¿Cuál es el discurso de la historia, la política y la cultura que se ha justificado en la República Dominicana en los marcos gubernamentales, a partir de 1961? La actitud de los diferentes gobiernos semidictatoriales y postliberales, ha engendrado en el país una cultura de la diferencia que se ha visto cada vez más marcada por los gobernantes que han influido negativamente en los diferentes sectores de la vida nacional, imponiéndose principalmente la fuerza autoritaria del Estado, bajo facetas que se expresan y se han expresado en las diferentes políticas públicas, educativas, institucionales, económicas y fiscales del país.

El economicismo político y las diversas soluciones estratégicas temporales, han llevado al país a bancarrotas políticas y financieras, desde las cuales se advierte la decadencia de una cultura que ha sido marcada por las diferencias sociales y políticas. Diversas entidades culturales y muchísimos programas de educación tendentes a transformar la visión de la cultura dominicana a través de la "identidad" social  fracasan muy a menudo, debido al desconocimiento de lo que ha sido la cultura política del país y los diferentes gobiernos que han propiciado principalmente el engaño a aquellos grupos sociales empujados y excluidos de los "especiales" programas culturales y socioeducativos.

La diferencia de etnia, género, lengua-habla, política, religión y educación, marcan cada vez más al sujeto de la opresión y al individuo social que no ha sido reconocido por la tendencia cada vez más creciente de la politización y el descentramiento del sujeto en su desanclaje sociocultural y sociopolítico.  La República Dominicana ha sido víctima de una desmoralización producida por las políticas culturales, económicas y sociales, propuestas por los diferentes líderes políticos, gobiernos prolongados con características semidictaroriales y una manipulación llevada a cabo por los políticos de ocasión pagados o "agenciados" para introducir figuras, fórmulas, explicaciones y alianzas con miras a crear la subalternidad político-social y sociocultural, sobre la base de la autoridad proveniente del discurso neotrujillista propiciado por los años de democracias partidistas y defectuosas en sus propuestas.

La diferencia derrotada políticamente por los diversos discursos de Estado y manejada desde un poder que no ha pensado suficientemente sus propias claves y fórmulas, solicita de la conciencia pública aliada a los perfiles de una democracia donde los discursos populares tengan su participación reconocida en las grandes decisiones políticas de la República. La misma aspira a la unificación de fuerzas sociales y culturales para ensayar un gobierno de esperanzas identitarias y socioculturales, activado por una fuerza que ha sido impedida y descaracterizada por los diversos discursos de poder fortalecidos por la razón de Estado de la República Dominicana.

Una cultura alternativa reclama entonces su propio territorio discursivo, en medio del desplome del discurso que ha querido y quiere proseguir con su estrategia de explotación, aún a pesar de las junturas postliberales y la posmodernidad conformadas en la actualidad. Pero el sujeto alternativo ensaya sus líneas de acción desde la visión de una democracia plural que sirve para afirmar las identidades plurales dominicanas en los variados contextos de la razón histórico- cultural.

Sin embargo, la coherencia de una práctica discursiva post-hegemónica y alternativa, ha sido afectada en el proceso de diálogo y planteamiento de propuestas que han hecho posible la desinversión de una particularidad cultural propia de la crisis que, como producto de las acciones de los grupos y movimientos populares alternativos, han logrado extender su filiación ideológica y cultural en el contexto sociopolítico del país.

La ruina moral y ética de la política nacional y sus formaciones discursivas, se expresa y se ha expresado siempre a través de la manifestación de lo político, del neo-caudillismo, de la confirmación de un discurso de Estado instruido por su intelligentsia o intelectualidad que ha operado como fuerza de apoyo a la centralidad estatal y a todo autoritarismo proveniente de las estructuras de poder y sus instituciones coercitivas.

El soborno, el expendio de fórmulas y claves de preservación, así como la manipulación sociopolítica activada como eje de estructuras y funciones de fuerza y coerción, han sido los principales usos autoritarios y administrativos de las políticas, los políticos y los amarres de poder que han tenido siempre a su favor a empresarios y a "empresarios en conflicto" como sugiere el historiador Frank Moya Pons, 1992, pp. (165-185). Los datos que han constituido el discurso económico de los poderosos dominicanos se apoyan entonces en el testimonio de una historia política, económica y cultural que sugiere inevitablemente la visión de la diferencia social y política en la República Dominicana.

A todo esto, la misma fundamentación autoritaria del Estado dominicano ha sido el eje de la mal llamada “Modernización y Reforma del Estado”, entendida en el contexto de la conflictividad propia del discurso político y de los "políticos" dominicanos. La contradicción entre cultura y Estado y cultura-sujeto de la diferencia, ha sido y es hoy clave para entender el marco de acción de una política de dominación y una cultura subalternas en la República Dominicana del siglo XX y de comienzos del siglo XXI. Las razones de un Estado autoritario se han sentido aún más en la medida en que la modernidad ha entrado a través de ciertos hilos del desarrollo y la apertura ideológica artificiosa y desanclada.

Hemos visto como una razón coercitiva y dictatorial heredada de la “Era Gloriosa” se afirmó desde 1966 hasta 1978 y posteriormente en los tramos gubernamentales de los 80 y los noventa del siglo XX. La conducta política de una clase dominante que se ajusta a un padrón de conveniencias estratégicas, implica para el orden político y jurídico del país, el desgaste de sus estructuras ideológicas y morales, pero, sobre todo, la descaracterización de una cultura de la palabra “prometida” y a la vez incumplida en los contextos, universos y microuniversos de la República.

En efecto, los puntos álgidos de una democracia que se propone y repropone como asunto retorico-político, se hacen cada vez más observables en esa “clínica” de lo político justificada en la alienación de un texto llamado “constitucional”, vinculado como propósito, ilusión popular o tensión de voces donde se justifica el Estado de derecho y sus hilos conductores.

El discurso de la manipulación de cerebros y “obras” del Estado que desde la burocracia pseudoadministrativa hasta hoy ha persistido en el mismo estilo de autoridad y actuación neodictatorial, ejecuta mediante desacuerdos y tramas el acto o los actos de violencia administrativa que aun en los textos de la cultura-monumento, se emblematizan y proyectan como el rostro detenido, golpeado y desagregado de la democracia. Todo lo cual registra las secuencias y ascensos de una política estadual de corte postliberal y neoagentivo.

 

Pero, ¿podríamos decir que los usos de las funciones jurídicas y éticojurisdiccionales del Estado de derecho, se afianzan en una dinámica creciente de la alienación y los registros o archivos de unidades políticas dirigidas a constituir el llamado Estado de ley en la actual época postmoderna o altomoderna? Construir este tipo de falsa cohesión o deslegitimación de fuerzas en el universo político y jurídico del país, conforma una visión que unifica los miembros del aparato de gobierno, de la iuris y de la constitución material de los principios justificados por la fluencia política y manipulatoria.

En el país dominicano, cada periodo eleccionario se convierte en una oportunidad para que el político y los intelectuales de Estado se asocien en un negocio que produce, ante todo, expectativas de poder y caída de la gobernabilidad. Pero estas expectativas son también la hoja de espera que habrá de transformarse en la hoja de servicio del intelectual de Estado y el político áulico de la función del Estado. Las líneas y metáforas de un universo estremecido por las llamadas “esperanzas nacionales”, aumentan en el momento en que se acerca la hora de la toma de poder. Y es allí donde se concretizan las “miradas” y ambiciones tanto del político, así como también del llamado intelectual de oportunidad.

La prosa administrativa del Estado que ha expresado como acto verbal en sus instancias y en sus regiones los destinos de la República Dominicana, es la que precisamente ha querido y ha podido reglamentar el orden jurídico, cultural, económico y político a partir de un concepto estreñido de acción democrática, particularizado como eje de posibilidad y tensión en el conjunto representacional de la vida pública dominicana de nuestros días.