La común de Restauración, originalmente llamada Gurabo francés. es el municipio más antiguo de la provincia de Dajabón. Al norte limitaba con la sección Loma de Cabrera, al sur con la entonces común de Elías Piña, el este con El Pino y Sabaneta y al oeste con la República de Haití, de la cual se encuentra demarcada por los ríos Artibonito y Libón. En 1937 todavía no había sido construida la carretera Internacional lo cual permitía el flujo continuo, en ambas direcciones, entre los habitantes de esta común y Haití.
Un Informe confeccionado por el teniente coronel Manuel E. Castillo, remitido al presidente Trujillo el 18 de octubre de 1936, describe la desolación en la cual en la cual quedó la común de Restauración, a consecuencia de la acometida criminal contra la población allí residente desde las décadas finales del siglo XIX, compuesta por haitianos y domínico-haitianos, también llamados rayanos (hijo de padre o madre dominicana) o “dominicanos étnicos”, como los designa el historiador estadounidense Richard Turits.
En realidad, resultaba problemático identificar a alguien como dominicano en Restauración, no obstante disponer de una Oficialía del Estado Civil desde su elevación a Puesto Cantonal en 1892. Al inspector de Migración se le instruyó para que cobrara el impuesto que establecía la Ley a los jornaleros haitianos que trabajaban en los conucos, pero no a los haitianos los propietarios de estos o a quienes ejercieran un oficio o profesión. Un Informe del inspector de Migración de Restauración, fechado el 18 de octubre de 1927, planteaba lo siguiente:
“Sobre si son o no dominicanos, es tal la confusión que existe en esta materia que se hace imprescindible la prueba que inspector requiere. Cuando esta prueba de nacimiento en nuestro territorio no pueda ser presentada por el habitante de raza haitiana, se deberá proceder al cobro o establecer la consiguiente sanción en caso de incumplimiento”. (Archivo General de la Nación (AGN), Dirección de Migración).
Esta dificultad para identificar la nacionalidad de los habitantes de esta remota comunidad facilitó la labor de la brigada de matones que arribó a Restauración a fines de septiembre de 1937, pues como único criterio para asesinar solo emplearon los rasgos fenotípicos de las personas. Los estropicios cometidos por esta cuadrilla de criminales son imponderables y conmovedores al mismo tiempo. El Informe del coronel Castillo establece que la Común había “quedado casi totalmente deshabitada” y resultaba imperativo la intervención de la secretaría de Agricultura para aprovechar las extensas plantaciones de café, arroz, yuca, plátano, batatas, gandules, etc., que se encontraban a punto de ser cosechadas, y que se echarían a perder sin el auxilio de esa entidad.
Tras una inspección de los campos que realizó el oficial refería que la Común poseía un área de 200,000 tareas de tierra cultivadas en pequeños y grandes conucos, además de tener sus “propias rústicas viviendas en perfectas condiciones para ser habitadas inmediatamente”. Esto revela la cuantía de la riqueza existente antes del genocidio y la gran población que habitaba en la comunidad, ubicada a lo largo de la línea fronteriza. Los miembros del Ejército recogieron casi 500 cabezas de ganado vacuno, pero declaraba que se podían conseguir entre 1,000 y 1,500 cabezas, además del ganado caballar y asnal.
El cuarto apartado de este informe es una verdadera perla pues en él se admite que se realizó una limpieza étnica:
“Después de la limpieza de la Común de Restauración de los elementos extraños que la habitaban, es de necesidad nacional la repoblación de esa Común con familias de agricultores que deseen trabajar a esa nueva tierra de promisión que ha conseguido su Excelencia el Honorable Presidente de la República, para brindárselas a las familias pobres existentes en la República, así como también para las familias extranjeras de raza caucásica que deseen beneficiarse”.
El coronel Castillo encontró la escuela de El Carrizal en “perfectas condiciones” y el maestro de la misma le comunicó que contaba con una matrícula de 110 alumnos, 10 de los cuales asistían en calidad de oyentes. Sin haber investigado a fondo quiénes eran los progenitores de los niños, el oficial consigna en su Informe que, de los 110 alumnos, 108 eran de nacionalidad haitiana y solo 2 eran “netamente dominicanos”. ¿Acaso no había entonces niños de padre o madre dominicana o niños nacidos en la República Dominicana a los cuales les correspondía la nacionalidad dominicana? Cónsono con la certeza de que en la frontera solo habitaban haitianos no se le podía pedir al buen guardia del coronel Castillo que indagara sobre la composición étnica de los alumnos de la escuela. Por eso concluye que la secretaría de Instrucción Pública “estaba pagando un maestro para la instrucción de niños haitianos, y no para dominicanos como es el deseo del Gobierno”. Por eso “recomienda” que la escuela rural de El Carrizal no se abandone, pero que el sueldo del maestro se reduzca en un 50% hasta tanto no se haya repoblado esa sección.
Las demás recomendaciones del coronel Castillo tienen como propósito lograr el blanqueamiento de la frontera pues en la primera de ellas proponen que se consigan en todas las cárceles presos sentenciados a más de 3 años que tengan sus familias y deseen ir a trabajar en la frontera, pagándole hasta el primer año de sus raciones correspondientes a su prisión por ese tiempo. Igualmente, que los gobernadores provinciales gestionen conseguir familias de agricultores que deseen trabajar en esas fértiles tierras, brindándoles casas y tierras cultivadas para cosechar inmediatamente y ofrecerles 2 o 3 vacas. Y que a cada familia que se inscriba como colono de esas tierras se le dé 3 o 4 vacas como propiedad de ella.
En un esfuerzo por atenuar el déficit demográfico, el 7 de enero de 1938 Trujillo le ordenó al jefe de Estado Mayor, Héctor B. Trujillo, que al seleccionar los alistados que se enviaran a prestar servicios en las regiones fronterizas, se escogieran aquellos que tuvieran familias numerosas para que pudieran contribuir a la población y colonización de las asoladas tierras que promovía el Gobierno. A los soldados seleccionados la secretaría de Agricultura los proveería tierras y viviendas que los alienten a fijar su residencia en la frontera.
Un reporte del 21 de abril de 1938, elaborado por el teniente Juan E. Eusebio del Ejército, señala que al recorrer el 19 de este mes las secciones de Restauración llamadas Tirolí, Río Libón, Cruz de Cabrera, Guayajayuco, Rabinzal, La Rosa, Baúl y Neyta pudo comprobar que en la primera de ellas no había un solo habitante, con excepción de los trabajadores de Obras públicas, “los cuales eran forasteros”. Que de Tirolí hasta Guayajayuco existían más de 900 trillos y alrededor de 300 caminos que conducían al territorio haitiano. Que la flora de pino entre ambas secciones había sido quemada o echada a perder por los haitianos, en una parte de forma parcial y en otra completamente, con una extensión de 70 kilómetros aproximadamente, ya que de esta manera podían percibir a larga distancia la presencia de los miembros del Ejército y retirarse con tiempo, después de haber penetrado al territorio dominicano. En otras ocasiones los haitianos retornaban en grupos a Restauración en busca de los bienes que habían abandonado luego de la matanza.
El autor del Reporte consideraba que de continuar los robos las familias que todavía permanecían en Cruz de Cabrera y Rabinzal abandonarían el lugar pues a los guardias dominicanos se les había instruido no matar personas de piel negra, probablemente porque Trujillo desarrollaba una campaña en el exterior para disminuir la presión sobre su régimen por la matanza. Muchos haitianos y domínico-haitianos huidos hacia Haití, según el Reporte, habían comenzado a ocupar los ranchos abandonados en Restauración.
El 4 de octubre de 1938 Trujillo le escribió de nuevo al jefe del Estado Mayor del Ejército, por intermedio de José María Bonetti, y le informó que los habitantes de una de las secciones de Restauración, denominada Cruz de Cabrera, se estaban trasladando al paraje La Horqueta de Bánica. Además, le solicitaba las medidas que podrían adoptarse para detener el éxodo y señalaba la existencia de varios cafetales en la sección La Pocilga que podrían servir para atraer inmigrantes a la común, donde solo residían dos familias. Algunas secciones de Restauración, como Tirolí (Villa Anacaona) quedaron sin una sola familia, mientras en otras como Guayajayuco y El Carrizal todavía permanecían algunas familias dominicanas de piel blanca.
El capitán Arturo Mané conversó con las familias que habían emigrado desde la sección Cruz de Cabrera a los parajes La Horqueta y Bartolo de Bánica, así como al paraje El Maniel, perteneciente a la propia común de Restauración, para convencerlos de que retornaran y se dedicaran de nuevo a la práctica de la agricultura y a la crianza de ganado. Entre 20 y 25 familias se comprometieron a retornar al lugar, dada la garantía de que sus bienes estarían asegurados pues luego de la matanza, y acuciados por el hambre, se incrementaron las incursiones de los haitianos para recuperar los bienes que habían abandonados o simplemente para robar. El capitán Mané informaba que la repoblación de la región se daba de forma lenta debido a que los cambios de residencias siempre resultaban problemáticos.
Las condiciones materiales para subsistir en la región fronteriza resultaban en precarias en grado extremo, ya que además del anti dominicanismo entre los pobladores fronterizos haitianos, suscitado por la matanza, la carencia de mano de obra haitiana prácticamente arruinó la agricultura, principalmente la producción de café en la frontera sur del país debido a que la Gendarmería haitiana reforzó todos los puestos de control, prohibió terminantemente a los haitianos cruzar la frontera y castigaba con multas y palos a quienes osaban intentarlo. Esto determinó un incremento de la pobreza en ambos lados de la frontera ante la imposibilidad de producir frutos y tubérculos comestibles.