La verdad es que hablar de la felicidad parece fácil pero es un asunto bastante complejo, por felicidad en términos muy simples y generales se entiende algo así como que se es feliz cuando la persona se siente plenamente satisfecha por gozar lo que desea o por disfrutar de algo bueno y según dicen es el objetivo último del ser humano. El amigo Aristóteles afirmaba que todos los hombres perseguían ser felices y que cada uno posee el secreto de serlo.

Claro que si el término felicidad lo cogen los filósofos o pensadores actuales ahí es que se enreda la cabuya hasta dejarlo con más vueltas que un andullo de tabaco cibaeño. Unos intelectuales de nuestro patio como un Armado Almánzar-Botello, un Efraím Castillo, un Federico Henríquez Grateraux, por ejemplo, esta sencilla palabra, felicidad, de solo nueve letras, la meten en el buzón de sus cerebros, allí la exprimen, la procesan, le dan mil vueltas conceptuales, le sacan los entresijos, seccionan su sigmoides, trituran su médula, abren la femoral del asunto, la planchan con almidón y vainilla y le sacan una naiboa de significados para escribir siete biblias en verso.

Yo no ni de lejos soy filósofo, solo un simple hacedor de anuncios publicitarios, pero tengo mi propia teoría -rastrera y pedestre- sobre lo que yo llamo ¨pedazos de felicidad¨ y que al aplicarla en mi propia persona me ha dado muy buenos resultados por lo que me atrevo a exponerla por si a alguien le pudiera servir para algo.

La felicidad a pedazos se basa en la unidad de vida que es el día, el de las 24 horas reloj de cuerda suizo o de cuarzo japonés, en las que se producen tantas actividades del comportamiento humano como comer, dormir, trabajar, evacuar y otras. Si a esas 24 horas las cortamos en tres rodajas como si fuera un salami de tiempo dan ocho horas cada una.

Las primeras ocho son de trabajo, aunque bien pueden ser nueve o diez o hasta más para estar a bien con el jefe, don Pascual, que es un explotador, o por tener que hacer horas extras para llegar con la economía más o menos viva a fin de mes. Si esas horas no producen felicidad difícilmente lo podrán ser las dieciséis restantes. Se llegará a la casa agotado, con un truño laboral perpetuo, refunfuñando y echando pestes de la oficina, quedando una zurrapa de mal genio o malestar permanente que puede explotar o contaminar el ambiente en cualquier momento con la mujer o los hijos y hasta con Titi el chihuahua, rey y señor de la casa.

Así que la primera recomendación para ser feliz es tener un trabajo que te guste, que te apasione, que te desarrolle como profesional y como persona, no importa que sea barriendo calles, empalmando cables, haciendo ricas empanadas de atún o diseñando camisas de una sola manga. Así que si usted no está contento con su trabajo plantéese buscar o formarse para otro que le satisfaga y lo haga feliz ciento por ciento, a veces no es fácil pero hay que intentarlo, una parte muy importante de su vida está en juego.

La segunda rodaja de otras ocho horas es sin duda la más importante, las ocho horas que usted duerme con su esposa, pareja, amante, lío, apaño o como quiera llamarle, si no le gusta, si no se lleva bien con él o ella, se fuñó la parte más decisiva de la felicidad, la sentimental, la romántica, la de la intimidad, la de la cama, la del deseo, la del revuelco puro y duro. Si la cosa de los corazones fechados no marcha entonces aparecen las peleas, reproches, menosprecios infidelidades, e inclusive en no pocos casos la llamada violencia doméstica y que ya en demasiados casos acaba en estadísticas fatales.

Así que la segunda tajada del salami para ser feliz es que uno se derrita como un helado de fresa en pleno sol de agosto caribeño nada más ver a su esposa-o o pensar en ella o en él y que ese derretimiento perdure hasta los 101 años como mínimo. Esto, como el trabajo tampoco es sencillo porque es más difícil cambiar de pareja que de empleo por lo que hay que poner todo el empeño en ello.

La tercera rodaja de ocho horas les corresponde a cosas varias muchas de las cuales hay que tomarlas con paciencia, cantando bajo la lluvia de las duchas. Hora u hora y media dedicada al transporte para ir y venir del trabajo si no nos pillan los horrorosos tapones de las ocho, las doce, las dos, las seis y hasta las tres de la madrugada, un par de horas más para desayuno, comida, la picadera que engorda, y la cena, una horita para el pipí, popó, afeitarse él, maquillarse ella, y el par de baños refrescantes, una o dos hora para vivir metido de cabeza dentro del celular, la computadora, y la televisión el resto si es que queda algo del salami, para caminar, chismear con los amigos o los vecinos, practicar deportes y otras actividades varias.

Bueno, esta es mi filosofía rasante de bolsillo sobre ser feliz y no infeliz que es todo lo contrario, a mí me ha funcionado muy bien. Ojala que ustedes también lo sean aplicando o no este método, o cualquier otro como el del Dr. Feliciano que logra la felicidad en 20 lecciones (pagándolas, claro), o ninguno de ellos. El caso es vivir lo más feliz posible. Que es posible.