A mi papá, Salvador Pérez, un auténtico cimarrón.

"Enséñale a ser suave con los gentiles y ser duro con los duros, enséñele a nunca entrar en un tren, solo porque otros entraron". Abraham Lincoln.

 

La dignidad se vive como destino y cuando es así no existe dinero sobre la tierra capaz de girar la proa de tu barco. Cuando uno asume las consecuencias de sus propios actos hasta el final, no importa el precio de cuanto puede perder.

Entre los esclavos, que los barcos traían procedentes del continente africano, existía siempre un grupo reducido que tenía acceso a las cocinas y al cuarto privado del capitán. Eran negros mansos cuyos descendientes regularmente ascendían de modo directo sobresaliendo entre los suyos alcanzando posiciones de privilegio en la hacienda del amo.  Fueron aquellos que llegaron a ser mayordomos de la casa, capataces, cuidadores de ganado, miembros serviles de su comunidad rendidos a los poderes fácticos. Ni uno solo de ellos se convertiría en un cimarrón capaz de revelarse frente a la injusticia y refugiarse en el monte en busca de la libertad.

La vida está plagada de ejemplos de valentía y entereza en la defensa de los propios principios,  llena de ese tipo de personas que hicieron, de la firmeza frente a los desmanes de los poderosos y de la coherencia, su modo de existir. Mi papá sin ir más lejos fue un auténtico cimarrón que nos enseño con su proceder a defender nuestra dignidad por encima de todo.

Cuentan mis hermanos mayores algunas anécdotas que me resultaron muy interesantes desde temprana edad. Él era lechero. Quizás el distribuidor más importante del distrito en su momento. Durante el régimen de Trujillo, cuando uno cualquiera de su gremio era detenido en el camino,  se le preguntaba siempre por la procedencia de la leche que portaba. Casi todos ellos respondían: "de la hacienda Angelita" o "de la hacienda de Pipi Trujillo" entre otros nombres. Mi papá, sin embargo, ofrecía una contestación bien distinta y cargada de fina ironía "de la hacienda de mi propio esfuerzo". Es sencillo imaginar lo que tal respuesta implicaba en aquella época. Se cuenta también en nuestra familia que en una ocasión le llevaron aquella placa que todo ciudadano debía colocar al frente de su vivienda y que rezaba de la siguiente manera: "en esta casa manda Trujillo". En cuanto mi papá la tuvo en sus manos agarró la chapa y con un martillo la destruyó en el patio lanzándola después al centro de la calle. Tal vez fue la solidaridad silenciosa del vecindario la que le evitó ser denunciado a los "paleros" del régimen.

Muchas veces me he preguntado si quienes se atreven a desafiar el poder del tirano obrando de tal modo no portarán en su ADN la condición de seres indómitos y valientes ante todo tipo de atropellos. Pienso en este instante en Felipe Rojas Alou y en su negativa a salir al terreno de juego, en protesta por la intervención armada americana en nuestro país, mientras se escuchaba en el estadio el himno estadounidense. Y de igual modo esa actitud me recuerda inevitablemente a la de Muhammad Ali y su abierto y decidido rechazo a participar en la guerra de Vietnam y las consecuencias derivadas del mismo al serle arrebatado el título de campeón mundial de pesos pesados. Por último mencionar a otro gran cimarrón de la talla de Pedro Martínez, pichert de enorme talento que jugó durante varias temporadas con los Boston Red Sox. Martínez respondió con enorme dignidad y con una frase de antología cuando, después de pegar la pelota a dos de los principales jugadores de los Yankees de New York, recibió un trato arrogante e insultos racistas por parte de George Steinbrenner el controvertido gerente y propietario del equipo. Las palabras del deportista vinieron a decirle que él podría tener todo el dinero del mundo, pero que al menos en su caso no tenía el suficiente para introducir miedo en su corazón.

Si de algo estoy seguro es de que mi papá, Felipe Rojas Alou, Muhammad Ali y Pedro Martínez jamás hubieran entraron en la cocina del barco ni al cuarto privado del capitán. Todos ellos remaron sin descanso hasta la orilla que les marcaba el destino sin medir las consecuencias derivadas de sus actos.