El día 20 de diciembre de 1955, durante la inauguración de la pomposa y muy costosa Feria de la paz y confraternidad del mundo libre, el lisonjero Cucho Álvarez Pina pronunció un discurso en el que (a nombre del pueblo dominicano, por supuesto), rendía homenaje a la bestia como el primer hijo de la Patria y como el más grande repúblico y gobernante nacido en tierra dominicana. La bestia se transformaba en las palabras de Cucho Álvarez en un maestro, un estadista, un conductor, un apóstol, un caudillo, el generalísimo de los Ejércitos Nacionales. Y a él estaba dedicada la obra, y al vigésimo quinto aniversario de su ascenso al poder.
La idea de la Feria era al parecer de Álvarez Pina, el mismo que se había inventado lo del castillo del cerro, el monumental desastre arquitectónico que Trujillo repudió y le costó a Don Cucho el exilio en alguna propiedad seguramente confortable y lujosa, un exilio que le pareció “un largo calvario, con reclusión doméstica voluntaria”, desde 1950 hasta 1954.
Pero don Cucho volvería a caer en la gracia del jefe y en la gracia del jefe permanecería hasta el final. En el momento en que pronunciaba su esperpéntico discurso era presidente de la Junta ejecutiva pro celebración del 25 aniversario de la era de Trujillo y gobernador del Distrito Nacional. Además, Anselmo Paulino, su enemigo y rival político, había caído con gran estrépito y estaba preso en la popular cárcel de La Victoria.
La idea de una Feria como la que había propuesto Don Cucho lucía gigantesca, desproporcionada. Se trataba de un proyecto que no parecía y no estaba al alcance del país y que terminó malogrando las finanzas. Pero la propuesta de una feria mundial en honor a la bestia y a los veinticinco años de su régimen (con el pretexto, además, de promover la inversión extranjera y el comercio), no podía ser rechazada y nadie la rechazó. Nadie se hubiera atrevido. Fue rápidamente aprobada.
Cucho Alvarez Pina fue nombrado como presidente de la comisión de organización en el mes de julio de 1955, con un casi imposible margen de tiempo para llevar a cabo la finalización de la planta física. Era un premio y un castigo a la vez. Algo que quizás no esperaba. Sobre sus hombros, como dice Crassweler, cayó la responsabilidad, la enorme presión de ejecutar en plazos perentorios una obra de tal envergadura y de nombre tan ilustre como la Feria de la paz y confraternidad del mundo libre. La misma feria cuyo nombre oficial hoy en día es Centro de los Héroes, aunque no ha dejado de llamarse Feria.
Para su construcción se eligió un sitio muy accesible en las afueras de la ciudad, entre el malecón y lo que hoy es prolongación de la Avenida Independencia, entre la actual Avenida Jiménez Moya y la actual Calle Héroes de Luperón.
Sólo se disponía de unos meses, un poco más de un año, y en ese periodo se hizo a marchas forzadas, a un costo no insignificante en vidas y una cifra colosal para la época de treinta millones de pesos. Una cantidad equivalente a la tercera parte del presupuesto del año, que afectó gravemente la economía. Una costosa desgracia, como dice Crassweller
Tal vez en algún momento Cucho Álvarez pensaría que no iba a poder cumplir, que volvería a caer en desgracia. A pocos meses de la fecha de entrega una tercera parte de las edificaciones no había sido concluida. Ocho mil obreros trabajaban sin cesar y se multiplicaban los accidentes. La situación parecía y era desesperada, pero de alguna manera se terminaron la mayoría de los edificios a tiempo. La Feria se inauguraría el 20 de diciembre de 1955 y se clausuraría el 31 de diciembre de 1956.
Aparte de la Feria se construyó a corta distancia —en una ubicación privilegiada sobre el farallón que atraviesa la ciudad de este a oeste—, el imponente Hotel Embajador, que no parece haber envejecido con los años. Según dice Crasswelller, se construyó en el corto espacio de doscientos treinta días laborables y fue decorado en estilo Luis XV con excepción del penthouse, que se decoró en estilo contemporáneo.
La ceremonia de apertura de la Feria fue celebrada por todos los medios con palabras sacramentales, desproporcionadas, como si se tratara de un evento de carácter casi divino. La feria de la paz y confraternidad del mundo libre representaba, al decir de los más fogosos cortesanos, un acontecimiento de trascendental importancia en la República Dominicana, un evento nunca visto en la historia latinoamericana.
Cuarenta y dos naciones del llamado mundo libre acudieron al llamado del gobierno de la bestia y participaron activamente en el evento. Como era de esperarse, muy destacada fue la presencia de España y la Santa Sede, cuyos soberbios pabellones fueron asiduamente visitados y elogiados en exceso. Había pabellones de países del Caribe y de remotos países asiáticos como Indonesia y China, pero de proporciones más modestas. Además también estuvo presente el presidente de Brasil, príncipes de la iglesia, representantes del gobierno de Francia y altos funcionarios y dignatarios de otros lugares, incluyendo por supuesto una nutrida delegación del imperio usamericano.
Como dice Crasswellerel, Trujillo no podía estar más complacido. Estaba como quien dice en su mejor momento. Mientras en el país arreciaba la represión y se tomaban medidas extraordinarias para impedir cualquier brote de de protesta, la bestia recibía el espaldarazo del llamado mundo libre, en el que se encontraban la España de Franco y varios países de America y otras partes del mundo sometidos a regímenes de oprobio. La Feria era un éxito, un verdadero éxito. Nunca llegaron los turistas que se habían anticipado y que llenarían los hoteles que se habían construido o ampliado, pero el público dominicano acudió en masa desde el primer día y muchos disfrutaron en grande porque el mayor atractivo de la Feria era el parque de diversiones, el Coney Island. La gente sentía curiosidad y visitaba religiosamente los pabellones, pero a los jóvenes les atraían los juegos mecánicos, en especial el de los carritos chocones.
El nombre del país se había crecido, desde luego, se había dado a conocer en los más apartados rincones y el ego de Trujillo estaba fermentado a tiempo completo. Los distinguidos visitantes extranjeros se deleitaban contemplando enlas opulentas instalaciones de la Feria el extenso muestrario de los interminables avances del país durante la época de Trujillo, el desfile interminable de grandes realizaciones materiales y espirituales, se deleitaban contemplando los cuantiosos bustos de Trujillo, las estatuas de Trujillo, los infinitos retratos de Trujillo, el bajorrelieve de Trujillo labrado en un tronco de caoba centenaria. Incluso aprendieron que toda la historia de la humanidad demostraba que Trujillo era comparable, quizás ventajosamente, a Constantino el Grande y a Pipino el Breve.
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.