El situar la ética en el ámbito del estudio de la moral, en cuanto a normas, costumbres y comportamiento social, es abordar al ser humano en lo biopsicosocial, ya que su integridad está constituida por lo biológico, psicológico y social. Este, como tal, entra en el concepto de sujeto social, por sus funciones práctica- teórica en el trascurso de su existencia. De ahí que para tales funciones construye uno o varios proyectos de vida, dado que como humano está dotado de lenguaje, inteligencia, voluntad, deseo, afectividad memoria, conciencia e intencionalidad.
Como sujeto, vive inseparable de la cultura, de la lengua, del poder y la sociedad. Por lo que el estudio de la ética no reduce al sujeto a una visión de individuo, a un ente biológico, sin tomar en cuenta las otras dimensiones, como la espiritual, que se cultiva en valores.
De ahí que, pensar en el bienestar y la salud del sujeto, no puede verse como trastorno o dolor en el cuerpo, reducirlo al sentido biomédico, donde todo se enfoca en lo fisiológico, anatómico y patológico; sin importar lo que brota de lo social, que destroza la vida, la convivencia en la sociedad: violencia, guerra, corrupción, caos social, cambio climático, entre otras.
La ética implica reflexión, dilatación en la producción y sistematización de conocimiento. Esta no tiene nada que ver con la adquisición acelerada de información. Es por eso que una postura ética del sujeto ha de ser reflexiva, dialógica, autónoma e integral, en la que predomine la libre elección, más allá de la opinión y el consumismo.
Un enfoque integral ético articula la antología y la deontología ética; la primera estudia principios y valores de la existencia humana y la segunda los principios, deberes y normas de las profesiones, como el caso de la bioética, donde sus principios y normas vinculan al ser humano con los demás seres vivos. Esta visión integral va por la línea crítica del racionalismo en cuanto la razón instrumental y calculadora, en detrimento del sentimiento, del dolor y la compasión.
Es por eso, que el dolor forma parte de lo transido, de ese dolor moral intenso, que he venido pensando desde una ética de visión dialógica y que forma parte de los temas de nuestros tiempos, para no quedar atrapados en la nada, ya que es preferible el dolor, que es punto fundamental de lo transido, ante que caer en la nada, en una conciencia vacía al margen de la existencia de los acontecimientos del cosmos, del mundo y el cibermundo.
No pretendo quedar atrapado en la metafísica del fundamento heideggeriano, mucho menos en la nada en cuanto implicación y agitación de la existencia. Ya al filósofo Leibniz se le agitaba el alma al preguntarse por qué hay algo en lugar de nada. Heidegger (2002) reconoce que es imposible verse envuelto en la pregunta por la nada, aunque tengamos la libertad de hacerla, no conduce a nada, más bien a la angustia de pensar en esta, lo cual es algo que desde la reflexión ética que asumo no se niegan algunas de las argumentaciones de Sartre, con relación a que “el hombre es el ser por el cual la nada adviene al mundo” (El ser y la nada, p66).
Sin embargo, prefiero asumir lo transido para no olvidar la responsabilidad moral de que no se puede vivir en un instante dejando a un lado el inmenso dolor desprendido de la vivencia, los vínculos y la ruptura.
Es sumergiéndonos en la experiencia de la vida que podemos forjarnos una conciencia crítica y moral, ante unos tiempos convulsos caracterizados por guerra, ciberguerra, millones de refugiados ucranianos en Europa, pandemia, hambrunas, enfermedades, cambios climáticos (ciclos de intensidad de lluvias y persistente sequía), crisis de la seguridad alimentaria, entre otros males existenciales. Estos tiempos tiene una presencia transida que no se puede escamotear como si nada estuviese ocurriendo, como si estuviésemos viviendo en un presente de nada que no dice nada sobre el dolor intenso de índole moral y existencial que están produciendo estos acontecimientos en el mundo y el cibermundo.
El dolor moral es un malestar que siente el sujeto ante algún desajuste social que le dice que algo anda mal, ya sea en lo local y global o glocalización, como diría Urich Berck. Desde la ética, se afirma la vida, se busca el bienestar de vivir bien, pero no sobre la base de rehuir al dolor como signo que nos dice ante ciertos acontecimientos que algo anda mal, que hay señales que no dan buenos augurios.
La compresión del dolor moral nos permite readecuarnos y redefinir nuestras metas y propósito en la vida y comprender que se ha de vivir, pero también de ayudar a vivir, por lo que brota el sentido de la solidaridad.
La indiferencia ante el dolor es como la indiferencia ante la vida que es al mismo tiempo la indiferencia ante la muerte. Estos vínculos se pueden estudiar por separados, pero en la vida real, única irrepetible, se encuentran vinculados, no se puede desvincular, van de la mano como el cuerpo y la memoria.
El escritor William Faulkner expresa: “No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo el dolor. (Las Palmeras Salvajes, 1983; p 156).
Partiendo de este enfoque filosófico de la ética ante el dolor y la nada es que indago desde hace tiempo lo transido, el cual se define en el tomo II del “Diccionario de usos del español” (2016) como “afectado por un dolor físico o moral intensísimo, transido de pena, angustia, de dolor, de frío, hambre” … (p. 2554).
Son tiempos de incertidumbre, por lo que abordar el rostro del dolor forma parte de esta época. El dolor como dimensión de sufrimiento físico, moral y espiritual ha sido objeto de reflexión por parte de los filósofos, como Platón, Aristóteles, Epicuro, Séneca y Epíteto. Para estos pensadores, el dolor era visto como algo natural y una falta de armonía entre los elementos que se opone a la felicidad y es una actitud frente a las cosas que no depende de nosotros, como bien lo precisa Giancarlo Galeazzi (2016) cuando sitúa este concepto en el plano de lo filosófico.
El dolor como característica de los tiempos transidos en que nos encontramos sale a relucir en una franja de sujetos cibernéticos en las redes sociales y en comunidades virtuales, los videos se diseminan y la incertidumbre se incrementa ante el panorama convulso que se evidencia en el mundo y el cibermundo.
Para el filósofo Chun Han (2021), el mundo de hoy vive en una “Algofobia”, que es la “fobia al dolor” y al miedo de padecer sufrimientos y conflictos, dejar a un lado la negatividad y vivir en la positividad continua (…) “desajuste socioeconómico de los que se resiente tanto la psique como el cuerpo” (p.25).
Según este filósofo, donde hay indiferencia no hay dolor, en cambio donde hay amor hay dolor, ya que es relación, vivencia, y no “infierno de lo igual “, de identidades petrificadas sin memorias, de por si muerta, porque viven en la posexperiencia de la virtualidad, que es ir un más allá de la experiencia real de la vida.
De ahí, que Han, nos diga que “solo una relación viva, una verdadera convivencia, es capaz de resentirse de dolor. Por el contrario, un juntamiento inerte y funcional no siente ningún dolor, ni siquiera cuando se rompe” (Ibid., 50-51).
Sin embargo, la realidad de estos tiempos nos dice que la angustia, el dolor como rostro de lo transido no se puede excluir ni mucho menos enmudecer y enceguecer. Por lo que el dolor deviene en asuntos más allá de lo físico, deviene en huellas y cicatrices de memorias humanas. Por ejemplo, la narrativa del dolor cobra sentido en una Ucrania devastada por la invasión rusa y una amenaza a la seguridad alimentaria mundial, donde las calamidades y las hambrunas entran en lo posible y lo real, sin dejar a un lado que en estos precisos momentos la vida en el planeta depende de un maletín nuclear.
Estos tiempos cibernéticos y de incertidumbre no son para escamotear el dolor, sino para ponerlo de manifiesto, lo que no significa que vivamos en aflicción y pesadumbre permanente porque, como bien expresa Edgar Morin (2009), “es necesario un callo de indiferencia para no ser descompuesto por el dolor del mundo”. El diagnóstico de los transidos no escapa a esto: “No se puede vivir sin estar parcialmente atorado, ciego, petrificado: Pero a lo que la mente debe resistirse, intelectual y éticamente, es a la clausura, a la ceguera, a la petrificación” (1999, p.134).
Cierta dosis de filosofía estoica es necesaria, hay que soportar ante cosas que no dependen de uno y hacerse un poco indiferente para no morir a destiempo y atrapado en el corazón de la desgarradura.
Para Schopenhauer (1990), el dolor es un enemigo de la felicidad, aunque este va acompañado del tedio, no se pueden desgajar, porque el uno depende del otro, la reciprocidad entre el dolor y el tedio forma parte de nuestra vida de acuerdo con este filósofo, porque “la necesidad y la privación engendra el dolor; en cambio, el bienestar y la abundancia hace brotar el tedio” (p.59).
El hombre inteligente, según él, busca evitar cualquier tipo de dolor, molestia y busca el camino del ocio y el reposo, ante todo busca vivir en soledad, alejándose de los vínculos, sin embargo son estos vínculos los que, como bien lo aborda Han, nos acercan al dolor y al amor, a la ética de vivir y buen vivir con proyectos de vida y no de muerte.
- Sin una chispa de dolor no hay ética
No se puede vivir al margen e indiferente a los acontecimientos sociales que ponen en peligro nuestra vida y la de los demás; la ética pasa por una conciencia crítica de percibir el mundo y el cibermundo virtual en su integridad, esto nos hace sujeto ciudadano ético, formado en valores como la libertad, honestidad, la solidaridad, el respeto a los derechos humanos, la responsabilidad y la equidad.
Es desde la conciencia de lo transido que se construye una ética ciudadana resiliente, con capacidad de fortaleza, templanza para resistir estados de situaciones desfavorables que conspiran con el buen funcionamiento de la convivencia social. La ética se va forjando moralmente en nuestra vida interior, va armándonos de valores, los cuales son los que nos permiten juzgar, apreciar y tomar decisiones correctas y justas para actuar de acuerdo con principios morales del buen vivir.
Dante Alighieri, en La Divina Comedia nos lleva por los inframundos del dolor, de sus profundidades y experiencia en el alma humana, deja bien claro que el conocimiento ante el dolor nos hace más comprensivos, más experimentados en la vida real.
La democracia es hueca sin una ética ciudadana; se podrá disfrutar de cierto bienestar formal de libertad y de trabajo, placer y consumo, sin embargo, sin conciencia ajena al dolor podríamos entrar a destiempo en una decadencia sin llegar hacer abundante. Esto nos recordaría a Dante y su sendero lleno de dolor: “No hay dolor mayor que recordar el tiempo de la dicha en desgracia; lo sabe tu doctor”. (Dante, p.29).
(Conferencia en Semana de la ética 2022: ÉTICA E INTEGRIDAD GUBERNAMENTAL)