La Felicidad y la Paz, ¡cuántas barbaridades se han cometido en sus nombres! Cualquiera se echa a temblar con tan solo pensar en ellas, en sus consecuencias, teniéndola o sin tenerlas, soñándola o haciéndosela soñar al otro. Ambas abruman hasta el delirio sino se poseen y si se poseen también. Si se tienen entristecen por sí; si no se tienen, las buscamos sin compasión en todo lo que nos rodea y como nos rodea el todo, por eso lo convertimos en nada, en tierra arrasada para buscarlas o conservarlas o imponérsela al otro.

El que no tiene felicidad o no la ha conseguido tampoco tiene paz; y el que hace alarde de tener paz ¿posee la felicidad? ¿Y la felicidad nos da paz? Estamos constantemente embargados por sensaciones que nada más son “verdades” en el pensamiento; pero la paz no necesariamente nos da la felicidad.

Cuando digo felicidad no me refiero a que tengo todo lo que necesito; y cuando aludo a la paz, cual sea, tampoco; sobre todo en lo que se refiere al dinero que es el patrón oro, el aura de los estados emocionales. Pues, solo pronunciar: Felicidad lo asociamos a que nos falta algo que venden en el supermercado; y con la Paz, camino a no a hacer nada que supuestamente nos las quite, arrebate. ¿Carecer de algo es felicidad o tenerlo en demasía? Pero es mejor tener, diría mi consciente. La razón de ser de las cosas soy yo mismo en la medida de la cantidad, pero ¿se puede medir la felicidad que se alardea como la paz, sea interior o fruto de un acuerdo después que una de las partes en conflicto ha hecho y desecho para el que supuestamente atenta contra su paz, desaparezca de la faz de la tierra?

Con la felicidad y la paz cualquiera pensaría que por el hecho de decir que se la tiene ya todo está resuelto. Existe la paz interior, pero también la música por dentro, asociada a una “maldad” en evolución dentro, pero afuera las posibilidades de sobrevivir son mínimas y nos mantienen en un estado de elevación de la nada con cara de satisfacción.

Las ventajas de muchos términos que definen el estar y ser hacen que nos mantengamos de buen humor o tener buena cara, que busca no afectar nuestra manera de desenvolvernos, tanto para nuestros actos exteriores como interiores. La voz interior ríe a carcajadas, y qué es nuestra voz interior sino la felicidad al cuadrado, allá en nuestra tierra ignota o tierra firme del proscenio de la mente, ¿que la paz lo proporciona y la felicidad lo asume como un viaje de vacaciones a un lugar deseado hace tiempo?

La felicidad y la paz se construyen, ¿cómo se hace una casa, se viaja? Podemos edificar un edificio o vivir en él, ¿y ya somos felices? No me atrevo a decir que no. ¿Nos da paz poseer, tener todo lo que necesitamos, dejando la felicidad afuera, que toque y toque a la puerta y abrírsela porque se acaba de iniciar un incendio y hay que salir despavorido?

Se buscan, tanto la felicidad como la paz donde no debe buscarse, y donde se encuentran, con un mínimo descuido se pierden. Quizás las cascareadas paz y felicidad sean como la vida, el vivir, nacer, crecer, reproducirse y morir, que se va gastando mientras se vive, se desvive en el mal o buen vivir con nosotros mismos o con otros.  Cuando se poseen ambas en la misma dirección y proporción pasa lo inexplicable explicándolo: si es la misma ventana, interior como exterior, que se entra y se pueda verlas jugar en las cosas que se poseen, se sueñan y que se es capaz de todo para conservarlas, cuando se viene a ver se convierten en el ave que se tiene enjaulada y se piensa que estará mejor en su habitad natural, ¿cuál? En la tierra de nunca jamás.