Desde muy pequeña, me ha apasionado la política social. Esto, porque es a través de las políticas sociales que los hacedores de políticas públicas podemos atender problemáticas sociales que perpetúan el desarrollo económico de las personas que viven en condición de pobreza. En el caso de la República Dominicana, las Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC) son el principal instrumento de acción de protección social del gobierno.

 

Si bien las TMC han probado ser un paliativo de la pobreza, mi problema con las mismas, así como con la mayoría de las intervenciones sociales que actualmente se implementan, es que se enfocan exclusivamente en el desarrollo de la mujer, dejando atrás el debido involucramiento del hombre en el desarrollo familiar como parte de la salida de la pobreza. Ahora bien, con la anterior oración no busco ser malentendida: estoy a favor del empoderamiento y la autonomía económica de la mujer y en mi trayectoria profesional he actuado en consecuencia.

 

No obstante, en mi experiencia profesional también he presenciado que, al enfocar los instrumentos de política social exclusivamente en las mujeres, en ocasiones se generan beneficios para la sociedad a corto plazo y efectos adversos a largo plazo. En el corto plazo, se visibilizan mujeres obteniendo ayuda económica, capacitaciones, emprendiendo sus micronegocios y en consecuencia generando sus propios ingresos. En el largo plazo, se observa mujeres que además de ser microempresarias, también continúan asumiendo los roles de cuidado del hogar, las corresponsabilidades exigidas por el Sistema de Transferencias Monetarias Condicionadas (STMC) en cuanto a educación, a los chequeos de salud de los hijos y en adición, también terminan asumiendo la manutención del hogar.

 

Todo lo anterior genera una realidad en la que se vislumbra a un hombre, padre y esposo casi inoperante en la vida familiar y la mujer termina asumiendo un hogar casi de forma monoparental. La profesora investigadora Marta Ochman destaca en su artículo de 2016 titulado “Políticas sociales y empoderamiento de las mujeres, una promesa incumplida” que la forma en la que se ha diseñado tales intervenciones fortalece los roles tradicionales de las mujeres como cuidadoras desinteresadas, al mismo tiempo que aumenta su estrés y jornada laboral. Esto porque en el diseño de estas políticas se ha ido sumando responsabilidades a las mujeres sin trabajar el involucramiento de los hombres de una forma diferente a la del proveedor tradicional.

 

Es por esto que, se hace necesario revisitar el diseño de programas de política social, con la intención de involucrar a los hombres como entes activos dentro de las corresponsabilidades del hogar. Para esto, se debe de diseñar políticas desde el Estado que fomenten mayor responsabilidad de estos en el desarrollo familiar. Como bien indica Marta Ochman en su artículo; el diseño actual refuerza la idea de que las mujeres son “las responsables por la mejora del bienestar de la familia y  también  las  culpables  por  su  fracaso”. Es momento de cambiar esto.