1.
En la mano, por una casualidad y por un destino muy concreto, pruebas de matemáticas corregidas. El título, involuntario: solución final.
2.
¿Qué expresiones eliminar de la vida doméstica de las ciencias en el siglo XXI?
Hacer una lista.
3.
Nunca sobrará recordar la perversidad de la expresión nazi “solución final”; ‘solución’ como palabra positiva, aquello que resuelve un problema. Y ‘final’. Aquello que resuelve definitivamente un problema. Casi como una designación racionalista-matemática aplicada al exterminio de un pueblo: ‘solución final’.
4.
“Las Convenciones de Ginebra y sus Protocolos Adicionales son tratados internacionales que contienen las normas más relevantes que limitan las barbaries de la guerra. Protegen a las personas que no participan de los combates (civiles, personal sanitario, profesionales humanitarios) y las que dejan de combatir (militares heridos, enfermos y náufragos, prisioneros de guerra)".
5.
“Soldado británico capturado, torturado y grabado cantando el himno de Rusia”.
6.
Cómo cambian tan poco los tiempos. En la guerra, noticias sobre juicios a soldados, juicios que terminan con penas de muerte y muchas veces pasan por procesos de tortura.
Cómo cambian tan poco los tiempos, sí.
Recordar aquel que fue sarcásticamente designado como el juez de cabecera nazi, Carl Schmitt, y el terrible concepto de “guerra justa”, que él, entre otros, desarrolló en los años 40 del siglo pasado – “la enseñanza de la guerra justa anula la distinción entre enemigo y criminal. El vencedor en la guerra justa se elige a sí mismo como un juez ante el criminal.” El juez, es decir, el vencedor de la “guerra justa”, escribe Carl Schmitt, no debe conmoverse; y quien pierde la guerra comete un crimen que, en el momento de la derrota, se le atribuye definitivamente. En este mundo perverso, los soldados que pierden dejan de ser soldados y se vuelven delincuentes comunes. Un salto que parece pequeño y casi insignificante, pero que es tremendo.
Carl Schmitt, además, en los mismos apuntes de 1947, se burla de la idea de que quien escribe pueda marcar los límites morales de quien ha triunfado en la guerra. Schmitt cita a un rey prusiano que afirmaba, con la típica ironía de los vencedores: dicen que “el vencedor no puede” decidir qué hace con el vencido, pero “quien escribe libros sí, sí puede decidir lo que “el vencedor debe hacerle al vencido.” Como si fuera ridículo que el vencedor por la fuerza obedeciera a los consejos de los puros observadores que solamente escriben o profieren discursos.
Efectivamente, para los reyes de Prusia y para Carl Schmitt, el vencedor sólo no era sordo si quisiera. El vencedor habla lo que quiere, escucha lo que quiere. En el fondo, siempre esto. En 1848, en 1947 o en 2022. La fuerza sólo escucha palabras de contención por propia voluntad. La fuerza del vencedor debe contenerse, todos podemos decirlo o escribirlo, pero en el límite, sólo el vencedor puede decidir contenerse. Entre el deber moral y el poder del vencedor – aquí está el conflicto. El vencedor debe, sí, tiene en realidad una gran cantidad de deberes – las convenciones de Ginebra sobre la Guerra son un buen ejemplo de ello – pero solo él puede. Nadie más que él puede.
7.
En la larga escala de los Estados o en la micro dimensión doméstica de las vidas individuales y de sus ambiciones, cuando el vencedor es una bestia los heridos, los enfermos, los náufragos y los prisioneros de guerra no son heridos, enfermos, náufragos o prisioneros de guerra, son criminales y el vencedor no sólo es vencedor, sino también juez y a veces torturador.
8.
Uno de los versos más extraordinarios de Rimbaud, del que me acuerdo muchas veces, por varios motivos:
“Él era tan fuerte que incluso podía ser dulce”.
—
Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso