La fascinación por el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) ha sido la característica distintiva de la práctica política en la dirección del Estado Dominicano durante el período democrático 1961-2021; dicho indicador es entendido como factor clave de buena gobernanza y estabilidad sociopolítica. Sin embargo, la evidencia muestra que la economía dominicana se ha mantenido creciendo durante los últimos sesenta años sin que se observen los rasgos de un país desarrollado: (i) igualdad de género, (ii) elevado nivel del salario real, (iii) elevado nivel educativo y, (iv) bajo índice de pobreza.

[1]Fuente: Banco Mundial

Como ejemplo, el cuadro anterior se presenta una comparación del crecimiento del producto interno de Alemania y República Dominicana, evidenciándose que nuestro país ha mantenido un mejor desempeño en términos de las tasas de crecimiento alcanzadas durante el período 1976-2021. Y, según un informe del Banco Mundial, la economía creció 5.3%, en promedio, entre los años 2000 y 2019, alcanzado el status de una de las economías más sólidas de la región latinoamericana, sin que aparezcan los signos del desarrollo.

Sin embargo, se observa que Alemania ha sabido estructurar una sólida política de desarrollo mientras República Dominicana sigue estancada en su fascinación por producto interno, manteniendo una visión de corto plazo orientada hacia el logro de la repostulación del presidente de turno, a partir del uso de la caridad pública y la inversión en ciertas infraestructuras (escuelas y hospitales) sin considerar la calidad de las ofertas de servicios, a partir de la experiencia de en la utilización práctica las anteriores infraestructuras. Un incremento de la oferta de dichos servicios sólo incrementa el acceso, pero no necesariamente impacta la calidad del servicio ofrecido.

Resulta oportuno, pues, señalar cómo sistemáticamente los funcionarios olvidan ejecutar inversiones de mantenimiento y reparación de las infraestructuras existentes; evidenciándose que la estrategia política está por encima de los logros sociales. Así, en las inversiones públicas de cada período de gobierno subyace la idea de mostrar a la comunidad de electores “nuevas obras” que sirvan como instrumento de medición para merecer el favor de mantener el poder en el período de gobierno siguiente.

Sin embargo, se deja de lado que esa práctica de éxito político no necesariamente se traslada a la esfera del desarrollo económico y social; de hecho, el crecimiento del PIB sólo ha mostrado beneficios reales para una mayor acumulación de riquezas de ciertos sectores económicos, mientras la educación, por ejemplo, sigue un proceso de involución que impide a un sector mayoritario de la población la posibilidad material de desarrollar sus propias habilidades y destrezas creativas naturales.

Un ejemplo notorio de la fascinación por el crecimiento del PIB lo constituyó la primera ronda del reciente “Diálogos por el Desarrollo”, auspiciado por el Ministerio de Economía y Desarrollo; pues bien, una excelente idea desembocó en la demostración de nuestra debilidad conceptual sobre el desarrollo y una mayor demostración por la fascinación sobre el crecimiento del PIB; en efecto, los expositores ni siquiera tuvieron la gentileza de mostrar ejemplos históricos sobre la ejecución de un programa económico y social, pensando el desarrollo como un proceso exitosamente ejecutado a largo plazo.

Sin excepción alguna, la visión de esa experiencia de diálogo se centró en la necesidad de alcanzar determinados niveles de crecimiento del PIB como indicador estándar y condición sine qua non para el desarrollo socioeconómico, cuando la historia revela que el camino a seguir está íntimamente vinculado con   desarrollar las destrezas y habilidades naturales del factor humano como paso inicial para una sólida formación de capital social; esta lógica es lo que permite  alcanzar un crecimiento sostenido del producto que permite remunerar los factores productivo en función de su participación, arribar a la igualdad de género y posiciones de empleo caracterizado por su capacidad de innovación.

Sobre ese particular, un enfoque basado en la educación y la formación de una mente creativa, (idea ya practicada de manera notable por Corea del Sur) ha mostrado resultados de éxito sostenibles en el largo plazo; en los casos de desarrollo fulgurante de Japón y Corea del Sur, se debe mencionar la habilidad de la dirigencia política en cohesionar las fuerzas sociales hacia un fin común, como paso previo a un pacto político-social de las fuerzas políticas y productivas orientado hacia el desarrollo socioeconómico, sin importar la organización política a cargo de la dirección del Estado.

En el referido “diálogo por el desarrollo”, la fascinación por el PIB se hizo sentir como el actor clave de la fraseología de esa tertulia entre economistas, dejando a la audiencia en espera de otra sesión en donde los exponentes no sean los artesanos de políticas públicas que han contribuido, de alguna manera, con el estancamiento de una formación educativa que ha mostrado su incapacidad para elevar nuestro proceso de acumulación de capital humano.

No se explica que, en el referido diálogo, haya habido una omisión completa sobre cómo mejorar nuestro posicionamiento en los resultados de PISA[2] 2018 y explicar que República Dominicana aparezca descendiendo en el Índice de Innovación Global en el presente 2022, ocupando la posición 90 de un total de 132 países; ese tipo de información debería llamar la atención de la clase política a cargo de la dirección del Estado, puesto que, en el último caso, se trata del peor resultado de nuestra nación desde el 2012, a pesar del crecimiento sostenido del PIB que hemos exhibido durante años y de haber pasado a un presupuesto en educación de RD$231, 147 MM en el presente 2022 que resulta 6.4 veces superior al presupuesto general de la nación en el 1996. 

En el cuadro anterior se presenta la evolución del crecimiento del PIB durante el período 2015-2019, así como la contribución de los sectores económicos involucrados en el mismo; se observa que el PIB creció a una tasa promedio de 6.08%. Sin embargo, lo que resalta como resultado es: (i) crecimiento de la deuda externa, (ii) una economía que produce empleo de baja calidad (más de un 40% de la contribución del sector servicio se debe al comercio, hoteles, transporte y almacenamiento), (iii) baja capacidad de innovación.

Como contraparte, tenemos un sistema educativo que consume alrededor del 28% del presupuesto nacional (y que pasa desapercibido ante los ojos de la clase política y su fascinación por el crecimiento del PIB), cuyos resultados en las pruebas de PISA 2018 sobresalen por su bajo desempeño: (i) penúltima posición en Reading (lectura comprensiva), (ii) última posición en matemáticas y, (iii) última posición en ciencias.

La agenda política debería ser evidente: transformar todo el modelo de educativo dominicano, con énfasis en la educación inicial; la real necesidad de una educación de calidad nunca ha sido la cantidad de las horas de aulas, sino lo contrario: menos horas de clases y más neuroeducadores.

[1]https://www.bancomundial.org/es/country/dominicanrepublic/overview

[2] Programme for International Student Assessment