Los últimos estudios de un censo realizado en los Estados Unidos sobre la diáspora dominicana en ese país, revelan datos interesantes sobre nuestros compatriotas residentes en ese país norteamericano. Esos datos constituyen una radiografía de la realidad humana, social y económica de nuestros hermanos que allí residen, empujados por el peso de los problemas económicos que han gravitado sobre nuestra nación desde hace mucho tiempo.

En el corto tiempo que trabajé como empleado en el área de renovación de pasaportes en el Consulado General de República Dominicana en Nueva York y en mi recorrido realizado promoviendo mis libros de literatura por la mayoría de los puntos comerciales de las avenidas de esa ciudad, me permitieron hacer sociología con los dominicanos que residen en esa urbe, la ciudad más multiétnica y cultural del universo. Puedo hablar con propiedad de sus anhelos y sueños.

Los dominicanos caminan por las calles de Nueva York -y en cada país donde se encuentren viviendo- con su patria al hombro y el deseo de retorno alojado en la intimidad de la conciencia y su patriotismo palpita a cada instante en sus corazones entre lágrimas y nostalgia. Ese retorno soñado que, más que realidad en las brumas del futuro, es en el fondo soñada ilusión de regreso, cuyas estadísticas se deshacen con el tiempo y los números de las matemáticas no dan para descifrar la esperanza de volver que se aloja en el alma de nuestros hermanos de ultramar.

El censo refleja que 2.2 millones de dominicanos viven en los Estados Unidos. Esto quiere decir que cerca de un 20% de la población dominicana vive en territorio norteamericano. Si le sumáramos a esa cantidad el resto de la diáspora dominicana que vive en otras naciones como España y Puerto Rico -incluyendo los que viven en Haití, Rusia y Ucrania y otros países del mundo-, estaríamos hablando de que casi tres millones de nuestros compatriotas viven fuera de nuestro país.

Lo más importante es ir más allá del aspecto puramente censal y de envío de remesas, y veamos los componentes económicos, sociales, culturales y humanos de esos dominicanos que, por múltiples razones, viven fuera de su país. Se hace necesario que el Estado defina urgentemente políticas públicas reales para un correcto tratamiento a esos hermanos que se encuentran viviendo de manera permanente en ultramar. Su vínculo con la nación debe producirse con la asesoría necesaria para que sigan aportando al desarrollo nacional desde una perspectiva técnica que garantice sus inversiones y facilite el retorno de los que quieran volver a su tierra. El éxito de estos compatriotas ha sido a golpe de fe.

Seguiremos planteando que los dominicanos residentes en otras naciones deben disponer en la República Dominicana de una oficina especializada que se encargue de gestionar los asuntos de los dominicanos que viven en ultramar. Esto no es solamente por un asunto técnico y burocrático, sino también como un acto de justicia frente a los hombres y mujeres que han contribuido y sostenido económicamente al país en sus dificultades.