El cardenal decano se dirigió a sus colegas: “…hay un pecado que temo más que a todos: la certeza. La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo mortal de la tolerancia. Ni Cristo sabía con certeza qué pasaría al final. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?..”
Estas son las palabras de Thomas Lawrence, interpretado por Ralph Fiennes, en Cónclave (2024), la película dirigida por Edward Berger y escrita por Peter Straughan, basada en la novela homónima de Robert Harris (2016).
El film de Berger aborda el complejo proceso que lleva a la elección de un papa. Aunque con características distintas a los procesos eleccionarios de las democracias occidentales contemporáneas, el conclave, o la reunión que congrega a los cardenales para elegir al líder supremo de la Iglesia Católica, implica la confrontación de facciones; secretos cuya revelación provocan quiebres en el devenir de los acontecimientos; así como las contradicciones entre las ambiciones personales y la misión institucional que se está llamado a cumplir.
Pero más allá de que la película se centre en el problema del poder, tal y como reconoce el mismo Berger en una entrevista realizada para el periódico el Mundo, el film no debe reducirse a una trama de lucha política. (https://www.elmundo.es/cultura/cine/2024/12/18/67631043fc6c832f748b45b0.html).
El film también contrasta el conflicto entre una visión inclusiva de la sociedad y una mirada excluyente de la misma, entre los que promueven la disposición al diálogo como un signo del amor cristiano frente a los que entienden la adherencia a una tradición como la renuncia al diálogo ecuménico.
Y como se muestra al principio de este artículo, el film también aborda el espinoso problema de la duda en una institución cuyo mensaje está vinculado de manera indisoluble con la fe. Aunque la duda y la fe se vean antagónicas, lo cierto es que la tradición judeo cristiana está atravesada por la cuestión de la duda como un aspecto constitutivo de la experiencia religiosa auténtica, un asunto que atestigua el libro de Job, entre otrros pasajes fundamentales de la referida tradición.
“Nuestra fe es un ser viviente precisamente porque va de la mano con la duda. Si solo hubiera certeza sin la duda, no habría misterio. Y por lo tanto, no necesitaríamos fe”, dice el cardenal Thomas. Este reconocimiento de la precariedad y de la vulnerabilidad humana es necesaria como condición necesaria para afrontar las tensiones de nuestro tiempo. Seamos cristianos o no, esta actitud es fundamental para abordar un mundo cada vez más diverso y polarizado sin perder el horizonte de la “caritas” y, por tanto, como señala otro de los cardenales claves de la trama: “sin ceder al odio y al temor”.