Con Gaza en el corazón

Las preguntas que surgen de nuestra propia circunstancia, la recurrencia de pensamientos que nos cuestionan constantemente sobre el sentido de nuestros actos o los de los demás nos llevan inevitablemente a reflexionar. Recordar a Immanuel Kant, en el año en que se conmemora el tercer centenario de su nacimiento el 22 de abril de 1724, es una forma de honrar la inmortalidad de su pensamiento. A pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, todas sus dudas e ideas sobre el sentido de todo nos invitan a mirarnos una y otra vez en sus reflexiones filosóficas, como en un espejo lleno de incertidumbres. Porque quien no duda y cree tener todas las respuestas difícilmente será recordado trescientos años después.

Kant, que murió en 1804, vivió sus últimos años en medio de las consecuencias de la Revolución Francesa y el ascenso de Napoleón Bonaparte, cuando el mundo estaba polarizado y dividido, en medio de guerras y disputas internacionales… Lo interesante de la Historia es que es cíclica: repetimos una y otra vez nuestros propios errores. Las dudas del pasado son las del presente, como una cadena que se repite inexorablemente.

Tenemos una necesidad fundamental de construir nuestro propio criterio, con una vocación por una sociedad que incluya a todos, sostenida en la ley, con ciudadanos que aspiren a ser libres y que consideren el cambio como un proceso transformador. Atreverse a dudar en un mundo donde todos parecen tener certezas es un acto de valentía. La duda está desprestigiada, puesto que se nos repite constantemente que debemos tener certezas.

Sin embargo, el pensamiento crítico se construye a partir de infinitas dudas y de los interrogantes y las preguntas precisas. Las grandes emociones y certezas son atractivas, pero no dejan de ser un espectáculo. La lista de expertos en el show de las certezas absolutas y las soluciones a corto plazo es interminable y nos instala en la ignorancia y la obediencia, no en la reflexión, ni en la elaboración de nuestro propio pensamiento.

Volvamos a Kant y a sus reflexiones, como las que expuso en su ensayo Sobre la paz perpetua, de 1795, en el que escribió que las guerras no deberían existir… Nos pasamos toda la vida explicando las cosas, solo para encontrarnos nuevamente llenos de dudas. Basta con mirar a nuestro alrededor y surgen todas las dudas posibles; es el camino hacia la reflexión. Siempre tendremos que regresar a Kant para comenzar a dudar.