Por siglos República Dominicana ha lidiado con  los problemas y conflictos surgidos en torno a la frontera dominico-haitiana; que, de acuerdo a los matices de gobiernos y épocas,  han sido manejados con hechos, debates y discusiones de toda clase, que van  desde lo risible hasta  lo trágico; pero, especialmente, a través de diversos intercambios diplomáticos y firmas de acuerdos de colaboración mutua entre ambos países.

¿Qué es la frontera? Una pregunta compleja de responder, sin caer en un determinismo legal y/o en el manejo prejuiciado de muchos hacedores de opinión pública de la sociedad.

La frontera dominico-haitiana, con unos 400 km aproximados que atraviesan la isla de norte a sur, presenta diversas realidades económicas,  física y  sociocultural al mismo tiempo, que han progresado  bastante en los últimos 40 años, pero en las que  todavía debemos trabajar  de forma conjunta.

Realidad económica fronteriza

Para muchos, la frontera dominico-haitiana son los mercados binacionales, que generan todo tipo de intercambios económicos en monedas, en mercancías y en transacciones bancarias.

En la línea divisoria entre República Dominicana y Haití hay cuatro grandes mercados; además de alrededor de 15 medianos y pequeños que son centros de intercambios de mercancías locales. En esos mercados se movilizan alrededor de mil millones de dólares entre ambas naciones en el año,  de manera formal e informal, como lo estima el estudio Mercado Fronterizo Domínico-Haitiano (2014-2018) publicado por el Banco Central en el 2021 (https://www.bancentral.gov.do/a/d/5064-mercado-fronterizo-dominicohaitiano). En cuestión horas, vendedores y compradores de ambos países hacen sus transacciones y retornan a sus respectivos pueblos.

Otra realidad económica y transfronteriza es la que generan los contrabandistas,  maleantes o traficantes nacionales e internacionales, que usan la franja para hacer sus tráficos ilegales y criminales; otro mundo, tan oscuro que ni siquiera podemos  imaginarlo.

Realidad física fronteriza

La gente habla de la frontera y se imagina que es o debe ser una división estricta: un muro, una malla o una cadena de soldados estáticos mirando al frente, para repeler una invasión o a los que van y vienen vendiendo o comprando cosas, prestando algún servicio o en intercambios sociales.

Existe una frontera urbana y se trata de aquellas zonas y poblaciones de los municipios y distritos municipales de Pedernales, Jimaní, Comendador, Bánica y Dajabón, marcada sin dudas por los grandes mercados.

Algo diferente son los habitantes fronterizos y transfronterizos rurales que viven un mundo “natural”, en espacios que sienten suyos, independientemente de lo que pueda suceder entre ambas naciones, no dejan de responder a la vida (cultura), primero como dominicanos o haitianos y luego como fronterizos.

El ir y venir a una y otra nación de manera cotidiana, por cuestiones diferentes de la vida, es un asunto normal en la frontera, es como el zurcido de un roto de una tela, ese ir y venir crea el hilo conductor: el diario vivir de la gente de ambas naciones, un mecanismo de adaptación al medio ambiente, aunque en el sentido figurado se vea el tinglado de las relaciones como un parche, es una realidad subcultural transfronteriza.

Realidad subcultural transfronteriza

Tradicionalmente, durante siglos, todo lo que se desarrolla en la frontera ha sido en “desorden” y bajo criterio de “ilegalidad”, y eso no debe ser, porque al final siempre están en asecho los foráneos que sacan provecho de la situación fronteriza; el nivel de legalidad o ilegalidad es algo históricamente dado y convendría organizar un poco el desorden con el enfoque social y cultural de lo fronterizo y transfronterizo, para bien de todos.

Cuando hablamos de subcultura o cultura local nos referimos a las ideas, creencias, forma de producción y respuestas a la vida en general de cualquier zona o región del país.

Lo económico, social, político, el parentesco de sangre (Uniones maritales, padre, madre, hijo, primo, sobrino) y el ficticio (compadrazgo, amistades y parentela por alianzas) ayudan a sobrevivir a la gente, creándose respuestas a una realidad históricamente conflictiva por los enfrentamientos de dos realidades nacionales diferentes, donde aflora una subcultura particular.

El haitiano es haitiano y el dominicano es dominicano, pero en la subcultura transfronteriza tienen una cotidianidad diferente al resto del país; es decir, como el cibaeño “es así…”, el sureño “es así…”, también los que conviven en la ruralidad fronteriza “son así…”

¿Cuántos son los cultivos agrícolas y pecuarios que ocasionan una relación de interdependencia permanente  entre las comunidades rurales fronterizas y transfronterizas? ¿Cuántos son los jornales o fuerza de trabajo y servicios contratados por las comunidades? ¿Cuántos millones de arbolitos se han llevado al lado haitiano, sirviendo de estímulo a la reforestación? Ese ir y venir en dicha franja, también tiene interrogantes válidas para el microcomercio,   característica del “capitalismo de a centavo” difícil de comprender para una persona que esté fuera de ese mundo.

En tal sentido, cosas interesantes ocurren dentro de la subcultura transfronteriza, como son los micro ahorros, préstamos y los “sanes” en las que comparte la gente de ambas partes; acciones “financieras” dignas de emulación.

Los transfronterizos son naturales de ahí, tienen sus vínculos familiares-rituales: alianzas maritales y de familias; compadrazgos y amistades; aclimatados a sitios determinados, con desenvolvimiento en el territorio conforme a las subculturas de cada zona, creando una ecología social fronteriza y transfronteriza con múltiples conflictos socio ambientales, sobre todo, con los recursos naturales.

En el sociograma elaborado para este artículo podemos visualizar, en parte, ese conjunto de actividades de “ir y venir” cotidiano de lo transfronterizo.

Es una verdad harta conocida que lo que podría controlar el flujo migratorio desbordante de haitianos hacia Dominicana es crear juntos políticas sociales fronterizas y transfronterizas, aparte de las migratorias.

Visto esto, debemos pensar que las cosas necesariamente no son como quisiéramos que se dieran, sino como son; y el papel de los que defienden a ambos países es conducir el desarrollo con transparencia, sostenibilidad y participación de la gente más vulnerable en los cambios requeridos.