Que más del 80 por ciento de los dominicanos en el exterior no acudan a las urnas invita a hacernos muchas preguntas. En este escrito, me hago solo una, y avanzo una respuesta, sin la pretensión de una exhaustividad que no puedo asegurar en un breve comentario periodístico.
¿Por qué los dominicanos en el exterior votan en tan escasa proporción?
De entrada, descarto que ya no les interese el país natal. El amor al terruño, el estrecho vínculo con los suyos, el apego a su cultura, perdura entre los dominicanos por generaciones donde quiera que estén.
En todos los lugares que estos se encuentran en número significativo, se organizan en comunidades étnicas que, además de permitirles insertarse en la vida económica, política y social de esas sociedades, los ayuda a recrear su cultura y estilo de vida, y a mantener muy vivo el sentido de pertenencia al país de origen.
Conozco jóvenes dominicanos de segunda y tercera generación en los Estados Unidos que me han manifestado que no saben cómo se desayunan los americanos. El mangú sigue siendo el plato de toda la vida. Entre ellos, no son pocos los que han adoptado un estilo de vida con un pie en los Estados Unidos y otro en RD, por razones de negocio, vínculos afectivos, vida social…
Pero lo que sí creo que se ha ido diluyendo entre ellos, por sobradas razones, es el sentido de ciudadanía, ese vínculo del individuo con un Estado que le otorga un conjunto de derechos y le exige unos deberes.
Para mí, esto tiene una sola explicación: el Estado dominicano le ha fallado.
Ellos saben que representan una de las más importantes fuentes de ingreso del país, las remesas (10,157 millones); sigue en orden de importancia las exportaciones nacionales (11,933 millones); y el turismo (14,838 millones). Cifras de 2023. Aunque en realidad, la tercera es la primera, porque representa el ingreso más democrático, el que mejor se distribuye en la población. Los ingresos por concepto de exportaciones nacionales y turismo van esencialmente a los bolsillos de los dueños del capital, tanto nacionales como extranjeros.
Pero, pese a este importante aporte a la economía del país, los gobiernos dominicanos han mostrado muy poco interés en la diáspora. El discurso hacia ella siempre ha sido elegante, lisonjero, pero en los hechos se han mostrado avaros en el ofrecimiento de los servicios que esta merece y renuentes a tomar en cuenta a sus líderes en la toma de decisiones.
Gobiernos vienen y gobiernos van y esta no pasa de ser para el Estado dominicano una especie de vaca lechera, poco apreciada y peor recompensada por su aporte.
Los consulados, pese al alarde de adecentamiento y profesionalizan de la actual administración, siguen siendo agencias de expoliación, donde se cobra a precios exorbitantes hasta los buenos días.
Los pocos programas que se han puesto en marcha pensando en la diáspora, como acceso a viviendas de bajo costo, no son más que buenos negocios para las famosas alianzas público-privadas, que ni ofrecen ventajas significativas ni cumplen con los estándares de calidad a los que están acostumbrados los dominicanos en los países donde viven.
Los diputados de ultramar, llamados a servir de correa de transmisión entre la diáspora y las instituciones nacionales para hacerles llegar sus inquietudes y aspiraciones, solo se dejan ver en las comunidades en tiempos de elecciones.
Para la toma de importantes decisiones nacionales, que los gobiernos acostumbran consultar a los representantes de diferentes sectores (empresariado, asociaciones de profesionales, iglesia), los líderes de la diáspora tampoco son tomados en cuenta. También brillan por su ausencia en las comisiones que nombra el gobierno para proponer soluciones a determinados asuntos de interés nacional.
En fin, para nuestros gobiernos, los dominicanos en el exterior son buenos para dar, pero no merecedores de recibir, y mucho menos ser tomados en cuenta para la toma de decisiones en el país que tanto ayudan a sostener.
Parecería la continuación de la ingratitud de una república que dejó morir en el exilio, olvidado y triste, a su padre fundador.
¿Qué podrían esperar entonces los simples mortales?
Y, como contrapartida, ¿Qué interés podrían tener los dominicanos en el exterior por decidir quién gobierne o no gobierne el país?