La enfermedad mental viene a ser una alteración de tipo emocional, cognitivo y/o del comportamiento en el que quedan afectados procesos psicológicos básicos como la emoción, la motivación, la cognición, la conciencia, la conducta, la percepción, el aprendizaje y el lenguaje; lo cual dificulta a la persona su adaptación al entorno cultural y social en el que vive.
No obstante, conceptualizar la salud mental resulta complejo porque se encuentra determinada por diferentes periodos de la historia y por el constructo social e individual que se han estructurado en cada época. Lo que sí ha quedado claro es que, a lo largo del hilo de la historia del mundo occidental, el enfermo mental ha sido maltratado en su condición humana hasta términos indecibles.
Ese maltrato tiene cuerpo y nombre propio: violación de los derechos individuales. Cuando alguien no tiene la posibilidad de manifestar su potencial intrínseco en igualdad que los demás, o en el momento que alguno no logra alcanzar un servicio de salud en equidad, o una vez que lo alcanza el trato brindado no es el adecuado, estamos hablando de discriminación. Y cuando se siente desprecio, menosprecio o hay burla por el otro, hablamos de estigma. Ambos violan los derechos de la persona.
En esta reseña nos vamos a apoyar en los aportes que Adela Cortina ha realizado a la ética de la persona y de las comunidades contenidos en algunos de sus más de 100 títulos, entre libros y artículos.
En el ámbito sanitario, la salud mental ha sido la ausente histórica en el accionar de la atención a nivel mundial. En nuestro país no ha sido la excepción. La exclusión y la marginación se han cebado en nuestra población. Y esto no ha sido sólo culpa del sistema: en este tema no hay inocentes. Desde la familia que se niega a reconocer el trastorno mental en su pariente, y lo encierra y esconde porque lo percibe como una afrenta, o cuando de manera individual nos encontramos con un enajenado y lo ridiculizamos, o en el lugar de trabajo preferimos apartarlo, o cuando en un servicio de salud le obstaculizamos el acceso nos convertimos en cómplices y culpables.
En lo que respecta a la sanidad mental, debe quedar claro que lo que define a un sistema de salud, es la forma en cómo atiende a los más frágiles y necesitados. Humanizar la atención es un imperativo, es un asunto ético, que tiene que ver con los valores que conducen nuestra conducta en el ámbito de la salud.
Los valores nos llevan a documentar políticas, programas, a realizar cuidados y velar por las relaciones asociadas con la dignidad de todo ser humano, al hacerlo, hablamos de humanización. Esta implica ver a la persona por encima de la enfermedad para así obligarnos a la estimación de los múltiples y singulares recursos que emergen para producir cambios. Son partes integrales de esas políticas la concienciación, la sensibilización de la atención realizada en un contexto ético y con los beneficios en los niveles físico, emocional, intelectual y social; con respeto a la dignidad humana, privacidad, confidencialidad, vulnerabilidad, manejo de la información y administración de medicamentos.
La atención en salud debe ser accesible, equitativa, con nivel profesional óptimo, con un balance entre beneficios, riesgos y costos para lograr la satisfacción del usuario. La atención en salud debe tener calidad y esta implica integridad, destreza y oportunidad. La calidad redunda en mayores beneficios a menores riesgos.
La humanización hace referencia al abordaje del ser humano, donde interactúan dimensiones biológicas, sicológicas y conductuales mediante la búsqueda del bienestar. El enfermo mental no es un instrumento u objeto; es una persona y nos acercamos a su condición humana cuando al atenderle le damos un trato como quisiéramos nosotros ser tratados.
La ética social, constituida por esas normas de comportamiento frente a los demás, se define por igual como la forma en que la sociedad afronta la locura. El estigma social es una manera de encierro. Es una muralla entre la persona y el mundo. Hay una deuda con este sector, del Estado y la comunidad: de todos nosotros, de la sociedad en sentido general. El cambio de actitudes es un imperativo, debemos vencer la discriminación, el abuso y la negligencia. La persona con una condición mental debe lograr su libertad, su autonomía, su capacidad jurídica, su participación en todas las esferas del cuerpo social.
El ser humano es un fin en sí mismo y no tiene equivalente. Ese es el fundamento de la dignidad. Nuestro límite es no perjudicar al otro. Por lo tanto, no se debe instrumentalizar. La persona puede ser protagonista y creadora de su autonomía y su libertad. Pero la autonomía se logra en relación con los demás y la libertad se alcanza en solidaridad.
Así pues, los valores, las normas y las leyes, que son mandatos dictados por la cultura y la sociedad para ayudar a regular la convivencia, tienen en la dignidad, como un valor y un derecho innato, inviolable e intangible, una brújula ética firme.
Como hemos visto, tanto el Estado como la sociedad, sea este un tomador de decisiones, un hacedor de políticas públicas, un planificador, un técnico o un profesional de la salud mental; o bien sea un ente familiar, amigo o simple ciudadano, tiene un compromiso ineludible con la persona que padece una condición mental y el estigma y la discriminación al que todos le sometemos.
Estamos en el deber de humanizar nuestras actitudes. Humanizar es un asunto ético, la ética se refiere a lo correcto o no del comportamiento humano. Viene pues del interior de nosotros mismos. La humanización viene además de la moral, que está establecida por la sociedad, por las costumbres. La moral dicta las normas que dirigen el comportamiento humano. Ambos, ética y moral, construyen la base que será la guía de la conducta humana y que determinan el modo de nuestro comportamiento en la sociedad. Nos queda el reto de cambiar el modelo de la relación humana que segrega, discrimina y encierra (aun sea dentro de sí mismo), al enfermo mental. Y dado que no puede haber salud sin libertad, el deber de todos nosotros es trabajar para la convivencia solidaria buscando integrar a las personas con una enfermedad mental a un contexto social tan similar al normal como sea posible, al ayudar a desarrollar competencias más allá que a la simple reducción de los síntomas.
Hay que pasar de la exclusión a la inclusión, adoptando en nuestra cotidianidad un enfoque de derechos, y desde el sector salud migrar desde el modelo biomédico al enfoque psicosocial, desde el modelo cama hospitalaria hacia el modelo oportunidades para la vida, desde el modelo tratamiento a corto plazo hacia el cuidado con enfoque en rehabilitación. Hay que trabajar en la construcción de derechos para forjar afectividad, relaciones humanas, competencias y así contribuir en el desarrollo de su capacidad productiva.
En tanto en cuando la sociedad estigmatice y discrimine a las personas con una enfermedad mental, esas personas no tendrán libertad. Se construye ciudadanía no por la condición de nacer si no por la educación. La historia de la humanidad ha sido la historia de ciudadanos que buscan la libertad con un marcado acento de justicia.