La escuela está indisolublemente ligada a los años más importantes de la formación y desarrollo de niños y adolescentes y con ello las figuras de maestros, compañeros, directivos y personal del plantel escolar, se estiman como personajes esenciales que pueden marcan de manera decisiva al futuro adulto.

La escuela dominicana en las últimas décadas del siglo XIX hasta principios del siglo XX estuvo inmersa en el contexto de una gran inestabilidad política, que ha sido llamada por la histografía como la época de Conchoprimo. Expresión coloquial que evidencia el hartazgo de los dominicanos por los constantes “alzamientos” de caciques locales que desestabilizaban la vida cotidiana del dominicano, retrasando el progreso del pueblo.

Los Moscoso Puello, familia capitaleña constituida por ocho hermanos, fueron escolarizados y posteriormente pasaron a formar parte del cuerpo docente dominicano. Como familia, los Moscosos han hecho presencia activa en el acontecer público dominicano desde los últimos decenios del 1700, con la irrupción de Juan Vicente Mocoso Carvajal, tío bisabuelo de Francisco Moscoso Puello, quién se desempeñó como alcalde de Santo Domingo durante la España Boba y como vicerrector de la universidad de Santo Tomás de Aquino en 1815, además de haber participado con su hermano Esteban Moscoso en La Conspiración de Los Alcarrizos.

Rafael Moscoso, es considerado pionero en los estudios de la flora nacional, dándole el nombre al Jardín Botánico de Santo Domingo, Juan Elías Moscoso, se destacó como editor  y hombre de letras, su hermano Jesús se desempeñó por más de una década como presbítero de San José de las Matas y su hermana Anacaona, fue fundadora de La Escuela Normal de San Pedro de Macorís. En su novela autobiográfica Navarijo, Francisco Moscoso nos sitúa en uno de los barrios populares de la capital dominicana, narrándonos su infancia junto al discurrir de los acontecimientos sociales y políticos desde finales de 1800 hasta el 1940, al mismo tiempo que nos hace recorrer con él, algunos pueblos hacia donde estableció residencia como Santiago y San Pedro de Macorís.

Es en este trabajo testimonial, al que Bruno Rosario Candelier le llama narrativa historiográfica, que Moscoso Puello nos presenta la escuela dominicana en la que estudió. Revelándonos nombres de maestros, directivos, funcionarios del sector educación, libros de textos, infraestructura de las escuelas, ubicaciones de las mismas, compañeros de clase, castigos impuestos, actividades lúdicas que se realizaban en los planteles, la conformación étnica y social del salón de clase, las metodologías educativas con las que fue formado, las apreciaciones valorativas de momentos tan importantes como su primera asistencia a la escuela, el encuentro entre su hermano Rafael y Hostos, la envestidura de sus hermanas como maestras normales, la indumentaria de sus diferentes salones de clases, la forma de vestir de estudiantes y maestros en los momentos en que aun no se disponía del uso de uniformes, la influencia del ambiente familiar en el desempeño escolar, el papel de la familia en la responsabilidad de la asistencia a clases. El surgimiento de escuelas como la de Bellas Artes, los rituales del paso de la infancia a la adolescencia, los desfiles estudiantiles, así como también nos aporta una perspectiva comparativa de la educación que tuvo en la ciudad capital, en contraste con las escuelas del interior, al mismo tiempo que nos presenta una panorámica de las instituciones que se desarrollaron alrededor de la escuela y que también tuvieron un papel en la promoción de la cultura, como los periódicos de época, las tertulias culturales y las sociedades filantrópicas.

Francisco Moscoso Puello y sus maestros

A partir del capítulo XIV de Navarijo, Francisco Moscoso comienza a narrar su nacimiento. El 26 de marzo de 1885 nacía el Benjamín de Sinforosa. Era el período presidencial de Gregorio Billini, a quien el viejo Pancho luego valorará por haber creado los maestros ambulantes.

En el capítulo XXI comienza a compartirnos sus experiencias escolares. Su primera maestra fue doña Lucía Morales, la escuelita que dirigía estaba situada en la calle de San Lázaro, hoy Santomé. Aunque de dimensiones pequeña, poseía un gran patio en el que había una mata de jobo frondosa. Esta escuelita, contrario a otras instaladas en residencias, tenía sus propias sillitas que Moscoso define como criollas.

La profesora Lucía Morales ya estaba entrada en años, la describe como blanca, baja de estatura y de voz aguda. Vestía habitualmente con una falda de prusiana morada y un corpiño de tela blanca y encajes. Su método de alfabetizar consistía en hacer a los estudiantes marcar el alfabeto con un puntero hecho de penca de coco. Sus castigos consistían en correazos y suspensión del recreo, pero cuando la falta era estimada como grave, “la queja” era enviada a los padres para que tomaran cartas en el asunto. La composición del alumnado era de variados colores y de diferentes clases sociales que se distinguían entre sí por la vestimenta y el tipo de cabellos, que tal como ha remarcado Ginetta Candelario, siempre ha sido un signo distintivo con el que los dominicanos diferenciamos nuestro abanico étnico.

La segunda escuela a la que asistió estaba situada en la casa de las señoritas Pérez, esta residencia amplia y de grandes ventanas estaba ubicada en el barrio de Regina, casi frente a la iglesia del mismo nombre. A diferencia de otras escuela-aposento, contaba con su mobiliario, es decir, los niños no necesitaban llevar sus asientos. Su tercera escuela se encontraba en Santiago. Era una vieja casa de dos niveles de color rojo, cuyo director era José Sagredo.

De vuelta a la capital, con residencia ubicada en la calle del Arquillo, entre la Espaillat y la Santomé, asistió a la Escuela La Trinitaria, instalada a un costado de la Puerta del Conde. La describe como una escuela pequeña, con un mobiliario consistente en doce bancos de pino, un pizarrón, cuatro mapas deteriorados, un globo terrestre, la mesa del director y sobre ella una regla, un tintero y una caja con trozos de tiza. Su director fue, primero, Federico Velázquez y luego su propio hermano Arturo Moscoso. La compara más con una cárcel que con una escuela. ¿Sus diversiones? Tirar bolitas de papel, ponerle apodo a los compañeros y halar camisas. Los libros utilizados eran el Mantilla no. 3 y los cuadernos de Garnier Hermanos.

Las inestabilidad política impedía con frecuencia la docencia. Tanto las revueltas como los magnicidios eran motivos de suspensión de clases, Francisco recuerda la muerte de Abelardo Nanita que además fue el día de la investidura de sus hermanas Mercedes y Anacaona, que no pudieron festejar por el duelo. La renuncia de un director podía generar el cierre de un plantel, como es el caso de la Escuela Superior de San Pedro. Irónicamente y contrario a lo que esperaba el patriarca Juan Elías, Abelardo Moscoso incursionó en la política, siendo el hermano más romantizado en Navarijo, Francisco parece perdonarle  la adhesión a la política caudillista, que le reclama a sus conciudadanos.

En el capítulo XLVII habla de la Escuela Normal y de su primera asistencia, cuando su director era Leopoldo Navarro quien había sido compañero de sus hermanos Manuel, Juan Elías y Abelardo. También recuerda su paso por el colegio San Luís Gonzaga.

En el capítulo L nos relata su paso y salida del Liceo Dominicano hasta llegar a la escuela de don Moisés, a la que define como una escuela de los viejos tiempos: usaba el Mantilla, cuaderno Hachette, cortapluma y tintero, sujeto al dedo pulgar. Los métodos que se practicaban era la memorización contrario a los practicados por los normalistas. Al pasar de un sistema a otro valoró la diferencia hostosiana y al director del liceo que había sido colaborador de Hostos.

Los Moscoso son una familia extraordinaria, sus aportes a la educación y las letras dominicana hablan muy bien de la educación recibida en sus escuelas y en el hogar. Las profesoras Pérez, la profesora Morales, Emilo prud´homme, Manuel de Jesús Peña y Reynoso en la educación formal y sus hermanas Mercedes y Anacaona en el hogar, fueron para él grandes perceptores. Este testimonio puede funcionar como base, tanto para la comprensión del ambiente más cotidiano de la vida de la escuela dominicana, como para la ambientación museográfica que pudiera ser recreada en un futuro museo de la historia de la educación dominicana.

Si bien es cierto que el tiempo de Conchoprimo se caracterizó por una gran inestabilidad política, donde los caciques de turno se peleaban por el poder, en el sector de la educación, la rivalidad entre liberales y conservadores, propició la contraposición de dos modelos de escuela, donde indiscutiblemente, la reforma para establecer un sistema educativo moderno concebida por Hostos fue la propuesta más sensata para contrarrestar la “ignorancia” y “la barbarie”.