Con Gaza en el corazón

Uno de los comentarios más frecuentes en la consulta suele ser este: “Doctora, estoy perdiendo la memoria. Soy incapaz de recordar nada, se me olvidan las cosas, estoy más lenta, tengo la palabra en la punta de la lengua, pero soy incapaz de recordarla…”. Para tu tranquilidad, el hecho de que seas consciente de tu problema ya es un buen pronóstico, pero debemos analizar nuestro estilo de vida y aquellos factores que son perjudiciales para la cognición y las capacidades cognitivas, como la dieta, el peso, el patrón de sueño, los hábitos sociales y el aislamiento afectivo. Detrás de esta queja podría esconderse una de las enfermedades más difíciles de diagnosticar y de tratar farmacológicamente: la depresión.

En algunos casos, el síntoma predominante de la depresión no es la tristeza o el llanto, sino otras manifestaciones, como la rumiación, que consiste en una intensidad de pensamientos saboteadores que circulan en la mente de manera continua. Esto origina un aislamiento afectivo y cognitivo de la cotidianidad, que hace estar más distraído y absorto en los propios pensamientos que boicotean permanentemente a quien los experimenta. Estos pensamientos o rumiaciones suelen ser muy negativos y contribuyen a ese desfase cognitivo.

La depresión también puede presentarse como una incapacidad para concentrarse y para adquirir información del día a día, lo que se manifiesta como una apatía afectiva intensa, conocida como anhedonia, que es la incapacidad para disfrutar o sentir felicidad.

El empobrecimiento cognitivo asociado a la depresión está demostrado científicamente y cada vez se realizan más intervenciones coordinadas con neuropsicólogos y psicólogos cognitivo-conductuales para abordar a los pacientes de manera integral. Esto no solo mejora el estado de ánimo, sino que también ayuda a retomar el ritmo cognitivo de la cotidianidad.

El problema es que todo lo descrito previamente no se ve, puesto que los sentimientos son invisibles, lo que complica el diagnóstico y la prevención. La mayoría de las veces, los pacientes son incapaces de expresarlo con palabras y el sufrimiento y la necesidad de ayuda se manifiestan en otros sistemas, como el digestivo, la piel, el dolor por contracturas musculares, las mialgias y la astenia psíquica (cansancio crónico), que son somatizaciones de trastornos depresivos. Las úlceras gástricas y los estados de nerviosismo sostenido también son muy frecuentes, así como los cambios de peso, generalmente su exceso, que el doctor Antonio Zaglul, mi padre, denominaba “hambre de afecto”.

¿Cómo se puede prevenir o realizar un diagnóstico diferencial? Es complicado, pero no imposible. Lo más importante es descartar un proceso neurodegenerativo con pruebas de neuroimagen, como tomografías con o sin contraste, una decisión que toma el médico explorador. Además, una buena historia clínica es esencial para realizar un diagnóstico diferencial.

La depresión es la gran simuladora; todos somos susceptibles de experimentar en algún momento un estado de profunda tristeza y una afectación de nuestras funciones cognitivas secundarias a este estado.

El autoconocimiento y la ayuda de los profesionales de la salud son la llave que abre la puerta a las soluciones. Siempre que dudes, acude a personas formadas en salud mental y en el tratamiento de las enfermedades de los sentimientos. Tu vida y la de tu familia cambiarán.