensiblemente mayores.

Y asegura ahí mismo, que al transferirse la agresión contenida a los símbolos, los conflictos sociales se convierten en conflictos semánticos, que afecta al orden de los signos, más que al orden factico, a la representación más que a la realidad, al espectáculo más que a la secuencia de acontecimientos, tal como se da en la vida de la sociedad.

En otras palabras la función de las elecciones, ya propiamente en el ejercicio del ritual electoral, tiene que ver con la ansiedad que existe en el grupo social que lo practica. Y asegura, que la magia del ritual electoral alivia las tensiones existentes, que se convierten en conflictos, repito, semántico o de oraciones, palabras, discursos y posturas, descargando o atenuando así el discurso de energía social que exista en un estado potencial. Y por último, referimos el llamado ritual electoral, lo cual lo hacemos bajo el criterio de que este simboliza y actualiza el cuerpo de creencias de la sociedad y, su práctica periódica contribuye a consolidar las convicciones democráticas y,  a reforzar los vínculos sociales. Es decir, la liturgia que conlleva este ritual de las elecciones envuelve a los individuos en el discurso político, y los introduce en  un tiempo distinto- Y más, dice, -se trata de un tiempo intermedio entre una preordenación  y una postordenación. (Ob. cit. p.185)

Los mítines en la calle que nadie escucha, la literatura que nadie lee, se denomina la ordenación egocéntrica y supra ordenación social, se fija en qué; los mítines en la calle que nadie escucha, la literatura que nadie lee, las paradas, las banderas, la concentraciones de los leales, la reiteración de eslóganes emotivos. Es decir, si se quedan contreñido en el seno social, en ese se produce una constirpación social que al quedarse dentro estriñen el fluido de paz y la marcha mínimamente normal del conglomerado.  Y finalmente, queremos puntualizar, según la fuente citando a  Dowse y Hughes y Colck-Man, desde una perspectiva antropológica, afirman que las elecciones constituyen una forma relativamente inofensiva de liberar las tensiones que tienen su origen el orden social (p. 185)

La misma literatura evocada aquí,  prosigue argumentando que, la fuente de la representación o dramatización de los conflictos potenciales que existen en la sociedad contribuye a que estos se mantengan dentro de los límites  tolerables. Y sin llegar a desencadenar una situación social y política insostenible, que es la que provocarían los distintos sectores sociales si hicieran coincidir en el tiempo sus demandas al poder constituido, poniéndose ante la posibilidad de no poder dar respuestas satisfactorias a esas demandas. Por tanto, la tesis de la reducción de tensiones por medio de la escenificación de pseudoconflictos ritualizados o conflictos semánticos y semióticos –palabras, discursos, consignas y emblemas-, adquiere credibilidad ante la constatación del clima de paz y de ausencia de conflictos y tensiones sociales que antecede, casi siempre a una consulta electoral. En este sentido, lo que planteamos, finalmente, es que las elecciones desacoplan todas las tensiones internas que se acumulan en la sociedad. Por efecto, al realizarlas, administrarlas, montarlas, y porque no, es al gobierno de turno, al menos que no apueste a un caos, quien primero las debe asumir, no tan solo con su estricto respaldo y respeto, a los órganos que las montan, sino, su más decida colaboración. Esto, en el hecho, que las propias demandas y revoluciones de expectativas frustradas, el mismo proceso electoral, por lo que explicamos más arriba, se encarga de diluirlos y en efecto,  terminan, solo en una guerra semántica-repetimos-, en función de que la realidad somática de la sociedad se despejan y, en consecuencia, resulta  este hecho o comportamiento de la función de catarsis social que representan las elecciones. ¡Cuidémoslas pues, para evitar las bombas sociales!