Hostos y la educación científica de la mujer

Hasta el inicio de la reforma educativa emprendida por Eugenio María de Hostos en el país a la mujer no se le consideraba capaz de cultivar la inteligencia y ejercer la facultad de la razón. La primera Constitución de la República, como lo ha resaltado la doctora Ramonina Brea, excluía a la mujer de la ciudadanía y el primer plan nacional de educación las distanciaba de las aulas. “Condenada a la ignorancia social, proscrita de los lugares públicos y de poder, el destino de la mujer era la reclusión social en el recinto del hogar”. (R. Brea (editora), prólogo a E. M de Hostos. La educación científica de la mujer, p. 21.).

Los programas de estudio elaborados en los años iniciales de la fundación de la República tampoco contemplaban el establecimiento de escuelas para niñas. La instrucción pública estaba destinada únicamente a los hombres y procuraba estimular sus capacidades y los conocimientos útiles para el desarrollo de la producción, la innovación y la ciencia. El hogar era el espacio reservado a las mujeres. Les correspondía el cuidado del marido y los hijos, cultivarse en las virtudes republicanas, formar hombres útiles a la República y a la patria.

La educación científica de la mujer se inició en el país con las reformas educativas acometidas por Eugenio María de Hostos, quien, en varias conferencias que dictó en el país, criticó la servidumbre impuesta a la mujer de su época y se propuso educar la razón de la mujer pues era un ser racional, y por tanto, debía ser educada para que sea un ser humano, que cultive y desarrolle sus facultades, practique la razón, viva su conciencia, y “no para que funcione en la vida social con las funciones privativas de la mujer. Cuanto más ser humano se conozca y se sienta, más mujer querrá ser y sabrá ser”. (Ibidem, p. 50)

Hostos expuso de manera reiterada la certeza de que la mujer era un ser racional, al igual que el hombre, y como tal no tenía más limitaciones que el hombre pues uno y otro operan dentro de la limitación de espacio y tiempo. Y así como el hombre puede abarcar, dentro de esa limitación, cuanto abarcaban sus facultades y sus fuerzas, así puede la mujer, ser racional, abarcar cuanto abarca su congénere”. Para Ramonina Brea la posibilidad de que la mujer tuviera una educación idéntica a la del hombre adquirió en Hostos la categoría de “derecho” y pasó a ser una cuestión de “justicia” y de “ética”:

La mujer, como mujer, afirma Hostos, antes que esposa, antes que madre, antes que encanto de nuestros días, es un ser racional que tiene razón para ejercitarla y educarla y conocer la realidad que le rodea: impedirle conocer esa realidad, es impedirle vivir de su razón, es matar una parte de su vida. (Ibidem, p. 89)

En su defensa apasionada de la educación de la mujer, Hostos expuso que la mujer era un ser tan moldeable por el ejemplo como el hombre, pues aún en las condiciones de inferioridad más abrumadoras era moralmente superior al hombre. Ella está condicionada por la sociedad en que vive pues en las sociedades organizadas de forma racional vive con los elementos de vida naturales a la mujer mientras en las sociedades desorganizadas “vegeta como parásita del hombre”.

Reitera su idea de que la mujer es un ser racional pues la razón no es masculina ni femenina, es razón. “Como razón, la mujer debe educarse, la mujer puede educarse. Como conciencia, la mujer debe educarse. Como asociado, la mujer tiene el derecho de ser educada”. (Ibidem, p. 108).

El deseo vehemente del Maestro se cristalizó con la apertura, el 3 de noviembre de 1881, del Instituto de Señoritas o Escuela Normal de mujeres, primer centro educativo femenino de enseñanza secundaria completo del país, iniciado con catorce alumnas, y que confería al progreso “el empuje que le falta cuando el primer iniciado en sus ventajas no es la mujer”.

A partir de momento, la mujer, para quien estaban cerradas las puertas de la Normal, acudió a las aulas para iniciarse en el conocimiento de la reforma emprendida por Hostos y recibir enseñanza de la poetisa Salomé Ureña de Henríquez, quien, de acuerdo al Maestro, por la sinceridad y cariño maternal con que trataba a sus alumnas logró conformar:

“[…] un discipulado tan adicto a ella y a sus doctrinas, que bien puede asegurarse que nunca, en parte alguna y en tan poco tiempo, se ha logrado reaccionar de una manera tan eficaz contra la mala educación tradicional de la mujer en nuestra América Latina, y formado un grupo de mujeres más inteligentes, mejor instruidas y más dueñas de sí mismas, a la par que mejor conocedoras del destino de la mujer en la sociedad”. (E. Rodríguez Demorizi, Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas. (Para la historia de la espiritualidad dominicana), Santo Domingo, 1960, p. 7.)

Las escuelas de Santiago

Desde finales de la década de 1870 el Ayuntamiento de Santiago mantenía escuelas para la educación de la mujer, aunque no de manera científica sino con un plan de estudio tradicional diferenciado de los hombres. Las ideas de Hostos no calaron con rapidez en la educación de Santiago por las dificultades que confrontó la Escuela Normal que impidió la uniformidad del sistema y el método de enseñanza. Solo de manera tardía algunas profesoras educadas en el sistema hostosiano transmitieron sus conocimientos a la mujer santiaguera.

Los dos principales centros educativos de la ciudad de Santiago, a fines de la década de 1870 e inicios de 1880, proscribieron a la mujer de sus aulas, práctica acorde con la cosmovisión machista predominante en la época.

En 1883 la cantidad de niños (3,861) que recibían instrucción elemental de primero y segundo grado superaba a la de niñas (2,764), lo cual implica que por cada seis niños que se instruyeran solo había cuatro niñas, para una proporcionalidad de 6 a 4. En todo el país funcionaban 101 escuelas de niños y solo 74 de niñas. En Santiago también se notaba esta desproporción pues sus cuatro comunes disponían de 14 escuelas de niños y 11 de niñas, aunque en los demás pueblos del país la desigualdad era mucho más acentuada. (José R. Abad, La República Dominicana. Reseña general geográfica estadística, Santo Domingo, 1888, p. 169.)

La profesora Socorro Sánchez

Los acendrados prejuicios de las autoridades municipales contra la mujer las condujeron a impedir el establecimiento de escuelas mixtas. Este es el caso de la profesora Socorro del Rosario Sánchez, hermana del prócer Francisco del Rosario Sánchez, quien en junio de 1870 instaló dos colegios para señoritas: el Gregorio Luperón y el Corazón de María, en la calle El Sol 50, convencida de que “la mujer es un ser inteligente y sociable que tiene el deber y el derecho de trabajar por el desarrollo de su inteligencia y por su perfección moral fundé en junio de 1870 el establecimiento de educación que modestamente dirijo con el fin de prestar mi humilde contingente en la obra de civilización y del progreso”. (El Teléfono, 23 de julio de 1898.)

Las ideas de la profesora Socorro del Rosario Sánchez trascendían la simple exigencia del acceso de las mujeres a la educación. Ella “criticó la unilateralidad de la enseñanza femenina y reclamó el derecho al conocimiento en todas las áreas del intelecto, punto de vista inhabitual en un medio en el cual se consideraba que solo las humanidades eran adecuadas para las mujeres”. Se mostró opuesta además a que a la mujer se le limitara a los estudios primarios y al conocimiento de la historia, la literatura y las bellas artes. (Ángela Hernández, La emergencia del silencio, Santo Domingo, 1986, p. 72.)

El colegio de doña Socorro se mantuvo hasta la década de los ochenta del siglo XIX pues en 1881 se opuso a una disposición del Ayuntamiento, del 23 de enero de 1881, que dictaminaba la segregación sexual:

“Tanto los padres de familia cuanto yo, comprendemos que, al aceptar varones en la edad pueril, no se afecta en nada el decoro de ningún establecimiento de educación de niñas y más si la directora tiene, como yo, por norma la moralidad. Por cuanto a la capacidad para educar e instruir la infancia, ya de un sexo, ya del otro, hace mucho que me he puesto a prueba hasta respecto de los adultos”. (La Voz de Santiago, 20 de febrero de 1881.)

Las autoridades municipales reiteraron a la profesora Sánchez la disposición de no aceptar en su colegio de niñas a ningún varón y contraatacaron con la decisión de considerar el centro educativo como “exclusivamente particular, retirándole, por consiguiente, la subvención municipal”. Esta decisión no amedrentó a profesora Sánchez quien respondió con dignidad las intimaciones:

“La experiencia de todo tiempo me hace ver que la admisión de varones en la edad de la infancia y pubertad en los establecimientos de educación de niñas es costumbre aceptada por la sociedad. Dificilísima es la situación que el actual Ayuntamiento me pone con la orden que ha lanzado, precisándome, con ella, a dar a los padres de familia el desagrado de ver a sus hijos arrojados del colegio, con riesgo de perder la subvención municipal sino cedo a tal disposición”. (La Voz de Santiago, 20 de febrero de 1881.)

Desde épocas remotas muchas mujeres laboraban como maestras en escuelas particulares. Entre las principales profesoras que laboraron en los primeros años de la década de ochenta del siglo XIX se encontraban: N. de Peña Vda. Deschamps, Clara Deschamps, Josefa de Castro, Belén Maldonado, entre otras. La mujer se hallaba doblemente excluida de las aulas pues un número reducido de ellas laboraban como docentes.

En muchos planteles escolares el personal docente lo integraban exclusivamente hombres lo cual resulta lógico dado el reducido nivel educativo de las mujeres quienes solo ejercían como maestras de primeras letras en las escuelas particulares por ellas fundadas, en las que las niñas adquirían un conocimiento acorde a su futuro rol de domésticas, principalmente labores de mano como marcar, coser, bordar en diversos materiales, tejer, etc.

En enero de 1882 el principal periódico de Santiago informaba de la instalación de un colegio de niñas en el centro de la ciudad como parte del proceso de expansión e interés por el desarrollo de la educación. El establecimiento de dicho centro se concebía como un imperativo pues no obstante contar la ciudad con cinco escuelas para niñas, patrocinadas por el municipio, y otras mantenidas por las hermanas de la Caridad, en ellas solo se impartía la enseñanza primaria o de primeras letras y la sociedad demandaba “otra más amplia y acomodada a los adelantos de la pedagogía”.

En dicho escrito se consideraba que el papel asignado a la mujer en la regeneración de la gran familia humana como uno de los grandes éxitos de la civilización. Por consiguiente, para ella no deben estar clausuradas las puertas de las ciencias como lo estuvieron en épocas remotas “y hoy, la mujer, sin apartarse de las grandes obligaciones que como hija, esposa y madre le ha asignado la naturaleza, es susceptible de elevarse en alas del saber a una altura envidiable y así compartir con el hombre los grandes afanes de la vida, tanto en el hogar como fuera de él”. (La Voz de Santiago, 1º de enero de 1882.)

Deschamps concluía su escrito con la ponderación de la poderosa contribución de la mujer a la educación, demostrado tanto en la teoría como en la práctica y sobre sus positivas secuelas en el seno de la familia y la sociedad en tanto devenía en la «fuerza motriz» que todo lo impulsa y “su influencia bienhechora obra de un modo por demás sorprendente sobre todo lo que la rodea”. (La República, 20 de septiembre de 1883.)

A fines de 1883 el profesor García Copley constataba “un hecho al parecer insignificante, pero que en realidad dista mucho de serlo, y es la presencia del sexo hermoso en los planteles de educación durante los días de exámenes, viniendo con sus encantos a realzar y hacer más interesantes estas fiestas del espíritu”. (La República, 31 de diciembre de 1883.)

Pero a pesar de la afluencia de mujeres a las aulas, las mujeres siempre se mantuvieron segregadas de los hombres, excepto en las zonas rurales donde por la escasez de profesores debían recibir enseñanza junto con los hombres, y además no recibían las mismas asignaturas que estos sino de menor complejidad.

Eugenio Deschamps y la educación de la mujer

En Santiago surgieron voces que abogaron por la educación de la mujer, como la del popular tribuno Eugenio Deschamps quien también se asombró de la concurrencia de las mujeres a las aulas y valoró positivamente, prácticamente en la misma época en que lo hizo Hostos, la importancia de su educación:

“[…] La mujer completamente ignorante no podrá hacer otra cosa que sembrar en el corazón de sus hijos preocupación y fanatismo, a la par que la mujer convenientemente ilustrada, podrá y sabrá educarlo haciendo germinar en su alma semillas de bien, de luz y de progreso. Verdad es esa que solo se atreven a negar los abogados del pasado, los torpes materialistas que por una inexplicable aberración han llegado a creer quizás que la mujer, desposeída de espíritu, es un objeto destinado tan solo a dar cumplida satisfacción a la carne miserable […] ¡Desgraciados! No merecen de nosotros sino profunda compasión, de nosotros que vemos en la mujer algo elevado y grande, algo destinado a cumplir en esta tierra de expiación y de dolor, misiones divinas”. (La República, 20 de septiembre de 1883.)

Sin embargo, las correctas concepciones de Deschamps sobre la educación de la mujer involucionaron y en 1898 expuso ideas machistas y retrógradas sobre este mismo tópico, luego de haber asumido posiciones progresistas sobre la educación y emancipación de la mujer. En tal sentido planteó que si a la mujer le correspondiera salir a las calles, “hágame usted el favor de decirme quién barre la casa, lava la ropa, cuece las habichuelas y atiende los chiquillos”.

Las funciones de mujer, a juicio de Deschamps quedaban circunscritas a “cuidar la casa” y “criar muchachos” en las “cuatro paredes de la casa”. Declaró que le “revientan las mujeres brutas” y detestaba las “presuntuosas” en materia de sabiduría, y que si algún día le correspondiera legislar sobre las escuelas trazaría un plan de estudio en el cual, luego de las niñas adquirir la instrucción primaria, aprendieran a lavar, coser, planchar y cocinar pues ese sería el principio de la emancipación de la mujer. La mujer, en fin, debe permanecer recluida en el hogar:

“Por ahí empieza, del modo que lo entiendo, la emancipación de la mujer. Déjese a cada uno lo suyo. A nosotros, los bríos. A ellas, los besos. Nosotros, en el campo de batalla de que brotan la libertad y el progreso de los pueblos. Ellas, en el sosegado remanso del hogar, donde se forma o donde restauran sus potencias el fiero luchador”. (E. Deschamps, “Marimachos”, El Derecho, Ponce, Puerto Rico, 19 de enero de 1898 y “La educación de la mujer”, El Correo de Puerto Rico, 17 de agosto de 1898.)

La labor educativa la continuaron en Santiago maestras destacadas formadas en los principios del normalismo, la más sobresaliente de las cuales fue la maestra Ercilia Pepín quien también se destacó en el movimiento nacionalista de inicio del siglo XX.