El año 2023 inició hace días su ruta hacia un horizonte embutido en niebla. Avanza con su masa humana avizorando una tundra. Parece un peregrinaje que descuenta espacios rumbo a lo incierto. No hay brújula marcando un norte libre de malezas y fangos, pues la estela de la COVID-19 que paralizó el comercio mundial, para que luego los bancos centrales desataran la hinchazón monetaria que reactivó la economía planetaria, en medio de los obstáculos de la interrupción de la cadena de suministro, sigue poniendo huellas materiales que van más allá de los rebrotes, con su cóctel de variantes, ya que ahora las instituciones llamadas a controlar la inflación recogen el dinero para encarecerlo a través de la subida de los tipos de interés, como forma de abaratar al resto de las mercancías.
Pero las medidas no han logrado el impacto esperado; la inflación sigue alta y el efecto propio de las medidas, la desaceleración económica, aflora para crear un escenario sombrío: ¡estanflación!: precios altos, desempleo y bolsillos vacíos. El drama nada surrealista sería: todo caro y sin dinero para comprar. Es que las materias primas, después de activarse parcialmente las cadenas de suministro, tras la apertura de la economía mundial, han vuelto a quedar atrapadas, ahora en el conflicto bélico desatado entre Rusia y Ucrania, no solamente por la acción de las armas en el terreno de guerra, sino también por las sanciones contra el país de los zares que ha traído consecuencias peores para los sancionadores que para el sancionado.
La cuestión es que la economía mundial se desacelerará este año 2023, al pasar de 3,3 a 2,6 por ciento, mientras “commodities”, barcos medio varados, contenedores almacenados y vacíos que -todavía- describen un panorama aún complejo sin un pequeño destello de luz que muestre un resquicio por el que se cuele un gramo de esperanza. Es que las locomotoras económicas globales -China, Estados Unidos y Europa, sin dejar de mencionar a la India, como nación emergente que con su crecimiento por décadas comienza a hacer importantes aportes al PIB mundial- marcan, sobre todo las occidentales, el ritmo descendente de la economía, lo que, por supuesto, impactará de manera importante en los países con economías medianas y pequeñas; atadas, irremisiblemente, a la interdependencia que a veces, cuando la armonía entre los mercados, las finanzas y la política globales se articulan salvando escollos mayores, muestra su rostro alegre; pero cuando se enmarañan los intereses y conjugan con políticas desacertadas de las grandes economías, se frunce la alegría convirtiéndose en mueca de sufrimiento.
Hay, sin embargo, países pequeños como la República Dominicana ajenos a esta realidad, ya sea por autoengaño, olímpica ignorancia o timo a la sociedad, mediante la elaboración de un relato cargado de adjetivos cosméticos con los que el Gobierno trata de barnizar la realidad con el fin de mostrar una eficiencia que no existe, para mantener altos sus bonos en la población, pero no se dan cuenta de que cuando la realidad y las palabras entran en conflicto, el viento termina desmontando, sílaba por sílaba, el falso discurso y se impone entonces el verbo de la realidad: los plátanos con precios aumentados en un 300 por ciento, el pan reducido en tamaño, el precio de la factura eléctrica duplicado, la libra de arroz con precios casi invariables desde hace años que se incrementan en hasta un 30 por ciento… Y así, esto se va convirtiendo en frustración que pedirá cuentas en las urnas.