Es indiscutible que la Revolución Industrial fue el origen de la gran divergencia entre los países orientales y occidentales durante los siglos XVIII, XIX y la mayor parte del siglo XX, consolidando la superioridad europea. Impulsado por la tecno-ciencia, Occidente disfrutó de una manifiesta superioridad en los campos de batalla, la cultura y la economía, dejando muy atrás al resto del mundo. Esa diferencia explica, por ejemplo, que en la Conferencia de Berlín (1884-1885), doce países europeos, ninguno asiático o africano, se repartieran toda África como si fuera un botín, con fronteras artificiales, muchas de las cuales aún existen. Al comenzar la Primera Guerra Mundial, aproximadamente las tres cuartas partes del territorio de la población mundial eran occidentales, como el continente americano, o estaban colonizadas por países europeos.

 

El inicio del siglo XX fue el momento de mayor expansión europea en el mundo; pero, el resultado de las dos Guerras Mundiales fue letal para el predominio europeo. Si la Primera Guerra Mundial liquidó todos los imperios europeos: el prusiano, el austrohúngaro, el ruso y el otomano; la Segunda, acabaría destruyendo también los imperios extraeuropeos y, las imperantes potencias coloniales, seguirían el camino de las primeras: Portugal y España. En realidad, se trató de dos guerras “civiles” europeas, guerras “civiles” de Occidente. La descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial fue casi total. Si bien en 1945, cuando se funda la Organización de las Naciones Unidas, la forman cuarenta y cinco Estados, ya para el año 1989, a la caída del muro, suman ciento cincuenta y nueve. Se habían multiplicado por tres. Fue, claramente, el fin de la hegemonía europea en el mundo.

 

Si lo anterior es relevante, más importante aún es comprender que Europa descolonizada iba a ser ella misma colonizada. Sabemos bien que la Segunda Guerra Mundial la ganaron dos potencias extraeuropeas: Rusia y Estados Unidos. Cumpliéndose así, al pie de la letra, la sorprendente y brillantísima predicción que el gran jurista francés, Alexis de Tocqueville, había realizado en 1935, un siglo antes, cuando dijo: “Hay en la tierra dos grandes pueblos que parecen avanzar hacia el mismo fin: los rusos y los norteamericanos. Uno tiene como principal medio de acción la libertad, el otro la servidumbre. Sus puntos de partida son diferentes, sus caminos distintos, sin embargo, cada uno de ellos parece ser llamado por un secreto designio de la providencia, a tener un día en sus manos el destino de medio mundo”. Es preclara la predicción que hizo Tocqueville de la Guerra Fría.

 

Ya fuera bajo condiciones de libertad o de servidumbre, no eran los europeos los que decidían la una o la otra y, si media Europa pudo vivir bajo libertad, fue gracias a la protección de un país extraeuropeo: Los Estados Unidos. El mundo había pasado a ser poseuropeo. La misma Europa, en materia de Seguridad y Defensa había dejado de ser europea, quedando bajo el paragua de protección norteamericano. Europa, creadora del Estado moderno, la Ilustración y la Revolución Industrial, se había suicidado con dos Guerras Mundiales, dejando una herencia espiritual que había que recuperar. Europa debía repensarse en un mundo poseuropeo. Esto es precisamente lo que hemos estado observando a partir de la invasión rusa en Ucrania: la consolidación de la Unión Europea, la reunión en Alemania del G7, así como la Cumbre de la OTAN, en Madrid. Una nueva Europa después de Europa.

La Unión Europea ha construido un orden posmoderno, casi poshistórico, de sumas de soberanías sometidas al imperio de la ley. Ciertamente un orden kantiano, rodeado de un mundo hobbesiano. La guerra de Putin es el mejor ejemplo de esto último, la cual, entre sus objetivos se encuentra inculcar el miedo, infundir el terror nuclear a los líderes europeos, lo que en cierta medida ha logrado: prometen entregar, pero no entregan. Ahora más que nunca cobran vida las palabras de Hegel: “Solo es verdaderamente libre quien está dispuesto a arriesgar su vida por mantener la libertad, quien no está dispuesto a arriesgarla, ya es esclavo, aunque no lo sepa”.