Jean-Jacques Dessalines Michel Cincinnatus Leconte (1854-1912). Foto: División de Manuscritos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

El jueves 8 de agosto de 1912, alrededor de las tres y media de la madrugada, el Palacio Nacional explotó con estruendo y despertó a la ciudad de Puerto Príncipe. La explosión provocó centenares de muertos entre los soldados de la guardia. También mató al presidente Leconte (15 de agosto de 1911-8 de agosto de 1912). Tras el incendio salpicado de violentas explosiones, lo único que se encontró del presidente y del pequeño Maurice Laroche, su nieto adoptivo de cuatro años, fueron los restos retorcidos de la cama de hierro donde dormían y huesos carbonizados. En los sótanos del Palacio se habían amontonado enormes cantidades de explosivos. Poco antes de la tragedia, Leconte había ido a inspeccionar el almacén y quedó tan preocupado al ver estos montones de barriles de pólvora que ordenó trasladarlos al Fort-National (antigua fortaleza, ndt).

Después de la trágica muerte de Leconte, el pueblo lamentó amargamente este extraño destino que parecía atormentar al país. Los conspiradores fueron buscados por todas partes, entre los árabes a quienes el presidente impuso las minuciosas regulaciones de la ley sobre el comercio minorista; los grandes comerciantes franceses o ingleses, ya que Leconte, germanófilo, favorecía a los alemanes; entre los dominicanos, debido a que en las relaciones entre ambos países existían crisis permanentes. Más tarde supimos que cerca de los cuerpos irreconocibles del presidente y del pequeño Maurice, habíamos encontrado, cerca de su cama, el cadáver de un desconocido que nadie podía identificar. Otro hecho extraño sobre el que nos detuvimos extensamente fue el testimonio de ciertas personas que afirmaron haber escuchado, en los momentos previos a la explosión, una fuerte detonación proveniente de la sección noreste del Palacio, es decir, de los apartamentos privados del presidente.

A pesar de la tesis oficial de que la explosión del Palacio fue el desafortunado producto de un accidente casi inevitable, las circunstancias exactas nunca se aclararon del todo y, mucho después de la tragedia, los amigos de Leconte persistirían en considerar la catástrofe como el resultado. de un acto criminal.

El político y destacado novelista (ndt) Frédéric Marcelin sostiene que «el general Leconte terminó muy trágicamente con la explosión de su palacio, provocada por la tremenda acumulación de pólvoras y municiones de todo tipo que había acumulado allí durante nuestro desacuerdo fronterizo con la República Dominicana, nuestro vecino, ya sea tenía intención de emprender una ofensiva vigorosa, o si sólo pensaba en protegerse de un posible ataque por ese lado» (Au gré du souvenir, p.144). Más tarde, el historiador Dantès Bellegarde escribió: «en esta ocasión la malicia pública se dio rienda suelta contra determinadas personas o determinados grupos y encontró ecos complacientes incluso en la prensa» (Histoire du peuple haïtien, p.237).

Los espías dominicanos, los comerciantes extranjeros y los comerciantes sirios serán acusados ​​al azar. Los rumores públicos difundieron las teorías más descabelladas sobre las circunstancias que rodearon la desaparición del presidente. Se hablaba de una caja de herramientas de la Compañía Eléctrica que había sido abandonada en el Palacio la noche de la explosión, hecho confirmado por empleados que recordaban haber visto a un técnico reparando algunas lámparas en los salones del edificio. Algunos hablaban de un fugitivo de Cayena que habría realizado el artefacto infernal en Bizoton (sector sur de Puerto Príncipe, ndt), otros sugerían que Leconte había sido secuestrado por delincuentes y llevado a Croix-des-Bouquets (sector norte de Puerto Príncipe, ndt), donde habría sido asesinado por el sacerdote local, un tal padre Lecu, que supuestamente hizo explotar el Palacio para destruir las huellas de su crimen.

El doloroso acontecimiento volverá de vez en cuando a las noticias políticas en Haití. Así, el 3 de mayo de 1930, el presidente Louis Borno, para contrarrestar a sus adversarios políticos que le acusaban de ser el organizador de la serie de incendios que luego devastaron la capital, fue a leer en la radio una rotunda proclama en la que, con brío lapidario, arremetió «los agitadores impenitentes, los beneficiarios de todo el desorden de nuestro pasado, despilfarradores de aduanas, despilfarradores de préstamos de todo tipo, asesinos del presidente Leconte y de sus pobres soldados campesinos, hijos de pirómanos y ellos mismos pirómanos… Los denuncio ante la nación.»

Fragmentos de «L’explosion du Palais National» por Charles Dupuy. Traducido al español por Gilbert Mervilus