Durante la reciente celebración de los diez años de labor jurisprudencial del Tribunal Constitucional (TC), su presidente, el Dr. Milton Ray Guevara, aseguró que gracias a una tarea titánica el TC ha tenido logros importantes; pero que todavía tienen varios temas pendientes, como la aprobación de leyes complementarias que servirán para ampliar el radio de acción y la eficacia del TC y lograr el cumplimiento del mandato que consagra la enseñanza obligatoria de la Constitución para formar ciudadanos y ciudadanas conscientes de sus derechos y deberes. Hago mía esa preocupación.
Y es que son indudables los avances que hemos tenido en las últimas décadas en el país. Entre otros indicadores, basta con mencionar que la República ha mantenido un crecimiento sostenido (de más de dos dígitos en 2021, aún en medio de la pandemia), por encima de la media de casi todos los países de la región; ha habido una disminución significativa de la pobreza; se ha incrementado el nivel de vida de muchos dominicanos y la calidad de la educación primaria evidencia mejoras, aunque se mantiene por debajo de la región y la gran mayoría de estudiantes del sistema de educación pública se encuentra en los niveles más bajos de desempeño en todo el mundo.
En conferencia reciente Joan Antoni Melé, banquero español y promotor de la ética en los negocios, con resultados plausibles, ha puesto el dedo en la llaga: el 1% de la población mundial tiene el 99% de toda la riqueza y esto no es normal, ni lógico ni necesario, ni tolerable, pues estamos destruyendo el planeta. Y esto porque a pesar de tantos recursos científicos, técnicos y tanta riqueza, es la época de mayores conflictos y esto porque hemos perdido por el camino la dignidad humana y hemos olvidado al ser humano.
Los estándares internacionales en materia educativa, medidos por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en su informe PISA, son hechos fundamentalmente en las áreas de literatura, matemáticas y ciencias y en ellos no estamos bien aún. Pero dicha organización no mide la educación en valores, en formación de ciudadanos y ciudadanas con conocimiento y conciencia de sus derechos y de sus deberes, para consigo mismo, los demás y el planeta.
Dinero, crecimiento y negocios es el enfoque principal de nuestra educación escolar, técnica y universitaria; pero ello coincide con lo que sucede en las familias, organizaciones y en la mayoría de los espacios, en los que los comportamientos desenfrenados, el lujo, las aberraciones sexuales y las frivolidades son aplaudidas, promovidas y bien pagadas, con el respaldo de la gente y del empresariado.
¿Dónde está la formación humanística, en arte (más allá de los anuncios) y valores? ¿Dónde están las clases en Constitución, en religión, Biblia, Corán, Torá, Talmud, Vedas, Mormón, Rig Veda, Mahabharata, Bhagavad Gita y otros, pero a final de cuentas en valores, con sentido crítico?; porque ¿De qué valen los avances científicos, tecnológicos, empresariales y de negocios si estamos destruyendo el planeta y al ser humano.
Exigimos el derecho a un medio ambiente sano, para hablar de uno de los grandes problemas de la tierra; pero, ¿y la contracara de nuestra responsabilidad con su cuidado y preservación? ¿Cómo podremos disfrutar del derecho a buen ambiente si no somos responsables con la protección de la tierra?
A lo que debe aspirar el país es a diseñar y ejecutar un buen sistema educativo que incentive el pensamiento crítico, la innovación, el interés en la ciencia y la tecnología como las vías idóneas para generar y acelerar el desarrollo del país. Pero la ciencia se ha enfocado en una idea reduccionista del ser humano, como afirma Melé.
Y solo una sociedad bien educada, donde cada quien tenga oportunidad de desempeñarse en el área que le apasione y hacer su valioso aporte a la sociedad, puede salir rápidamente de la pobreza y dejar la mediocridad del sistema en el pasado.
Asimismo, sin una educación para formar ciudadanos libres, instituciones democráticas sólidas, una cultura de paz y de gente que cuide el medio ambiente, no estaremos en el camino de consolidar un país desarrollado e inclusivo y peor estaremos contribuyendo a fomentar una sociedad que se ve enferma en valores y que no fomenta con visión sostenida la creatividad, a través de la poesía, las artes plásticas, la música, el teatro, el baile y todas las manifestaciones culturales, como ejes transversales del desarrollo.
¿De qué vale un crecimiento económico y una educación en ciencias y tecnología sin valores, sin compromiso, sin amor por los demás y sin creatividad? Servirá para la acumulación de números, dinero y poder, muchas veces avasallador. Será necesario entonces redimirnos de lo que nos separa de lo humano, para poder motorizar el cambio por una sociedad verdaderamente mejor.