Introducción

En su enfermiza egolatría, para Trujillo era inconcebible que persona o institución alguna, se negase a cumplimentar, en servil actitud de complacencia, sus demandas y caprichos. No se podía desobedecer al “dios” impunemente, so pena de recibir como respuesta el rayo fulminante de su venganza.

Una obsesión incoercible para el tirano fue la de poseer, en su infinita retahíla de honores, el título de “benefactor de la iglesia”. Ya desde el 16 de junio de 1955, tras conmemorarse el primer aniversario del Concordato establecido entre la Santa Sede y el Estado Dominicano, el sacerdote claretiano Zenòn Castillo de Aza, en resonante artículo titulado “Trujillo,  Benefactor de la Iglesia”, había pedido para él,  desde Roma, tan acariciado honor.

Culminaba su artículo afirmando: “desde Roma, imperial y eterna, donde Trujillo se coronó de victoria hace un año, al conmemorar este primer aniversario, alzo mi voz para invitar a todos los dominicanos de buena voluntad y a todos los extranjeros que comparten en la República las ventajas de la Nueva Era, a que poseídos de un sentimiento de justicia histórica y religiosa, aclamen a Trujillo BENEFACTOR DE LA IGLESIA”.

El asunto, no obstante, quedó en suspenso, dado que en 1955 se celebraban los fastos del 25 aniversario y tuvo marcada principalía el otorgamiento a Trujillo del título de “padre de la patria nueva”. Conforme la mitología del régimen,  la “nueva”  era la de Trujillo y atrás, como vaga reminiscencia, había quedado en un lejano reservorio de la historia la concebida por Duarte, Sánchez y Mella.

La solicitud del  galardón propuesto por Castillo de Aza, volvió a cobrar vigencia al final de la tiranía, aunque en diferentes momentos. Inicialmente, tras la crisis suscitada entre Trujillo y la iglesia tras la publicación el 31 de enero de 1960 de la célebre carta pastoral de los obispos dominicanos. El otro momento significativo al respecto se produjo cuando Balaguer, ya presidente nominal desde agosto de 1960, dirige en fecha 19 de enero de 1961 una carta a los obispos dominicanos, rubricada por los 13 secretarios de estado de entonces, solicitando nueva vez para Trujillo el resonante título.

Trujillo era conocedor de que obispos como Monseñor Reilly, titular de la Prelatura de San Juan de la Maguana  y Monseñor Panal, obispo de la Vega estaban en pleno desacuerdo con dicha propuesta. A la negativa de Reilly hizo referencia en carta que dirigiera a Monseñor Beras, entonces Obispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Santo Domingo, ocasión que aprovechó para, de forma capciosa, recabar el parecer de este en torno al honor anhelado.

El 15 de enero de 1960, Monseñor Beras le había dirigido una carta al tirano, dada la  difícil situación económica en que se encontraba el Seminario Santo Tomás de Aquino debido a que durante varios meses el régimen le había retenido la subvención acordada para su sostenimiento, pero 16 días después se leería en todos los templos católicos la carta pastoral. Trujillo demoró adrede la respuesta a Beras, hasta el  31 de marzo  de 1960, cuando ya estaba en marcha la campaña orquestada  a su favor.

En su respuesta, expresaría a Beras que:

Aunque el informe técnico de esa Secretaría es adverso a la petición de Vuestra Excelencia por razones burocráticas, muy dignas de atención a causa de los efectos que la Pastoral del 31 de enero ha tenido sobre las recaudaciones fiscales, no he vacilado en recomendar que se asigne al Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino la suma solicitada para que esa institución, a la cual le dado todo el apoyo desde su fundación, pueda proseguir su obra que reviste importancia capital por lo vinculada que se haya a la formación del sacerdocio y a la conveniencia de que la Iglesia Católica cuente en nuestro país con suficiente personal netamente dominicano”.

No obstante, y es aquí donde comienza la capciosa insinuación, le  expresaba:

“Un escrúpulo, sin embargo, me ha hecho considerar que tal vez no sea oportuna mi intervención cerca de los organismos oficiales competentes para que la solicitud hecha por Vuestra Excelencia en favor del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino sea definitivamente aprobada.

El Señor Obispo de San Juan de la Maguana, Su Excelencia Monseñor Tomás F. Reilly, en carta que me dirigió considera como un motivo de preocupación el plebiscito popular que se ha iniciado para que se me otorgue el título de “Benefactor de la Iglesia en la República Dominicana.

Ese sentimiento, respaldado por algunas figuras destacadas del clero nacional, se inspira evidentemente, según las manifestaciones de las personas que lo han apoyado sin reservas, en el hecho de que he sido yo, entre todos los gobernantes dominicanos, el único que ha secundado sin vacilaciones la obra de la Iglesia Católica, que la ha rodeado de las facilidades materiales necesarias para el ejercicio de su misión espiritual y que ha llevado esa protección hasta el extremo de suscribir un convenio que somete a un régimen concordatario las relaciones entre la Santa Sede y el Estado.

Ante esa actitud del Excelentísimo Señor Obispo Monseñor Tomás F. Reilly, lo lógico parece ser que en lo sucesivo me abstenga de intervenir, como lo he venido haciendo desde hace largos años, en favor de cuantas solicitudes puedan favorecer las actividades de la Iglesia Católica y contribuir a la realización de su obra de bien Social y espiritual en la República Dominicana.

De esa manera desaparecería naturalmente todo motivo para manifestaciones como la que ahora sustenta una inmensa mayoría del pueblo dominicano, que constituye una expresión absolutamente espontánea del espíritu público a la cual he querido permanecer ajeno no obstante la legítima satisfacción que me produce como refrendación pública de cuanto he hecho en favor de una de las causas más nobles en que puede interesarse un gobernante en nuestro país: la del auge del culto católico que tan íntimamente se halla unido al nacimiento de nuestra nación y la reafirmación de nuestros atributos más preciosos como país soberano.

Mucho me complacería conocer la opinión de Vuestra Excelencia acerca de los escrúpulos que me inspira esta carta y que se justifican por la significación que tienen en lo que respecta a la conducta que me competa observar en lo adelante cuantas veces se solicite mi intervención en asuntos que atañen a la Iglesia Católica en la República Dominicana.

Saluda a Su Señoría Ilustrísima muy respetuosamente y besa su anillo pastoral,

Rafael L. Trujillo.

2.- Astuta respuesta de Monseñor Beras.

Cinco días después, Monseñor Beras, con el tacto propio del lenguaje eclesiástico, responde la misiva de Trujillo con una denegación implícita, en los siguientes términos:

Ciudad Trujillo,

4 de abril de 1960.

Excelentísimo Señor

Generalísimo Dr. Rafal L. Trujillo Molina

Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva,

SU DESPACHO.

 

Tengo el honor de referirme a la atenta carta que tuvo a bien dirigirme el 31 de marzo próximo pasado, en relación con la actitud futura de su Excelencia en cuanto a vuestra intervención en obras de la Iglesia.

 

Abrigo el convencimiento de que Vuestra Excelencia, como católico, continuará prestando toda colaboración a la Iglesia. Es doctrina de esta que todos sus hijos tienen el derecho ineludible de colaborar en sus obras, obligación que aumenta, en proporción de las posibilidades y la autoridad con que la Divina Providencia inviste a cada uno. Además, quien favorece a la Iglesia, beneficia siempre al pueblo.

 

Si la Iglesia ha recibido y recibe ayuda de un gobernante católico, Vuestra Excelencia tiene sobradas pruebas de que Ella ha rendido servicios en todos los aspectos de la vida de la Nación, y estoy seguro de que su Apostolado en nuestra Patria representa para Vuestra Excelencia verdadera satisfacción.

 

Por lo demás, el Señor, inmensamente justo, recompensa aún en este mundo dando el “ciento por uno”, conforme al espíritu del Evangelio: “pues el que os diere un vaso de agua en razón de ser discípulo de Cristo, os digo en verdad que no perderá su recompensa” (S. Marcos 9, 41).

 

Refiriéndome al título de “Benefactor de la Iglesia”, he de informarle con toda sinceridad que los Excelentísimos Señores Obispos, de acuerdo con el procedimiento en vigor actualmente en la Iglesia, no pueden menos de reconocer que títulos de tal índole sólo pueden emanar de la Autoridad competente, que es, en este caso, la Sede Apostólica.

 

Según el principio jurídico “ubi maior minor cessat”( Donde hay superior, cesa en sus funciones el inferior), los Obispos son incompetentes para otorgar este título; tanto más, cuanto que la Santa Sede ha reconocido los relevantes méritos de Vuestra Excelencia con altas distinciones pontificias que no fueron concedidas a ningún otro gobernante en nuestra República, antes de Vuestra gestión pública.

 

Por otra parte, la Iglesia reconoce oficialmente estos méritos de Vuestra Excelencia al hacer públicas plegarias establecidas oportunamente en el Concordato.

 

Agradezco la amabilidad de Vuestra Excelencia por haber querido oír mi opinión en asunto de tan grande importancia. Saluda muy atentamente a Vuestra Excelencia con los mejores votos en el Señor,

 

OCTAVIO A. BERAS

Arzobispo Titular de Ucita

Administrador Apostólico “Sede Plena”

de Santo Domingo.

 

2.- La aguda respuesta del Padre Robles Toledano a Balaguer.

 

Meses después, el  19 de enero de 1961, la prensa del régimen hacía pública una carta firmada por Balaguer, quien por delegación de Trujillo ocupaba entonces la presidencia de la república, desde el mes de agosto de 1960, mediante la cual se solicitaba formalmente a los obispos dominicanos el otorgamiento al tirano del anhelado título de “Benefactor de la Iglesia”. La referida carta la firmaban, además,  los 13 secretarios de estado del régimen que entonces conformaban el gabinete de gobierno.

 

En la misma, se hacía referencia al Memorándum que los obispos dominicanos entregaron a Trujillo durante la recepción que este le ofreciera en palacio el día 10 del mismo mes, con el cual se procuraba limar asperezas tras el desencuentro iniciado un año antes, tras la publicación de la Carta Pastoral en protesta ante la violación de los derechos humanos en el país, especialmente de los jóvenes militantes del movimiento clandestino 14 de junio.

 

A partir de entonces comenzó en la prensa del régimen  la  publicación de las opiniones de los sacerdotes consultados, las cuales el régimen hacía publicar todos los días como forma de avivar la campaña a favor de la concesión de tan elevado título. Una opinión de peso, que el régimen recabó con presteza y promovió por muchos días, fue la ofrecida por el destacado sacerdote e intelectual Padre Oscar Robles Toledano. Aunque la misma parece mostrarse favorable a la concesión del referido título, fue redactada con tanta prudencia y perspicacia, que deja en manos de los obispos la decisión final. A continuación el texto de la misma.

 

Ciudad Trujillo, Distrito Nacional

1 de febrero de 1961

 

Señor

Dr. Joaquín Balaguer

Honorable Presidente de la República.

CIUDAD.

 

La carta dirigida por Ud. y por el Gabinete del Gobierno a los Excelentísimos Señores Obispos encareciéndoles dar apoyo a la iniciativa de conferir al Generalísimo el título de “BENEFACTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA” respira tan limpia sinceridad, descansa en tan ponderables motivos, está labrada en tan gallarda e iluminada prosa y se cimenta en tan hermosos conceptos, bañados en lozanísima espontaneidad que nadie sensible a los halagos de la lógica puede no adherirse a ella.

Trujillo, con su desbordante personalidad ha colmado más de un cuarto de siglo de la historia nacional. Las huellas de sus cesáreas gestiones están hondamente grabadas en cada rincón del País. Nada ha podido substraerse a su avasallador influjo transformador. Las ideas, los hombres, las instituciones, hasta la propia fisonomía geográfica de la República han mudado de semblante.

La Iglesia no ha sido una excepción. También ella ha sentido la mágica sacudida de este insólito y desconcertante varón. Lo atestigua, con veraz testimonio, el reconocimiento de su personalidad jurídica; los templos, colegios y seminarios que, derramados por todo el ámbito nacional, ostentan el sello de una edad nueva en los capítulos de su vieja y muy trabajada historia.

A la Jerarquía Católica, integrada por varones dotados de alto y profundo consejo, formada por hombres hechos a captar en lo fugaz lo permanente, en lo huidizo lo eterno y perdurable, en lo deleznable y perecedero los bienes inacabables en las almas inmortales, no se le escapará la serena ponderación de estos motivos. No es mi designio anticipar ni prevenir su dictamen. Es lógico que no me compete.

Los venerables Obispos- quos Spiritus Santus posuit  regere Ecclesiam Dei- han de expresar a la luz de sus conciencias y de la posteridad justiciera su iluminada y ecuánime decisión. Su voz será la mía. Su parecer mi juicio.

En las actuales patéticas congojas por las que atraviesa la estirpe humana nada más puesto en razón y nada más deseable que abogar por una fértil y asidua colaboración entre la Iglesia y el Estado.

El unánime y noble empeño de ambos poderes, redundará, invariablemente, en beneficio y tranquilidad íntima para la colectividad a cuyo servicio, por querer Divino y cada uno en su esfera, están destinadas por esencia, la Sociedad Civil y la Sociedad Religiosa.

Al reiterarle, Señor Presidente, mi compenetración con el parecer de su carta, quiero hacer provecho de esta oportunidad para significarle mis sentimientos de alta consideración y estima.

Atentamente,

Pbro. Dr. Oscar Robles Toledano.

Cuatro meses y días después de la referida misiva, se produciría el ajusticiamiento del tirano. Era el final abrupto de las vanas lisonjas y las estériles nombradías, cumpliéndose una vez más la certeza indubitable del sabio aforismo latino: ¡ Sic transit gloria mundi! ¡ Así pasa la gloria del mundo!.